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Antes de abordar el conocimiento del objeto, permítanme que me retrotraiga a uno de los ejemplos más extravagantes que recuerdo de la política local catalana. En el año 2007, Ariel Santamaría, también conocido por el “Elvis de Reus”, encabezó la lista de su propio partido: ‘la Coordinadora Reusenca Independent’ en las elecciones municipales de Reus. Obtuvo 1831 votos, un escaño y su firme promesa de plantar marihuana en los parques, construir un “follódromo público”.
Toda organización social emplazada en un determinado territorio no tiene que regular, ejecutar y controlar la vida de sus miembros. Está bien que “planifique” y dé argumentaciones mediante la determinación de un objetivo y las herramientas necesarias para conseguirlo, pero eso sí, sin imposiciones.
Felicidad y libertad son conceptos muy bonitos y escurridizos sobrevalorados por el común de los mortales que en boca de la demagogia política pueden movilizar a las masas hacia cualquier distopía de corte fascista o totalitario. Hablar de libertad y felicidad vende lo que sea, un proyecto, una idea, una expectativa, una ilusión, un producto, un sistema político.
Siempre he mantenido que aquellos que viven de la política, encubiertos tras la artificiosa máscara que pretende representar al pueblo —la realidad es que solo se representan a sí mismos— han convertido el templo que debería albergar la soberanía de la nación española, en un miserable Rastro, en el que como moneda de cambio, solo circulan sus inconfesables intereses.
El último invento que ha llegado a mis oídos es la promesa de ponernos barato el cine los martes a los mayores. No se si van a rebajarnos dos euros la entrada, o que esta vaya a costarnos solo dos euros. Las residencias de mayores se están preparando para contener la avalancha de “puretas” en busca de los multicines. Se están montando aparcamientos extras para los andadores y los carritos de ruedas en las puertas de las salas cinematográficas.
Hace años iban recorriendo los pueblos unos charlatanes que ofrecían todo tipo de enseres y ungüentos a precio módico y encima te regalaban un peine o cualquier otra cosa de poco valor. Ni que decir tiene que todas las ofertas eran bagatelas pero que en aquellos días servían para paliar la pobreza que inundaba el país.
Los hispanos “los de abundantes refranes” (nos llamaría Homero), los tenemos para todo y también para cualquier ocasión. Quien lo ponga en duda que inquiera en el Quijote y comprobará la abundancia de ellos que tenía el cazurro Sancho, aplicables a cada momento y, en ocasiones, aunque no viniesen a cuento.
Hay veces en las que siento la obligación de escribir para advertir a las personas sanas de espíritu y confiadas en exceso, acerca del peligro que supone dilapidar el voto (uno de los derechos más importantes que existen en democracia) inclinándose por un determinado candidato político que basa toda su ciencia política en la mentira, el embrollo y el incumplimiento de los deberes principales de un gobernante.
Nos obligan con sutileza y descaro, a correr hacia el espejismo del futuro, incierto consumo y cierra España, pero aquellos que todavía nos consideramos más o menos sensatos, tenemos que tirar del freno de mano exclamando, alto, miremos hacia atrás porque si perdemos totalmente el sentido de la memoria y el valor cotidiano e intelectual del ayer y el pasado, nos pueden, ellos, los manipuladores, desde la oscura caverna del olvido.
En este país de miserias parece que ser político, para algunos, simplemente significa una forma de conseguir un buen puesto de trabajo, reconocido y bien remunerado. Como consecuencia de ese criterio, “tan altruista”, se dedican a llevar a cabo políticas que aseguren su posición laboral, adornando sus proyectos con viejas ideas sociales.
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