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El inicio de un nuevo año es el momento perfecto para reflexionar sobre la salud y establecer nuevos propósitos, entre los cuales la pérdida de peso es uno de los más habituales. Sin embargo, alcanzar este objetivo de manera efectiva y sostenible puede ser un desafío sin la orientación y el respaldo profesional adecuado.
Aurelio Alonso-Cortes, de niño soñó llegar a ser como sus ancestros, personas nobles, cultas y sociables. Aurelio, de joven luchó, contra corriente, por alcanzar el sueño que de pequeño soñó. Aurelio, abrazó con amor a la persona que, como él, soñaba como sencilla castellana. Aurelio, abrazó a Lola, soporte incansable para su esposo, y Lola fue siempre sencilla y fuente de fortaleza.
Todo mi respeto va a los hermanos españoles que perdieron la vida, a los que perdieron a sus familiares y amigos, a los que perdieron casas, vehículos, cultivos y enseres diversos. ¡Fuerza y honor hermanos míos, estáis dando lecciones de superación! “Después de la tormenta viene la calma”. Esta expresión no surge de la nada, sólo existe porque alguien prestó atención a lo que pasa después de que pasan las aguas, sale el sol, el aire fresco, nuevos brotes de la tierra.
En un mundo donde más de 700 millones de personas pasan hambre, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) llamó de nuevo este viernes 27 a frenar la pérdida y el desperdicio de alimentos, la tercera parte de lo que se produce en sembrados, granjas y pesquerías.
La pérdida de un hijo es lo más trágico para los padres. En algunos casos puede provocar serias consecuencias, como una madre que se echó a la droga y bebida por no asimilar la “muerte súbita” de su hijo. Pero también puede producir momentos de gran humanidad y riqueza espiritual.
Hay quien dice que la muerte de un niño no se puede cerrar de ningún modo, en el corazón de algunos padres… Tendrán otros hijos, continuarán con la vida, pero el hijo perdido vivirá siempre en su corazón, como también su pérdida. Sobrevivirán, con un vacío en su corazón, un vacío permanente.
Tenemos la mala costumbre de pensar que aquello que en un momento determinado tenemos o albergamos, será para siempre. Pensamos que nuestra vida no puede cambiar como sí que les sucede a otros. La falta de recursos, de salud, las separaciones, las custodias…, todo eso les sucede a otros, pero no a nosotros. No valoramos las cosas tal y como debiéramos hasta que un día lo perdemos de verdad.
Caen las hojas secas, y las ilusiones de la vida en muchos, por la vejez. Hace casi 500 años, en Ávila muere Beatriz de Ahumada y mientras los sacerdotes terminan las ceremonias dice: “Teresa, que venga Teresa”. La niña de 12 años entra y le dice: “¡bendita, bendita!”, y expira. Teresa, llorando en su habitación, dice a la Virgen: “Señora, ya veis que no tengo Madre, sed vos en adelante Madre mía”.
Cuenta J. Bucay de un alpinista desesperado por conquistar el Aconcagua que inició su travesía después de años de preparación, pero quería la gloria para él solo: por lo tanto, subió sin compañeros. Se le hizo tarde, no se preparó para acampar, decidido a llegar a la cima y le oscureció. La noche cayó con gran pesadez en la altura de la montaña, ya no se podía ver absolutamente nada.
Recuerdo que cuando era niño, haciendo un hoyo, un amigo me hizo un corte en un dedo, con la azada de jardín. Salió la sangre a borbotones, pero en ese primer instante no sentí el dolor; el cuerpo hace una vasoconstricción. Luego sí aparece el dolor, respuesta del cuerpo que avisa.
En la película Tierras de penumbra (1993, de Richard Attenborough) C.S. Lewis (Anthony Hopkins), escritor y profesor de literatura en Oxford, se enamora de Joy Gresham (Debra Winger), poetisa estadounidense, un amor que llega inesperadamente hace salir a Lewis de su rutina. Y ella padece un cáncer grave, y muere. Por eso, al probar el amor y serle arrebatada Joy, él queda sumido en un profundo duelo.
La fe nos abre a una confianza de que todo lo que pasa, también lo más terrible, tiene un sentido en una realidad más alta que la que vemos, un contexto más amplio que el que podemos abarcar con nuestra inteligencia, como un niño que no entiende que sus padres no le dejen acercarse a un peligro, o le regañan por algo que puede causarle algún mal.
¿Cómo ayudar a quien ha pasado por eso? Estar a su lado durante tiempo a vivir las fases del dolor. Los primeros momentos, siempre será estar ahí, y si están aturdidos ayudarles a los trámites. La pérdida de un hijo es lo más trágico para los padres. En algún caso puede provocar serias consecuencias, como una madre que se echó a la droga y bebida por no asimilar la “muerte súbita” de su hijo.
El duelo es sanador pero tiene sus etapas. Y eso afecta a los sentimientos, en primer lugar a las sensaciones físicas, a las cogniciones, y a las conductas. En cuanto a los sentimientos, un primer sentimiento que aparece en el duelo suele ser la tristeza, por ejemplo hay quien dice “durante el funeral me he venido abajo”.
En las culturas de Grecia y Roma antiguas se daba el consuelo ante una pérdida con argumentos, cartas y tratados sobre la muerte que se unían a elogios sobre el difunto, poniendo la razón como consoladora, pero incluso estoicos como Séneca hablaban del “afecto de los familiares como principal fuente de consolación”.
La muerte del cónyuge es lo más duro, solo comparable con la pérdida de un hijo. Puede llegar a ser un dolor tan fuerte que a uno la muerte de la compañera le había roto el corazón… literalmente. Dice Gabriel Marcel: “tu muerte es mi muerte”; siempre que muere un ser querido muere alguien en nuestro interior, pero cuando es el cónyuge puede el sobreviviente morir con él…
Emma y Lucas habían sido inseparables desde la infancia, compartiendo la intimidad de sus sentimientos, las risas y las penas, eran muy amigos. Lucas enfermó de muerte, y Emma estuvo a su lado, le leía sus libros favoritos, hablaban, o se cogían de la mano silenciosamente.
El enigma más grande de la condición humana es la muerte. Es una cosa muy dolorosa que muera una persona a la que amamos. Cuando estamos con alguien que ha perdido un ser que amaba, lo mejor es no hablar mucho, sencillamente acompañarle. Dejar que llore, pues llorar da paz, descansa y restablece el equilibrio, ablanda y humaniza.
Freud habló de los dos instintos básicos de la persona: vida y muerte, a los que llamó con sus términos griegos deificados "Eros y Thanatos", y aunque el freudismo ha dominado en nuestra cultura, los dos son los grandes olvidados en la educación: Amor y Muerte. Y están relacionados, pues si has perdido un ser querido, querría decirte: “a ti que lloras, porque has amado, has perdido a quien amas, y te duele… El dolor de la pérdida es el precio de haber amado”.
Cuando todo se vuelve gris y el dolor embarga nuestro corazón, no vemos la realidad, sino que absolutizamos, como es lógico, una parte, la que sentimos... El rey bíblico David escribió: “El dolor me nubla la vista; ¡se me nubla por culpa de mis enemigos!” (Salmo 6,7).
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