Cuando todo se vuelve gris y el dolor embarga nuestro corazón, no vemos la realidad, sino que absolutizamos, como es lógico, una parte, la que sentimos... El rey bíblico David escribió: “El dolor me nubla la vista; ¡se me nubla por culpa de mis enemigos!” (Salmo 6,7). Podemos percibir la vida como un laberinto sin salida, puesto que falta una “visión de conjunto” que se pierde con ese dolor, el cual absolutiza el aspecto negativo: “¡El dolor y los lamentos acaban con los años de mi vida! La tristeza acaba con mis fuerzas; ¡mi cuerpo se está debilitando!” (Salmo 31,10).
La esposa de un joven tenía cáncer, y él la acompañó hasta la muerte, volvió a casarse, tenía una buena relación con Dios, y al cabo de dos años, al hablar con un cura y comenzar a abrir el corazón y verter los sentimientos que escondía, se fue liberando de emociones contenidas, se puso a llorar como un niño, y en ese momento comenzaba su curación…
Elisabeth Kubler Ross llama a esto dejar que las emociones descansen, se expansionen, no encerrarlas en nuestro interior. Ve la muerte como una experiencia positiva, aunque eso no quita que “extrañamos terriblemente a los seres queridos; extrañamos su presencia; extrañamos su risa; extrañamos mil momentos. Pero también sabemos que si realmente quisimos -no con amor condicionado- volveremos a estar juntos por más tiempo que en este plano físico. Y esto nos ayudara un poco más a superar el más grande temor o el más grande dolor. Perder a alguien a quien se quiere es una experiencia dolorosa. Y si en la infancia uno aprendió a derramar lagrimas y sabe que con lagrimas y tiempo esto puede curarse, se la pasa mejor de adulto. Pero si alguien fue criado con ‘eres un afeminado, otra vez llorando, si no dejas de llorar te daré un motivo para que llores’, entonces, al perder un ser querido, se pone la cara estoica, sin lamentaciones, y el proceso de duelo dura mucho más”.
Esta vulnerabilidad de permitirse llorar es importante. Se puede experimentar sensación de amargura, desánimo y profundo malestar, y entonces nos consuela llorar y poder desahogarnos. Podemos pensar qué cosas nos permiten hacer descansar las emociones y hacer esas cosas sin miedo. Puede ser ir al cine, mirar la tele, escuchar música, cambiar de aires, hacer un pequeño viaje, pasear… o no hacer nada.
Hay quien dice que no llora en esos momentos de dolor, porque si empezara no acabaría nunca. Es falso. Si empieza llorará lo que le conviene. Las lágrimas no lloradas provocan más tristeza inútil, más profunda porque no se cura con esa expresión emocional que es el llorar. Llorar hasta el final, hasta la última lágrima, libera. Vivimos en una sociedad que considera que las lágrimas son señal de debilidad, y que la impasibilidad es sinónimo de fuerza. Son cosas muchas veces culturales, de cómo nos han educado. Llorar todo lo que convenga, en todo caso intentando acotar el sentimiento a lo conveniente, para no hacernos demasiado sentimentales.
A veces son lágrimas que vienen cuando menos se las espera, otras veces cuando nos encontramos ante quien nos da confianza de llorar, de confiar ese sentimiento, pues pienso que lloramos cuando tenemos con quien. Muchas veces observo a niños que sólo cuando ven alguien conocido, lloran su pena (haberse perdido, haberse caído…). Se llora con quien se tiene confianza, y así como los niños esperan a ver alguien que les quiere para llorar, también nosotros necesitamos con frecuencia alguien que nos pueda consolar, para llorar a gusto; encontrar alguien con quien poder llorar es sanador.
Elisabeth Kubler Ross habla de Marion, una enfermera que lloraba en los funerales de sus pacientes, sabía dejar ir las lágrimas, liberar el sentimiento de dolor, y así sobrevivía en ese trabajo al que se había dedicado durante más de 20 años, y que puede albergar mucho estrés por el contacto con la muerte. (Conozco algún sanitario que no aguantó muchos años en oncología por este motivo).
Las emociones retenidas podrían provocar una implosión, no hay que reprimir las cosas que hacen trauma, la expansión de emociones proporciona una limpia de impurezas y es medicina para la persona que puede así compartir su dolor. Las lágrimas son la expresión externa de un dolor interno.
No hay que verlas como algo negativo; quizá eso de que “los hombres no lloran” es una imposición cultural, que será bueno superar y llorar como convenga. Así lo vio Norman, piloto que perdió a su hermano en Vietnam, y pensó demostrar su fuerza interior sirviendo al Ejército. Cuando vio llorar a los demás, en el atentado a las Torres Gemelas del 11-S, se planteó: “¿y si yo hubiera llorado cuando perdí a mi hermano?” Y se puso a llorar, dejando que las emociones salieran de su enclaustramiento.
Llorar es algo que puede contagiarse, y si la cercanía de alguien que llora nos hace llorar, es que despierta en nosotros la tristeza que cargamos. Por tanto, hay un aspecto social beneficioso en las lágrimas, por ejemplo en un funeral cuando los familiares del difunto vean nuestras lágrimas, lo interpretan como señal de participación de sus sentimientos de duelo.
No todos saben recoger esos desahogos, pues quieren hacer o decir algo adecuado, algo importante. He visto a personas que al acompañar a alguien que llora una pérdida, no paran de hablar dando consejos, o narrando otras muertes quizá porque no entienden que se hacen pesados en querer llenar un silencio y unas lágrimas que son curativas: en realidad, lo importante ahora es eso, y no hace falta decir mucho, solo estar ahí con esa disposición. Por eso, cuando nos acercamos a alguien que llora una pérdida, lo mejor es no decir nada: estar ahí, que se sienta acompañada y comprendida esa persona.
A veces las lágrimas se mezclan con la risa, será un mecanismo de defensa que nos ayuda a administrar el dolor, y sabemos que la tristeza y las lágrimas son parte de la vida, expresión de esas vivencias, que hay un lenguaje para expresar todo eso, y las sonrisas y lágrimas pueden ir de la mano.
Lloramos como una forma de expresar ese mundo interior, que es mío, y que se activa con la pena propia o ajena…
Pero las lágrimas son curativas… Jesús lloró ante las hermanas de Lázaro, compartió su dolor y expresó el suyo. Hay que pasar por esta experiencia de expansionar el dolor. Porque hay lágrimas que sanan. Llorar libera de las emociones, da paz, descansa y restablece el equilibrio, ablanda y humaniza, expresa tantas cosas… y el consuelo –como dice san Pablo- será “llorar con los que lloran” (carta a los Romanos 12,15), que es entrar en el mundo del otro, porque si el otro llora con nosotros, es porque espera eso.
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