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Cada amanecer es un volver a reafirmarnos y un retornar a aprender a reprendernos, a templar el carácter y a moderar la mirada para que acaricie en lugar de herir o matar, a resistir la adversidad y a insistir con voluntad en el buen hacer y mejor obrar. Los días, ciertamente, no son fáciles para nadie.
El afamado neurocientífico portugués Antonio Damasio, premio Príncipe de Asturias, considera que ser inteligente significa “hacer cosas que puedan ser beneficiosas tanto para ti, como para los otros, o para la humanidad en general”, lo que extiende la inteligencia a un concepto más amplio que el de una persona con gran capacidad intelectual.
Quizá por comodidad, nos dejamos llevar por las formalidades sociales, sin la motivación suficiente para averiguar sus justificaciones; son más entretenidas las distracciones de poco fuste en pleno auge. Tampoco sobra tiempo, atareados como estamos en un sinfín de menesteres. Ni ganas tenemos de estrujarnos el caletre en elucubraciones cuya aplicación posterior permanece en un alero indeterminado.
Hace poco se me ocurrió subir un video a mi 'tiktok' diciendo frases de esas filosóficas que se me ocurren de vez en cuando, ya sabéis, uno de esos días que me siento transcendental. Un amigo me preguntó si me había ocurrido algo, más que nada, porque comenzaba diciendo que no podía afirmar que la vida fuese siempre maravillosa. A mí me sorprendió que me hiciese esa pregunta, ya que… es obvio que la vida no siempre es maravillosa.
En el año 2013 el Papa Francisco utilizó la metáfora alegórica del “olor a oveja” en el marco de un pedido explícito que le realizó a la curia de la Iglesia Católica para que abandonen la postura conformista y monacal para acercarse más a la realidad de la gente.
Está bien que no sea otro quien pueda ser dueño de sí mismo, pero se cohabita aún mejor no sintiéndose aislado jamás. Lamentablemente, la situación de muchos moradores queda sutilmente condicionada por las decisiones de jefaturas opresoras, que restan autonomía y libertad.
El manantial viviente radica en el corazón. También, la paz consigo mismo, no llega únicamente por la ausencia de conflictos; y más cuando nos movemos en relación unos con otros, lo que nos exige por principio ser comprensivos y clementes, aceptar las diferencias sin intentar convencer a nadie; pues todos hemos de ser libres, para que tanto el cuerpo como el espíritu, puedan vivir en buena armonía.
Lo que vemos no siempre es y lo que es no siempre lo vemos. Entonces, ¿de qué nos enteramos? Lejos de tratarse de un trabalenguas ocasional, dicho contraste nos relaciona directamente con la accesibilidad del conocimiento real. Como consecuencia obvia, estará en íntima conexión con el resto de las condiciones efectivas para el desarrollo de las personas.
La teoría crítica de la Escuela de Fráncfort no justificó en el siglo XX la sociedad de su tiempo, ya que partía de la base de que es irracional, injusta y opresora, aunque no sea de forma absoluta y total. Lo que significa que deben cambiar muchas políticas de los gobiernos, para lograr una sociedad más racional y humana.
Es hora de reiniciar nuevos rumbos en un mundo en continua transformación, de nutrirnos sembrando lo adecuado para embellecernos; y, así, poder esparcir tanto las semillas del buen hacer como expandir las vegetaciones de un buen obrar. En efecto, nos merecemos un cambio, un nuevo renacer en un entorno poblado de horizontes sanos, que es lo que verdaderamente nos injerta sanación en el alma.
Hoy quisiera invitarlos a reflexionar sobre un asunto humano fundamental, que no se nos cae de la boca cuando estamos en modo biempensantes y políticamente correctos, pero que en el plano práctico y fáctico se encuentra desmedidamente desprotegido, abandonado e intencionalmente descuidado, a saber, el ideal que nos motiva a educar a nuestros hijos para que construyan y vivan en un mundo mejor.
A poco que nos adentremos en la realidad mundial, percibiremos un fuerte colapso y desorden, con multitud de llagas como la pobreza, las desigualdades, además de las discriminaciones diversas, que se profundizan en lugar de aliviarse. A esto tenemos que sumarle, el cansancio y el agotamiento de ciertos sistemas económicos, que lo único que hacen es incrementar, en la mayoría de las ocasiones, la polarización ideológica y el legado de la esclavitud.
Aseveró Borges que vivir eternamente “sería el peor castigo, sería el infierno”. La inmortalidad ha sido, desde siempre, una obcecación de los humanos, tan restringidos como estamos en el tiempo, con una existencia corta y precaria. Igual fue por ello que ideamos a los dioses, eternos en cronología.
Hay tareas que deben comenzar en nosotros. Así, cada cual debe conocerse y sumergirse en sus intimas habitaciones, reconocer limitaciones y bajarse de la autosuficiencia, volverse creativo y revolverse contras las miserias humanas, dominar menos y servir más.
Es muy popular aquella expresión de considerar a una persona teclosa; aunque en realidad apenas prestamos atención a donde residan esas teclas, su estructura y funcionalidad. Es una manera de referirnos a esos puntos de contacto con la sensibilidad del individuo.
Es hermoso verse y reconocerse, mirarse y enmendarse, gastar la vida por servir y desvivirse por vivir, reconquistarse y quererse, no rendirse jamás y apostar por repostar esperanza en medio de tanto desconsuelo, para poder reconstruimos en quietud como familia. Sin duda, hoy más que nunca, necesitamos hacer piña y rehacernos como humanos.
El buen lector es un buen autor y hace un sensato volumen, con su lenguaje vivencial y su expresión compasiva. La vida que, en el fondo es un libro abierto, continúa escribiéndose; ya sea con gestos concretos de amor, o con gestas cabales de diálogo, que son el mejor testimonio existencial de nuestro peregrinar por aquí abajo.
También yo quisiera escribir las mejores líneas este día, pero las letras se alborotan, se dispersan por las hojas o se las lleva el viento, las frases se resquebrajan y el pensamiento se ablanda, se dispersa en distracciones inexplicables. Estamos inmersos en una densa retícula donde se encuentran elementos variopintos.
Hay que prepararse para volar, o si quieren para ascender en bienestar, atmósfera integradora que debe partirse y compartirse a golpe de voluntad, que es como se engendra savia. Realmente, necesitamos crecer hacia ese porvenir que nos hermane, no pecar de ignorancia, saber advertirnos y salvaguardarnos para salir de nuestras miserias.
El tiempo es la esencia de la vida. Todos los filósofos se han ocupado de explicar lo que es la temporalidad. Desde Aristóteles que decía que es la medida del movimiento hasta Heidegger que titula su obra más importante Ser y tiempo. Incluso San Agustín escribió que si no se lo preguntaban sabía entender lo que realmente era, pero no era capaz de explicarlo. Aunque reconocía que si nada pasara, no habría tiempo.
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