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Quiebros perceptivos

Parece que nos alejamos de la entrañable Humanitud, digámoslo así
Rafael Pérez Ortolá
viernes, 12 de mayo de 2023, 10:14 h (CET)

Lo que vemos no siempre es y lo que es no siempre lo vemos. Entonces, ¿de qué nos enteramos? Lejos de tratarse de un trabalenguas ocasional, dicho contraste nos relaciona directamente con la accesibilidad del conocimiento real. Como consecuencia obvia, estará en íntima conexión con el resto de las condiciones efectivas para el desarrollo de las personas. Debido a la inseguridad subyacente en dicho dilema, deduciremos la importancia de prestar mayor atención a las APARIENCIAS, descartando a la vez las pretendidas certezas irreales. La pertinencia de las sospechas y de las dudas, nos aboca a tareas fascinantes, nunca terminadas, en busca de confirmaciones momentáneas.


Ajustar la mirada no resulta tan fácil como parece en una primera impresión, el habernos quedado demasiado lejos o cerca del objetivo, si prestábamos atención al conjunto o bien a los detalles concretos, son factores a tener muy en cuenta; junto a otros factores, pueden llegar a modificar sensiblemente la asimilación de los hallazgos. A la vez, ese ENCUADRE, ligado al grado de atención prestada, también muestra con frecuencia algún imprevisto, quizá importante. Es una experiencia interesante cuando observamos hechos o cosas, y mucho más compleja aún si la dirigimos a las personas o sus actuaciones. Dicha modificación de las perspectivas será de crucial relevancia; origina respuestas de diferente calado.


Por el simple hecho de estar, ya percibimos innumerables sensaciones, digamos que nos salpican, a la expectativa de posibles repercusiones. Al dirigir nosotros la exploración, encaminamos la búsqueda hacia determinados asuntos, disponemos de variables grados de accesibilidad e intelectos muy particulares, para hacernos cargo de lo detectado; ya se verá si le sacamos peor o mejor rendimiento. Aunque no vendría nada mal, detenernos en la consideración de si estamos más informados con los hallazgos; o, por el contrario, sacamos más sustancia de las AUSENCIAS. Los silencios, los olvidos aparentes, los ocultamientos, son buenos indicadores del trasfondo de cuanto ocurre alrededor. La incertidumbre se regodea entre presencias y ausencias.


Seas cual sea el punto de partida, afrontamos una situación curiosa y siempre peculiar, la de movernos desde un presente esquivo; enseguida pasa a formar parte de la retrospectiva, sin integrarse aún en el futuro. No acabamos de asimilar ambas orientaciones en toda su extensión, son inabarcables y por ello, un rico manantial de inquietudes. Percibimos datos imprecisos de una parte y de otra, hasta presumimos de certezas cuando simplificamos los conceptos. Metidos de lleno en los avatares de la acuciante realidad, corremos el riesgo de perder otra percepción primordial, la de uno mismo, ese ROSTRO indicador de sentimientos, vicios y virtudes; arrastrado por la vorágine o templado y responsable.


Aunque nos ciñamos a la valoración de un solo rostro, el propio, se acumulan las anotaciones. De poco nos vale el inventario de las huellas de cuantas intervenciones hayamos tenido hasta la fecha, y menos aún de los propósitos enarbolados; no damos abasto para asumir ese conjunto tan complicado. Echamos a andar con las disponibilidades del momento, con más o menos energía; los trazos de la configuración desarrollada tampoco serán definitivos, aunque se muestren con contundencia. Detectamos comportamientos y funciones ligados estrechamente a la INMEDIATEZ, abierta a las perspectivas y a la incertidumbre. Navegamos fuera de la órbita de los absolutos; por mucho que proliferen los intentos de abrumarnos con ellos.


Nos desenvolvemos entre una amalgama de presuntas fijaciones, de cuyas supuestas esencias apenas notamos rasgos superficiales, se nos escapan sus tramas fundamentales. Aquello considerado como asientos de confianza, se tambalea más pronto que tarde de manera abrumadora. Si acudimos al símil de la impasibilidad de los LIBROS, en efecto, su quietud no ofrece dudas, aunque tras nuestro acercamiento, sus letras se transforman en un manantial exuberante; sus contenidos sacan a colación la enorme raigambre subyacente con reflejos muy expresivos. Al mismo tiempo, nos apercibimos de la gran posibilidad de variaciones receptivas. De algún modo, el observador mide las aperturas.


A poco que extendamos la exploración por los entornos y por los adentros personales, las incógnitas se multiplican hasta vislumbrar las dimensiones misteriosas, con la arrolladora progresión de las inquietudes. Sin duda, lo comprobamos a diario, los saberes son evanescentes, pronto nos encontramos con su evaporación, nos dejan al pairo de las inciertas evoluciones posteriores. Se producen vaivenes existenciales fascinantes, con esos fondos desconocidos nunca captados en su totalidad. Pues bien, nos asombra una nueva revelación, las percepciones podrían no haberse producido y seguir en el misterio, están en DEPENDENCIA directa de la dedicación del observador; su responsabilidad orientadora será una aportación crucial para la sociedad.


Para darnos cuenta de cuanto acontece, no es suficiente con mantenerse despierto, cada vez menos; nos enfrentamos a estímulos simultáneos e incesantes, con la confusión de fondo. Hace falta un poco de humor en este trance para no quedar ahogados. Sería una buena práctica acogernos a la anécdota atribuida al genial Oteiza de las grandes esculturas. Hablaba de poner encima de la misma mesa DOS TELEVISORES. El primero del tipo corriente, con su parpadeo habitual y permanente ruido y mensajes con infinitos matices. El otro, es una caja vacía, ante la cual pasamos de ser pasivos a ser agentes activos. Arte y tecnología en su justa medida, para mantener viva la propia personalidad.


Los escultores nos insisten en el aprovechamiento del espacio en su amplitud, para abrirnos al descubrimiento de donde estamos y de nosotros mismos, sin subterfugios equívocos. Pero uno acaba por preguntarse, ¿Para qué? No está clara la respuesta. Abundan las actitudes escapistas de no molestarse con el esfuerzo creativo de una participación exigente y razonada. El colosal espacio de una montaña vacía ideado por Chillida para el diálogo, tampoco serviría de mucho sin elementos dispuestos a la labor común de ese intercambio. La exclusiva percepción de estímulos, con la AMPUTACIÓN de la posterior asimilación comprometida, no consigue aliviarnos, ni presagia convivencias atrayentes. El buen sentido se ciñe a la franqueza comunitaria.


El contraste es alarmante, el incremento del barullo ambiental, se aleja de las dimensiones individuales, el gregarismo ruidoso prescinde del espacio interior de las personas. No queda el más mínimo resquicio para asimilar las experiencias. Las buenas conquistas culturales permanecen derrengadas entre la algarada de manifestaciones triviales. CHIRRÍAN los desajustes y no se vislumbran armonizaciones.


Puestos en estas tesituras, resuena aquella evocación de Sojynka sobre las esencias de cada ser, con su referencia al tigre, la tigritud; el animal no deja de ser natural y al fin devorador. En dicho sentido, necesitamos de una mayor y mejor atención hacia las cualidades humanas, digamos HUMANITUD, que saliera a flote con fuerza inusitada, alegre, tenaz y comunitaria, para afrontar con dignidad los retos percibidos a diario.

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