Recuerdo que cuando era niño, haciendo un hoyo, un amigo me hizo un corte en un dedo, con la azada de jardín. Salió la sangre a borbotones, pero en ese primer instante no sentí el dolor; el cuerpo hace una vasoconstricción. Luego sí aparece el dolor, respuesta del cuerpo que avisa. En ciertas enfermedades el cuerpo no avisa del daño, y es peligroso. Después de la curación, se reconstruyen los tejidos de un modo asombroso, así si un cirujano corta la carne con el bisturí, al siguiente la piel se cierra sobre la herida. Son pequeños milagros. En muchas heridas se forma costra y protege la curación hasta que se desprende y cae sola. La herida está curada; a veces queda la marca del proceso vivido: la cicatriz. El proceso es, más o menos, vasoconstricción, dolor agudo, sangrado, coágulo, retracción del coágulo, reconstrucción tisular, cicatriz. De la misma forma que hay esas fases en un dolor físico, así también en el sufrimiento interior como el del duelo.
Elisabeth Kübler-Ross es quien ha establecido las fases con más riqueza, su clasificación en cinco fases o etapas (aparecen en su libro Sobre el duelo y el dolor), análogas a las que sufre todo dolor (por ejemplo un proceso de enfermedad) o pérdida, y que ella aplicó a los moribundos; son cinco fases del duelo que no tienen porque ser cronológicas, ni universales:
1. La primera reacción puede ser la negación. En esta fase, las personas tienden a no creer o aceptar la realidad de la pérdida. Pueden sentirse abrumadas por la noticia y tienen dificultades para comprender la magnitud de lo que ha sucedido, por ejemplo ante la llamada de teléfono con la noticia de la muerte, surge el pensamiento de “no es posible”. Bowlby llama a eso la inconsciencia de la sensibilidad. Hay un anhelo y búsqueda del objeto perdido; se espera quien ha muerto aunque se sabe que ya no volverá.
2. Después de la negación, la ira puede surgir como una respuesta natural a la pérdida. Las personas pueden sentirse enojadas, ya sea hacia ellos mismos, hacia otras personas o incluso hacia la situación en sí. Es una rabia que sólo permite que quién está cerca pueda ayudaracompañando, pero sin decir nada, y menos dar lecciones.Esta rabia se vuelca muchas veces en el ambiente familiar, en un adulto que estaba cerca del ser querido en el momento de la pérdida, o en un familiar que no apoyó suficientemente en esos momentos, en los médicos. Puede parecer que es mala la persona que tiene esa agresividad, pero es algo difícilmente dominable, fruto de algo que se ha perdido. En esta fase puede haber una tendencia a buscar culpables. Y es algo que se supera, puede verse curada la persona, cuando hay una aceptación, cuando se pasa de “tiene la culpa…” a “acepto el hecho que ha pasado”…
3. Negociación: en esta fase, las personas a menudo intentan hacer acuerdos para revertir o cambiar la pérdida. Pueden experimentar sentimientos de culpa y desear cambiar el curso de los acontecimientos. Se buscan acuerdos, ya sea consigo mismas, con otras personas o incluso con fuerzas superiores, por ejemplo alguien que acaba de recibir un diagnóstico médico grave, como una enfermedad terminal, la persona podría decirse a sí misma: "Si cambio mi estilo de vida, hago más ejercicio y sigo todos los tratamientos, quizás la enfermedad retroceda y no empeore". O bien negociación con otros: negociar con profesionales de la salud, buscando diferentes opiniones médicas o tratamientos alternativos, o investigar opciones fuera de los tratamientos convencionales (y hay que ir con cuidado, porque aunque el elemento placebo es importante para la curación, también hay mucho estafador que se aprovecha de eso).Negociación con fuerzas superiores, por ejemplo, es “si eso sale bien haré el Camino de Santiago”, o cualquier otro voto.
4. La tristeza profunda y la sensación de pérdida suele llevar luego a la fase de depresión. Las personas pueden experimentar sentimientos de soledad, tristeza, desorganización y desesperanza; puede haber en esa etapa una ambivalencia de confianza en que ha pasado lo mejor, que “ya está en Dios” la persona difunta, que “está mucho mejor” y “lo siento junto a mí”, con una falta de comprensión de unir lo religioso o mágico con no tocar con los pies en el suelo; suele asociarse en fases de tristeza más que de rabia, y de una depresión por la pérdida. En algunas corrientes de psicología positiva parece que quieren eliminar esa tristeza, pero como todo es parte del proceso de curación. Recuerdo de una persona que tropezó con un enjambre de abejas y le picaron centenares de ellas, hasta que cayó en coma. El coma es un proceso del cuerpo que baja las constantes vitales ante una amenaza demasiado grande para ser afrontada, y las fuerzas se concentran en superar esa crisis. En los hospitales, se induce a veces el coma para conseguir lo mismo. Pues lo mismo es la tristeza: bajar el tono vital ante una pérdida que no se es capaz de afrontar, para concentrarse en lo vital. Hay personas que beben para no pensar en eso que es demasiado incomprensible para ellos, para olvidar. La canción L’empordà, del grupo Sopa de cabra habla de eso: “decía que por la mañana se mataría, pero hacia el mediodía iba ya bien borracho. Sonríe y dice que no tiene prisa”, lo dejó para el día siguiente, y así cada día.
5. En última instancia, las personas suelen alcanzar un estado de aceptación. No significa que olviden a la persona o la situación perdida, pero están más en paz con ello y encuentran maneras de seguir adelante con sus vidas. Hay una reorganizacióndel mundo interno en primer lugar, pues así como al infancia se asume en la siguiente etapa de la vida (y si no viene el complejo de Peter Pan), así la pérdida queda integrada y asumida en nuestro mundo interior; reorganización del mundo externo, cambio de roles, circunstancias de la vida nuevas… un volver a empezar, pues la vida continúa.
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