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Normalmente cuando se habla de la existencia de vida después de la muerte se acostumbra a decir que ningún difunto ha regresado del más allá para explicar lo que ha visto. Es cierto. A pesar de ello un instinto inconsciente impulsa a los incrédulos a reconocer la existencia de dos lugares bien diferenciados.
La máquina del tren, a mis espaldas silbaba como una serpiente enfurecida sibilina, ese día ya eran las nueve de la noche, hora que llegaban los comerciantes, estudiantes de la capital. El intimidante e irritado zumbido del tren, con su amenazador murmullo y vertiginosa velocidad acercándose a la estación ferroviaria, daba la escalofriante sensación de pavor, pero era anodino con un misterio deslumbrante.
En medio del infierno, las llamas devoraban las almas de los impuros, de aquellos que en la tierra dañaron a otros. Desde mi perspectiva el paisaje era hermoso, los gritos de aquellas almas eran un sonido grandioso con aroma a justicia, lástima que las victimas de sus maldades no pudieran ver que su mundo era injusto pero el mío era implacable.
En la enorme casona después de la muerte material, viaje a la segunda “vida” de Abultasén Abel, sus conocidos, ex trabajadores, y la comunidad arábiga aquí en la tierra le recordaban y discurrían, así: “Veremos quién triunfa, en la otra vida, las bellas letras o las muecas de letras como comedia tortuosa y signos de víbora envenenada que transforman la psiquis de esa palabra escrita que quiso competir con las bellas letras en esta vida. Esperemos noticias”.
Hoy me ha hecho reflexionar mi hija sobre la vida, no es que me haya soltado un tratado filosófico ni nada por el estilo, simplemente, al darle el beso de buenas noches le he dicho que la quería muchísimo, ella me ha dicho que me quería más, y yo, por supuesto, no podía perder en esa batalla, me he reído y he contestado que yo la quería aún más.
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