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Opinión
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El sentido del dolor ante la muerte de un ser querido

El dolor de la pérdida es el precio de haber amado
Llucià Pou Sabaté
viernes, 26 de mayo de 2023, 10:24 h (CET)

Muchos días nos enteramos de la muerte de un personaje importante: cantante, pensador, científico, empresario… y lo sentimos, lo recordamos. Pero cuando perdemos a un ser querido, alguien cercano a quien amamos, duele mucho. Nadie puede amar sin dolerse de esa pérdida. Nadie puede morir sin dejar dolor detrás. El dolor de la pérdida es el precio de haber amado. Cuando dos que se quieren se separan, queda dolor. Cuando la separación es por la muerte, queda el recuerdo bueno, no las penas diversas como dudas que hay en otras separaciones… pero puede la persona que pasa por el duelo sentirse muy mal, que el mundo le cae encima: “a ratos pienso que es mejor no levantarme de la cama”…


En la vida hay dos palabras especialmente importantes: vida y muerte, suele representarse por el binomio eros-thanatos, antítesis que contrapone el amor y el sacrificio, la alegría y el dolor… y vemos que éste es como una moneda con dos caras, una buena que es el gozo y el éxtasis, otra que llamamos cruz y que pensamos que es mala: la agonía. En realidad, el sufrimiento puede ser camino para la gloria. El dolor no es bueno, tampoco es el mal, es síntoma de un mal. De ahí salen muchas cosas, unas también son positivas… 


En la vida, hay momentos de dolor, sólo se engendra con dolor... No sólo en el nacimiento de una criatura, sino también la creación literaria, de pensamiento, científica… Y también es fuerte el dolor cuando aparece alguna enfermedad, tanto física como la depresión y otras formas de sufrimiento, también son fuertes.


Y la pérdida del ser querido produce un tipo especial de sufrimiento. Las conductas quedan afectadas: soñar con el difunto, suspirar, llorar, buscarlo y llamarlo en voz alta… Se suele decir que el duelo lo sufre la persona en sus distintos niveles: el cuerpo, la parte emotiva, la razón y el fondo del corazón que es nuestro espíritu.


Con frecuencia, la muerte nos hace tomar conciencia de lo importante de la vida. Una persona que perdió un familiar al que no le llegó sangre, enseguida procuró ser donante de sangre y ayudar a los demás. Hay también un sentido transformador, enriquecedor… se intuye la importancia de expresar en vida el amor que sentimos a las personas que amamos… aprendemos a vivir.


Entrar en el misterio del dolor y el sufrimiento nos merece respeto. El sufrimiento deja de ser en cierto modo sufrimiento en el momento en que encuentra un sentido, podemos decir que entonces se abre la esperanza y el alma no sufre, aunque notemos en la mente, corazón y emotividad ese zarpazo, se sufre de un modo más llevadero. Chesterton consolaba a una viuda con estas palabras: “Lo que ahora vemos es su ausencia, pero su muerte no es su ausencia, sino su presencia en algún otro lugar”. Es el canto a la esperanza, que expresa la poesía con una mirada interior con que intuimos esas cosas que no se ven; así decía R. Tagore: 


“Si no me hablas, / llenaré mi corazón con tu silencio / y así podré soportarlo.

Me mantendré tranquilo / y esperaré como la noche, / con su vigilia de estrellas / y su cabeza inclinada / en señal de paciencia.

Es seguro que vendrá la mañana, / que se desvanecerá la oscuridad, / y que tu voz se derramará por los cielos / en torrentes de oro.” 

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Es propio de estas fechas hacer balance del año. Pero, entreviendo conclusiones poco gratas, opto por emprender una cavilación breve y escrita sobre la noción, más genérica, de cambio o transformación, ese “leitmotiv” recurrente del progresismo contemporáneo cuando medimos cualquier mutación en términos de avance social.

Cuando las jerigonzas se extienden en los ambientes modernos, las habladurías altisonantes no pasan de generar unas algarabías sin sentido. Los hechos repercuten en cada ciudadano, sin guardar relación con lo que se dice. Se consolida una distorsión de graves consecuencias, lejos de ser una rareza, se generaliza en la práctica diaria.

Como la lluvia fina que parece que no, pero cala hasta los huesos: el mensaje es claro, quieren que acabemos pensando que “lo que nos viene encima es irremediable”, que los recortes que van a dar en el Estado del bienestar de aquellos que todavía tienen la suerte de tener una nómina, son absolutamente necesarios.

 
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