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Cuando la Iglesia abandona la autoridad de la Biblia, el paganismo ocupa el vacío

Vida más allá de la muerte

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Normalmente cuando se habla de la existencia de vida después de la muerte se acostumbra a decir que ningún difunto ha regresado del más allá para explicar lo que ha visto. Es cierto. A pesar de ello un instinto inconsciente impulsa a los incrédulos a reconocer la existencia de dos lugares bien diferenciados. En las tertulias de café, humorísticamente lo reconocen. Al cielo de los cristianos dicen no querer ir porque se morirían de aburrimiento. En el infierno, sí dicen que desearían pasar la eternidad porque tendrían a su alcance las bellezas del espectáculo. La eternidad para los incrédulos es una conjetura.


Es cierto que ningún ser humano a regresado del más allá para explicar lo que haya visto. Dios, el Eterno, durante unos cinco mil años nos ha hablado de ello por medio de los profetas. En los últimos días nos ha hablado de ello por medio de su Hijo “quien siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su substancia” (Hebreos 1: 1-3). Jesús que en su humanidad esconde la gloria de su divinidad es el único que puede hablarnos del Padre, el Invisible, a quien no ha visto nunca. La crucifixión de Jesús aguarda en la esquina. Las pocas horas que le quedan las dedica a dar las últimas instrucciones a sus discípulos. Uno de los temas a los que le dedica tiempo es a hablarles del Padre: “Nadie viene al Padre si no es por mí. Si me conocieseis, también a mi Padre conoceríais, y desde ahora le conocéis, y le habéis visto. Felipe le dice: Señor, muéstranos al Padre y nos basta. Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto el Padre, ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre? ¿No crees que yo soy en el Padre y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, Él hace las obras. Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí, de otra manera creedme por las mismas obras” (Juan 14. 6-11).


Jesús por ser quien es, es la persona indicada para explicarnos qué hay más allá de la muerte. Lo hace por medio de la parábola del mendigo Lázaro y el rico opulento. Dos hombres separados socialmente por un abismo difícilmente franqueable. Espiritualmente tan alejados el uno del otro como el Este lo es del Oeste. No era la condición social lo que realmente los separaba. Era el concepto que tenían de Dios.  El mendigo lleno de úlceras yacía en el portal de la mansión del rico. Deseaba saciarse con las migajas que caían de la mesa de rico opulento (Lucas 16: 2, 21). “El hombre rico se vestía de púrpura y lino fino, y cada día hacía banquete con esplendidez” (v. 19).

“Aconteció que murió el mendigo y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham” (v. 22 a). Esto indica que Lázaro al fallecer se fue directamente al paraíso en donde las almas de los salvados aguardan el día de la resurrección. Jesús, al malhechor que colgaba en una cruz junto a Él y que unos minutos antes de morir creyó en Él, le dijo: “De cierto te digo hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 23: 43). “Y murió también el rico, y fue sepultado. Y en el hades alzó sus ojos estando en tormentos” (v. 22b). 


El hades es el lugar en donde las almas de los condenados aguaran el día de la resurrección para ser lanzados al infierno donde pasarán la eternidad. Jesús que sabe con certeza qué hay en el más allá enseña que sólo existen dos estadios entre el deceso y la resurrección: El paraíso para los salvos y el hades para los condenados. Así lo creían los cristianos hasta que Gregorio el Grande se hace suya la idea pagana de los tres estadios que enseñaban Platón y Virgilio. En el año 1459 el Concilio de Florencia proclamó la doctrina del Purgatorio como doctrina de la Iglesia Católica, lo cual abrió de par en par la puerta por la cual accedió la doctrina pagana de los tres estadios. Al nuevo estadio se le bautizó Purgatorio porque en él las almas que se encuentran hospedad as purgan los pecados no perdonados en vida. Con el invento del Purgatorio da la Iglesia da un paso más en el camino de querer arrebatar la exclusiva de Dios de perdonar pecados. Con la nueva legalidad se comercializa de manera vergonzosa el supuesto poder de perdonar pecados. En el tiempo de Martín Lutero apareció en el escenario europeo el monje ambulante Johann Tetzel que a bombo y platillo anunciaba la venta de indulgencias para acortar la estancia de las almas en el Purgatorio. Lo comunicaba con estas palabras: “Una vez la moneda entra en el cofre, una alma del Purgatorio se va al cielo.


