Desde el momento en que nacemos, llegamos al mundo con una curiosidad innata, con la capacidad de conectar con los demás y de aprender con una pasión inagotable. Sin embargo, a medida que crecemos, nuestras experiencias tempranas moldean nuestra forma de percibir la vida: ¿Somos dignos de ser amados? ¿Es el mundo un lugar seguro o un sitio del que debemos protegernos?
Cuenta Elsa Punset que los primeros cinco años de vida son determinantes para nuestra inteligencia emocional. Si durante esta etapa crucial crecemos en entornos inseguros, entramos en modo de supervivencia, desarrollamos desconfianza y nos cerramos al mundo. A largo plazo, esto no solo afecta nuestra salud mental, sino también nuestro bienestar físico.
El experimento de Harry Harlow: La necesidad de conexión
En los años 60, el psicólogo Harry Harlow realizó un experimento con crías de monos para entender mejor la importancia del apego y el contacto emocional. Separó a los monitos de sus madres y los colocó en jaulas con dos figuras artificiales:
Una "madre" de trapo suave, que no tenía alimento pero proporcionaba contacto y confort. Una "madre" de alambre, que tenía un biberón con leche pero carecía de calidez.
El resultado fue impactante: los monitos pasaban la mayor parte del tiempo con la madre de trapo y solo acudían a la de alambre para alimentarse. Aún más revelador fue que aquellos monos que solo tenían acceso a la madre de alambre digerían peor la leche y tenían sistemas inmunológicos debilitados.
Este experimento desmintió la creencia de aquel entonces, de que el contacto físico y el afecto eran un "lujo" innecesario. En nuestro tiempo, ya ha encontrado un lugar en nuestra cultura el papel vital de las emociones en nuestras vidas. Más allá de la supervivencia, los seres vivos solo florecemos cuando nuestras necesidades emocionales están cubiertas.
Cómo crear entornos emocionalmente seguros
Si nuestra salud mental y nuestro desarrollo dependen de los entornos en los que crecemos, entonces es fundamental preguntarnos: ¿Cómo podemos construir espacios donde las personas se sientan seguras, valoradas y motivadas?
Uno de los grandes ejemplos de esta filosofía lo encontramos en Benjamin Zander, director de la Filarmónica de Boston. Su método para inspirar a sus alumnos es sencillo pero poderoso:
El primer día de clases, Zander otorga a todos sus alumnos una calificación sobresaliente (A+). Luego, les pide que escriban una carta donde expliquen por qué merecen esa calificación y en qué van a trabajar para convertirse en esa mejor versión de sí mismos. Finalmente, les da el consejo clave: "Enamórate de esa persona sobresaliente. Compórtate como ella."
Al tratarnos como si ya fuéramos la mejor versión de nosotros mismos, nuestro esfuerzo cobra sentido y la motivación surge de manera natural. Creamos entornos positivos cuando vemos lo mejor en los demás y les ayudamos a verlo en sí mismos.
El impacto de los entornos en nuestra vida
La inteligencia emocional no se construye en el vacío. Necesitamos espacios donde podamos desarrollarnos sin miedo a la crítica destructiva o a la indiferencia. Desde el hogar hasta el trabajo y la vida social, cada uno de nosotros tiene la oportunidad de contribuir a la creación de un ambiente que potencie las emociones positivas.
En casa: Construyendo relaciones basadas en el respeto, el afecto y la validación emocional. En el trabajo: Fomentando la empatía, el reconocimiento y la comunicación honesta. En la sociedad: Con pequeños actos de amabilidad que pueden transformar el día de alguien.
No se trata de magia, sino de inteligencia emocional en acción. Son nuestras palabras, nuestras actitudes y nuestra disposición para ver lo mejor en los demás lo que hace la diferencia.
Porque al final, como decía Zander, si nos tratamos como personas sobresalientes, nuestra luz brillará con más fuerza. Puedo preguntarme: ¿Qué estoy haciendo hoy para crear un entorno emocionalmente seguro para ti y para los demás?
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