| ||||||||||||||||||||||
En varias ocasiones -como el que oye llover- he oído hablar del “don de lágrimas”. Como con tantas otras cosas, que ni salen en la televisión, ni engordan ni son pecados, he pasado por encima de este concepto como si se tratara de otra idea trasnochada y “demodé”, propia de carcas y de gente de derechas. Hoy me he parado a analizarlo.
Cuando todo se vuelve gris y el dolor embarga nuestro corazón, no vemos la realidad, sino que absolutizamos, como es lógico, una parte, la que sentimos... El rey bíblico David escribió: “El dolor me nubla la vista; ¡se me nubla por culpa de mis enemigos!” (Salmo 6,7).
Éxito a la desesperada, pues para subir una alta montaña, basta una danza africana feliz, así subirás, sin pensar en la mañana siempre cruel, siempre insulta que te insulta, siempre falso a mis espaldas, en que bailo sola y me gusta la playa.
La perdida de reparo en manifestarnos tal como somos o como nos sentimos se incrementa con la edad. Es una especie de vuelta a la infancia. El niño jamás trata de ocultar sus sensaciones y la transmite sin ningún tipo de filtro. Su capacidad de llorar o de reír les permite cambiar sus sentimientos en muy corto espacio de tiempo.
En ocasiones vemos el acto de llorar como algo negativo, pero lo cierto, es que es de lo más beneficioso. Si bien en ocasiones nos hemos visto reprimidos por el qué dirán, o por eso de “tengo que ser fuerte”, se trata de un hecho que tanto a nivel emocional como físico nuestro cuerpo agradece.
|