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Lo que está sucediendo en esta España, muchas veces irreconocible, en cuanto a su despoblación, envejecimiento y falta de nacimientos a cargo de su población nativa, seguramente tiene su origen principal en esta ola de feminismo que parece que se está imponiendo, mediante la cual las mujeres han decidido que su función natural, en cuanto al ciclo reproductivo, ha de supeditarse a su comodidad, sus llamémosles libertades y sus otras opciones.
Es obvio que el señor Sánchez y su gobierno no podían permanecer indiferentes ante el cambio de dirección del PP y la reacción favorable de los votantes habituales de la derecha y el centro, a esta nueva etapa que se ha abierto en el partido popular.
Lo que se está cociendo en España, a cargo de un Gobierno que está demostrando, en su hacer de cada día, su cada vez más deslavazada, incorrecta, suicida y peligrosa deriva hacia sistemas políticos que ya llevan años desacreditados y que, para más INRI y preocupación para los españoles, no lleva trazas de ningún cambio en lo que son sus objetivos políticos, sino más bien, todo lo contrario.
Es obvio que el PP necesita recobrar valores que, desde hace algún tiempo, parece que han dejado de ser imprescindibles para él. Y también pudiera ser una buena noticia el aparente sentimiento de unidad que se advierte en torno a la elección del señor Alberto Núñez Feijoo, una persona en torno a la cual se ha creado una rara unanimidad de las bases del partido y de sus máximos responsables.
Es evidente que el señor Pedro Sánchez no podía dejar de aprovechar la ocasión de sacar rendimiento de su presunto “éxito” en lo que, para él y su gobierno, ha sido una gran concesión lograda de la UE por lo que hace referencia a recibir un trato especial, condicionado por supuesto, en cuanto a la determinación del precio de la energía eléctrica de la que se van a poder beneficiar España y Portugal.
Estamos en España ante lo que se podría calificar de un panorama desolador. Un gobierno aferrado a su enorme potencial de propaganda, que sigue ignorando lo que ocurre en el reino y que hace oídos sordos a cualquier aviso, protesta, reivindicación o propuesta de negociación que, de alguna manera, se pudiera interpretar como una llamada a rectificar su forma de gobernar el país.
Lidiar con morlacos de 500 kilos no es lo mismo que actuar en un encierro de becerros. Esto que resulta evidente para cualquier ciudadano español, parece que no lo acaba de entender un gobierno, completamente desnortado, ajeno a las realidades de esta nación y guiado, exclusivamente, por su obcecación de transformar nuestra nación en un conejillo de indias sobre el que practicar experimentos libertarios de componentes comunistoides.
Es evidente que nuestro presidente del Gobierno no tiene intención de cargar sobre sus espaldas cualquier responsabilidad que le pudiera venir de la guerra de Ucrania. Es por ello que los motores del Falcón que tiene a su disposición se están tragando, a toneladas, el combustible que precisa para desplazase por toda Europa.
Lo cierto es, señores, que no sabemos si, debido a que el mundo está padeciendo una falta de políticos capacitados, si los ciudadanos de las nuevas generaciones han decidido desentenderse de los grandes problemas a los que debe enfrentarse la humanidad o si es que estos tiempos de inseguridades, de falta de confianza en el porvenir, se van a convertir en una situación endémica de la que no vamos a poder librarnos y estaremos condenados a aprender a convivir con ellos.
En ocasiones es preciso intentar simplificar las argumentaciones, reducir las explicaciones a lo más elemental y entendible, con el objeto de evitar que lo que es palpablemente evidente quede enmarañado, oscurecido o difuminado al usar términos raros, excesivamente técnicos o innecesariamente complejos; de modo que no quede paladinamente expresado lo que uno intenta aclarar.
