El enigma más grande de la condición humana es la muerte. Es una cosa muy dolorosa que muera una persona a la que amamos. Cuando estamos con alguien que ha perdido un ser que amaba, lo mejor es no hablar mucho, sencillamente acompañarle. Dejar que llore, pues llorar da paz, descansa y restablece el equilibrio, ablanda y humaniza, y es un consuelo poder llorar con alguien, y nosotros podemos acompañarles, llorar con los que lloran. Encontrar a alguien con quien poder llorar es sanador.
Y hacerle ver que esa persona está más contenta si nosotros estamos bien. Cuentan de una persona que lloraba mucho la pérdida de un hijo por enfermedad. Un día en sueños se le aparece un ángel. Le dice: -Basta ya.
-Es que no puedo soportar la idea de no verlo nunca más. El ángel le dice:
-¿Lo quieres ver? Entonces lo agarra de la mano y los sube al cielo.
-Ahora lo vas a ver, quédate acá. Por una acera enorme empiezan a pasar un montón de chicos, vestidos como angelitos, con alitas blancas y una vela encendida entre las manos, como uno se imagina el cielo con los angelitos. El hombre dice:
-¿Quiénes son? Y el ángel responde:
-Estos son todos los chicos que han muerto en estos años y todos los días hacen este paseo con nosotros, porque son puros...
-¿Mi hijo está entre ellos?
-Sí, ahora lo vas a ver. Y pasan cientos y cientos de niños.
–Ahí viene -avisa el ángel. Y el hombre lo ve. Radiante como lo recordaba. Pero hay algo que lo conmueve: entre todos es el único chico que tiene la vela apagada y él siente una enorme pena y una terrible congoja por su hijo. En ese momento el chico lo ve, viene corriendo y se abraza con él. Él lo abraza con fuerza y le dice:
-Hijo, ¿por qué tu vela no tiene luz?, ¿no encienden tu vela como a los demás?
-Sí, claro papá, cada mañana encienden mi vela igual que la de todos, pero ¿sabes lo que pasa?, cada noche tus lágrimas apagan la mía.
“No todas las lágrimas son amargas”, dirá El Señor de los Anillos [1] Así, ellos están contentos si seguimos luchando, con alegría, dándonos a los demás, viviendo. Cuando algo nos cueste, hemos de pensar en nuestra misión: “he de hacerlo, por mí y por él, por ella”.
Se puede hablar de reelaborar nuestra interioridad cuando hemos trabajado esa pérdida, con la ayuda de los demás. La ayuda de los demás es importante, sobre todo la de “estar ahí”, al lado, haciendo compañía, sin escatimar tiempo o esfuerzo que eso suponga. Una pérdida tiene que llevar una despedida, saber decir “adiós” para que no se convierta el duelo en patológico: cuando se suelta con aceptación la marcha de esa persona querida, cuando no se la retiene, se reestructura nuestra interioridad. La persona perdida forma parte entonces de nosotros de otra manera: no ya físicamente, sino pasa a nuestro interior. Somos capaces de hablar de esa persona sin afectarnos quizá, porque hemos asumido que no está físicamente entre nosotros. Se encuentra en otra dimensión, pero está cerca, en nuestro corazón.
[1] Puede verse en este trozo de la película, que se puede poner en el taller: https://youtu.be/egZZrz5Gznk
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