| ||||||||||||||||||||||
El conocimiento propio, sin ser la única fuente de paz, puede desempeñar un papel esencial: somos imagen de Dios, llevamos una chispa divina en nuestro interior, y la autoconciencia es una comprensión de amor que abarca emociones, pensamientos, valores, creencias y comportamientos. Cuando sabemos vivir desde nuestra interioridad, ni siquiera las desgracias nos pueden quitar la paz interior.
Hay una mancha en nuestra percepción colectiva, que hemos de clarificar cada cual consigo mismo, a fin de alcanzar el sentido de responsabilidad que pesa sobre la humanidad. Nadie puede hoy en el mundo ignorar el volcán de sufrimientos que se desparraman por los rincones vivientes. El acceso a nuestra propia subsistencia es cada vez más preocupante.
Nos asentamos sobre una inestabilidad manifiesta, en la cual, los puntos fijos son una auténtica rareza, si es que llega alguno a perfilarse. Conocemos las funciones de partículas minúsculas, masas indetectables, energías potentes y avizoramos nuevas dimensiones en el Universo; los podíamos resumir en la actividad de unos átomos inquietos de interminables reacciones en ámbitos inalcanzables para nuestro entendimiento.
Coexistimos como seres en tránsito y en comunión por la vida; una historia que hay que valorizar, porque la memoria nos hace volver a lo que fuimos y somos. Jamás debemos olvidar este pasaje vivencial de ventanas abiertas; es menester envolvernos de nuestras raíces, reflexionar sobre ellas con el corazón y la mente.
Nada se entiende sin amor, será el modo de abrazar la paz y de resplandecer armónicamente de manera auténtica, cuestión más que requerida en estos tiempos de confusión y simulación permanente. Parece que nos hubiésemos globalizado para martirizarnos entre sí, en lugar de hermanarnos, de engrandecernos como familia y generar moradas con un símbolo de esperanza.
La vida posee un valor absoluto, ya que solo tenemos una oportunidad para existir y debemos aprovecharla, con la máxima intensidad posible. Independientemente de las creencias es evidente que existen infinidad de formas de vida realizables, en función de los deseos de cada persona.
El mundo ha sido creado, no para despedazarse de inmoralidades, sino para ser recreado por los ojos humanos. Es un escándalo que continúen las contiendas más vivas que nunca, comenzando por las propias familias, que abandonan a sus progenitores. De igual modo, también es una indecencia, que millones de personas coexistan en la extrema pobreza.
La ignorancia no tiene porqué ser perniciosa, son muchas sus modalidades, de consideraciones diversas a tener en cuenta. Estamos afincados en ámbitos rodeados de misterios inescrutables. El interés puesto en la adquisición de mejores conocimientos es desigual, así como las diferentes capacidades para las investigaciones.
Descubramos firmamentos, pero respetemos los caminos, tanto los de aquí abajo como los de arriba. Quizás nuestra asignatura pendiente sea la de aprender a reprendernos, a vivir desviviéndonos por los demás y además por nosotros mismos; haciéndolo con humildad, con el afecto que lleva soportarnos entre sí, abriendo el corazón.
Necesitamos despojarnos de conflictos, ponernos a trabajar cada uno de nosotros en la cultura del abrazo cada día; ilusionarnos también por forjar de la concordia un quehacer artesanal, que precisa disciplina y orden. Hoy más que nunca, requerimos ser consolados bajo la mirada acariciadora del pecho, sentirnos acompañados para poder acompasar el itinerario de las alegrías.
Todos estamos en la barca de la vida, pero muy pocos nos atrevemos a navegar. La existencia del ser humano es un misterio infinito que se da desde su concepción: el niño, el joven, el adulto y el anciano no han llegado a comprender la grandeza y la inmensidad de su existir.
En las actividades cotidianas nos vemos sometidos a un sinfín de exigencias de variados calibres; junto a numerosas banalidades, afrontamos disyuntivas inquietantes, ni los conocimientos ni las fuerzas nos permiten resoluciones plenamente satisfactorias. En esta vida somos menesterosos por naturaleza, la lógica apuntaría a un decidido afán de colaboración en busca de las satisfacciones oportunas.
El mejor partido existencial es el que uno juega consigo mismo. Todos deseamos la paz, pero apenas trabajamos la justicia para defender la vida, ni tampoco abrazamos lo armónico que germina de lo auténtico y se desarrolla con un ánimo autónomo, despojado de intereses mundanos.
Nos movemos en la sorpresa que, nos sacude creativos, para recrearnos en la esperanza. Sin duda, es justo el momento de repensar los tiempos y la época de un cambio global transformador, que hemos de compartir de modo equitativo en su prosperidad, sin dejar a nadie atrás.
"Una cosa se llama necesaria o por razón de su esencia o por razón de la causa. En efecto, la existencia de una cosa se sigue necesariamente o bien de su misma esencia y definición o bien de una causa eficiente dada. Y por estas razones se dice también que una cosa es imposible, a saber, o bien porque su esencia o definición implica contradicción, o bien porque no se da ninguna causa externa que esté determinada a producir tal cosa", dice Spinoza en su Ética.
No es infrecuente encontrarnos con personas que alardean de una determinada fijación en torno a sus convicciones o maneras de actuar. Si esa postura está basada en serios razonamientos pueden albergar un buen talante e incluso tratarse de la mejor solución. Sin embargo, los ambientes evolucionan y las circunstancias se mantienen en una constante efervescencia.
En cada amanecer entramos a la vida, tras reponernos del cansancio y de los tormentos diarios. Lo cruel es dejarse envolver por el aislamiento y la búsqueda enfermiza de los placeres mundanos. Hoy más que nunca, necesitamos despertar, salir de nuestro territorio cómodo, activar la conciencia del acompañamiento y sonreír a corazón abierto, por una tierra de todos y de nadie en particular.
Somos una sociedad enferma. Tenemos que mejorar aires, tanto los del cielo como los de la tierra. Cuánto más claro esté el horizonte, mejor podremos divisarlo y acudir a que nos envuelva de entusiasmo. La contaminación, el mero soplo corrompido, nos deja en el desaliento y sin ganas de vivir.
Nuestro mundo se ve afectado por un aluvión de crisis, que debe hacernos repensar y cuestionar nuestros modos y maneras de vivir, empezando por los sistemas económicos, sanitarios y sociales para acabar exponiendo nuestra fragilidad como criaturas en un orbe turbulento. Estamos, pues, en el momento de la opción.
La vida es un permanente sumatorio de latidos armónicos, que requieren de un hermanamiento inagotable; de ahí, la necesidad de conjugar la amistad entre los pueblos y de activar los vínculos de la concordia entre sí. La rivalidad no tiene sentido, como tampoco lo tiene la desunión, el individualismo y la indiferencia, que genera aislamiento y mil formas excluyentes. La realidad es la que es y nos llama a cohabitar auténticamente.
|