Sin duda alguna la humanidad ha entrado en una fase que difícilmente puede llevarnos al optimismo respecto a un futuro que se nos anticipa como un conjunto de abracadabrantes situaciones, ninguna de las cuales positivas. Son múltiples las cuestiones que están actuando sobre nuestra nación que nos hacen creer que puede llegar, a no tardar, un momento en el que todo lo que habíamos conseguido avanzar en años anteriores se pierda, a causa de la mala gestión de los gobernantes.
Es evidente que la palabra guerra, con todas sus fatales consecuencias, sea una expresión capaz de hacer temblar a cualquier persona. No obstante, por muy buenistas y pacifistas que seamos es evidente que, si hay algo que se ha ido reproduciendo fatalmente a través de todos los tiempos, desde de que el mundo es mundo, han sido sucesivos episodios de enfrentamientos armados entre los hombres.
Es posible que, en estos momentos, las dos personas que tienen en sus manos el poder de declarar una contienda de carácter universal, se estén preguntando sobre si la responsabilidad que se han echado encima, si este inmenso poder que les confieren sus respectivos cargos, de decidir sobre la vida y la muerte de miles y millones de personas, les capacita, les autoriza o les da la fuerza ética y moral para que estén en condiciones de decidir el destino de la humanidad.
Lo cierto es que, de un tiempo a esta parte, los españoles vamos perdiendo la confianza en quienes nos gobiernan y lo mismo se puede decir de una serie de instituciones que han ido demostrando, a lo largo de esta legislatura, que su independencia y objetividad han quedado muy lejos de lo que el pueblo, legítimamente, podría esperar de ellos.
Una vez creímos en aquello de que las naciones europeas unidas iban a constituir un baluarte contra cualquier intento desestabilizador externo a la comunidad, con una OTAN provista de un ejército capaz de disuadir a cualquiera que intentara amedrentar a la CE y con la solidaridad precisa para que cualquier acción u omisión que se acordara por los altos mandos de Bruselas, tendría el marchamo de la defensa de la justicia y el respaldo unánime de las naciones que la integran.
Lo cierto es que la mayoría pensábamos que quien faroleaba era Putín y que todo no era más que una estrategia para impedir que Ucrania entrara en la OTAN, además de asegurarse que el DONVAS continuara siendo el enclave ruso dentro del país con la consolidación de la apropiación de la provincia de Crimea como punto básico de control del mar negro y base de la importante escuadra rusa de la zona.
Llegó la hora de las lamentaciones, de las excusas, de cargarles las culpas a los demás, de buscar la salvación a cualquier precio o del “ya te lo decía yo”; pero nadie tiene la valentía de pedir perdón, dimitir o admitir que su gestión ha sido equivocada y un quebranto para el partido. Nada de todo ello le va a valer a este PP de hoy, afectado por uno de los mayores y más absurdos escándalos que se han visto desde que en España entramos, al menos nominalmente, en una democracia.
Las discrepancias internas entre los distintos sectores del PP cada día se han estado haciendo más evidentes y, pese a lo que nos pueda doler a los que siempre hemos votado por dicha formación, no podemos alegar sorpresa ante lo que acaba de venírsenos encima. Es la maldición de la derecha, su talón de Aquiles: en cada ocasión en la que se le ponen las cosas a huevo, encuentra el medio más eficaz para echarlo todo a perder.
Empezamos a estar hartos y a tener la desagradable impresión de que no hay un solo político, de los que actualmente componen las cámaras de representación españolas, que sea capaz de interpretar razonablemente, en sus justos términos y con solvencia lo que de verdad quiere una parte importante del electorado español, que no se circunscribe, en modo alguno, a estos señores de izquierdas que pretenden hacernos creer que están por encima de los que no pensamos como ellos.
Es obvio que los hay que están hechos para sacar de las peores circunstancias algo positivo y, también es cierto que aunque la propaganda sea lo más adversa posible, las fuerzas puestas en la defensa de un objetivo sean desproporcionadas y los encargados de luchar contra ellas no hayan calculado los efectos de una decisión harto temeraria; siempre queda un resquicio por el que la justicia, la sensatez del pueblo sepan poner sentido común.
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