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Muchos días nos enteramos de la muerte de un personaje importante: cantante, pensador, científico, empresario… y lo sentimos, lo recordamos. Pero cuando perdemos a un ser querido, alguien cercano a quien amamos, duele mucho. Nadie puede amar sin dolerse de esa pérdida. Nadie puede morir sin dejar dolor detrás.
Pasados dos años pandémicos, los supervivientes, se han hecho muchas preguntas; casi ninguna ha sido contestada con “honestidad y limpieza social”; muchos se fueron creyendo que les despedían con cánticos y aplausos..., pero la verdad, la única verdad, es que se fueron solos y algunos anónimamente.
Hoy quiero hablar de un amigo al que no volveré a ver. Lo conocí personalmente un septiembre de hace cinco años, cuando me invitó (me introdujo) a una tertulia de cine en la que participaba desde tiempo atrás. Esa tarde no solo le puse cara a él sino a mucha más buena gente, y esa sencilla invitación fue la primera de tantas cosas por las que siempre quedaré en deuda con su generosidad.
Será por la falta de costumbre. Será porque vivimos en la Costa del Sol y nos sentimos un tanto turistas. Será por la tristeza que traen consigo las nubes. Será por lo que sea. Llevamos una semana nublados y estamos hartos de oscuridad. He dicho que estamos nublados. Lo reafirmo. Los malos recuerdos acuden a nuestras mentes.
Dios se los llevó...
Me acosan las nubes, me obligan a buscar un camino… debo encontrarlo en estas tierras, enciclopedias que no leí ni comprendí para aprender de la vida a luchar, libros que no estudié en profundidad, imposible recordarlos ahora...
Inquietud siempre y otros conmigo también. Lamento está situación y desearía escapar. Vine a inquietar y es que no vine, me mandaron. Y alrededor llega lo demás. Yo no lo decidí y quién lo hizo es ser de respetar porque lo haría de cualquier forma y ya está.
Mañana, despertaré y no estarás, y todo será una estafa de tus falsos "te quiero".
Cuando éramos jóvenes, nos quisimos los dos, los dos olíamos a miel.
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