La vida, de forma general, es un proceso con un principio y un fin. Es algo así como un sendero por el que tenemos que ir caminando, y en ese trayecto nos encontraremos con personas que nos ayudarán y otras que nos pondrán piedras con la intención de herirnos. A veces, podremos dudar, porque no sabremos qué dirección tomar ante la bifurcación de posibilidades, y en otras ocasiones, por el contrario, tendremos las cosas bastante claras. La vida es una experiencia que merece ser tratada de la mejor manera donde siempre existirán cambios, los cuales vendrán, a veces dados, por nuestras elecciones o, por defecto, por el acontecer de los sucesos ya que no podemos decir que nada es para siempre.
Tenemos la mala costumbre de pensar que aquello que en un momento determinado tenemos o albergamos, será para siempre. Pensamos que nuestra vida no puede cambiar como sí que les sucede a otros. La falta de recursos, de salud, las separaciones, las custodias… todo eso les sucede a otros, pero no a nosotros. No valoramos las cosas tal y como debiéramos hasta que un día lo perdemos de verdad. Será entonces cuando una serie de sensaciones ambivalentes aparecerán y entonces, quizá podremos entender hasta qué punto uno puede ser feliz sin haberse dado cuenta.
El mayor problema que tenemos como sociedad es que queremos más de lo que podemos conseguir, con la intención de aparentar ante los demás, muchos de los cuales no son más que conocidos que, pasados unos años, probablemente ni nos hablemos más con ellos. No nos sentimos satisfechos con lo que conseguimos y estamos consternados por la vida que llevamos porque no nos llena lo suficiente. Pero si preguntas a esas personas que necesitarían es sorprendente el materialismo y superficialidad que existe hoy en día pero es que, por desgracia, es lo que impera en la nueva era en la que vivimos.
Si algo se rompe, no pasa nada, podemos comprar algo ya no igual, sino superior. Si la ropa se pasa de moda, tampoco importa porque se puede tirar para renovar el armario. Si el coche se ha estropeado será mejor comprarse uno nuevo porque ya supera los 10 años de uso. Si la casa donde vivo ha subido el alquiler será mejor mudarse a otro barrio superior y pagar un alquiler elevado pero justificado por la zona. Si mi hijo tiene que ir al colegio, mejor llevarle a uno privado donde no se juntará con personas al uso, sino con niños que tienen amas de casa que se encargan de ellos todo el día. Si recibo la paga extra, mejor gastarla en un viaje al extranjero y cuanto más lejos mejor, subiendo fotos en las redes sociales porque sino nadie se enteraría de donde estoy. Si discuto con mi pareja, mejor dejarlo porque ya vendrá otro que ocupe su lugar. Y así todo… Hemos llegado a una situación en la que, muchas personas, no valoran nada, porque piensan que todo se puede sustituir o comprar pero es que hay cosas que no.
Las emociones, las sensaciones auténticas, el amor, el cariño, la humildad o la sinceridad no se pueden comprar. El tiempo compartido con el otro, las risas de amor junto a tus hijos, los secretos y confesiones con las personas de confianza, los momentos de alegría ante una buena noticia, los días en plena naturaleza, la lectura de un buen libro, un café sin prisas, las lágrimas de felicidad… todo eso son cosas que no se pueden comprar porque, sencillamente, no tienen precio. Porque son momentos que nos llenarán de verdad. El consumismo es algo que de la misma manera que aparece… desaparece. Esa sensación de sentirse pleno ante algo material es temporal, en cambio, lo que nos puede aportar compartir momentos con personas que nos aprecian o a las que apreciamos o queremos, no tienen ni punto de comparación porque genera algo que muy pocos conocen y eso es la felicidad. Una felicidad real que quien la ha experimentado la conoce y la valora. Y pudiera ser que esto lo valore a raíz de una pérdida en algún ámbito y haya sido consciente de que quizá, no lo valoraba tanto como realmente, se merecía. Y es que las cosas más importantes de nuestra vida, pudiera ser que las apreciemos a tiempo pasado, justo cuando o estamos a punto de perderlas o ya ha sido demasiado tarde.
Es por eso, por lo que hay que ser conscientes de que nuestra existencia hay que vivirla acorde al pensamiento de que los valores y emociones aportan más que un materialismo diario desmedido y no llegar a sentir la horrible sensación de no haber valorado las cosas a su debido tiempo, que era cuando las teníamos y no éramos conocedores de ello porque pensábamos que a nosotros, la vida no nos iba a quitar nada, pero es que ante la senda de la vida, todos, ya sea antes o después, llegaremos al mismo punto.
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