Hoy la Iglesia Católica no hace de manera tan descarada la venta del perdón de los pecados. Sigue usurpando la exclusividad de Jesús en perdonar pecados cada vez que uno de sus sacerdotes dice a alguien que se ha confesado: “Yo te perdono. Ve en paz”. Y los perdonados aparentemente tranquilos regresan a sus casas ignorando lo que les espera.

Vida más allá de la muerte

Cuando la Iglesia abandona la autoridad de la Biblia, el paganismo ocupa el vacío
Octavi Pereña
lunes, 23 de septiembre de 2024, 10:19 h (CET)

Normalmente cuando se habla de la existencia de vida después de la muerte se acostumbra a decir que ningún difunto ha regresado del más allá para explicar lo que ha visto. Es cierto. A pesar de ello un instinto inconsciente impulsa a los incrédulos a reconocer la existencia de dos lugares bien diferenciados. En las tertulias de café, humorísticamente lo reconocen. Al cielo de los cristianos dicen no querer ir porque se morirían de aburrimiento. En el infierno, sí dicen que desearían pasar la eternidad porque tendrían a su alcance las bellezas del espectáculo. La eternidad para los incrédulos es una conjetura.


Es cierto que ningún ser humano a regresado del más allá para explicar lo que haya visto. Dios, el Eterno, durante unos cinco mil años nos ha hablado de ello por medio de los profetas. En los últimos días nos ha hablado de ello por medio de su Hijo “quien siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su substancia” (Hebreos 1: 1-3). Jesús que en su humanidad esconde la gloria de su divinidad es el único que puede hablarnos del Padre, el Invisible, a quien no ha visto nunca. La crucifixión de Jesús aguarda en la esquina. Las pocas horas que le quedan las dedica a dar las últimas instrucciones a sus discípulos. Uno de los temas a los que le dedica tiempo es a hablarles del Padre: “Nadie viene al Padre si no es por mí. Si me conocieseis, también a mi Padre conoceríais, y desde ahora le conocéis, y le habéis visto. Felipe le dice: Señor, muéstranos al Padre y nos basta. Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto el Padre, ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre? ¿No crees que yo soy en el Padre y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, Él hace las obras. Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí, de otra manera creedme por las mismas obras” (Juan 14. 6-11).


Jesús por ser quien es, es la persona indicada para explicarnos qué hay más allá de la muerte. Lo hace por medio de la parábola del mendigo Lázaro y el rico opulento. Dos hombres separados socialmente por un abismo difícilmente franqueable. Espiritualmente tan alejados el uno del otro como el Este lo es del Oeste. No era la condición social lo que realmente los separaba. Era el concepto que tenían de Dios.  El mendigo lleno de úlceras yacía en el portal de la mansión del rico. Deseaba saciarse con las migajas que caían de la mesa de rico opulento (Lucas 16: 2, 21). “El hombre rico se vestía de púrpura y lino fino, y cada día hacía banquete con esplendidez” (v. 19).

“Aconteció que murió el mendigo y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham” (v. 22 a). Esto indica que Lázaro al fallecer se fue directamente al paraíso en donde las almas de los salvados aguardan el día de la resurrección. Jesús, al malhechor que colgaba en una cruz junto a Él y que unos minutos antes de morir creyó en Él, le dijo: “De cierto te digo hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 23: 43). “Y murió también el rico, y fue sepultado. Y en el hades alzó sus ojos estando en tormentos” (v. 22b). 


El hades es el lugar en donde las almas de los condenados aguaran el día de la resurrección para ser lanzados al infierno donde pasarán la eternidad. Jesús que sabe con certeza qué hay en el más allá enseña que sólo existen dos estadios entre el deceso y la resurrección: El paraíso para los salvos y el hades para los condenados. Así lo creían los cristianos hasta que Gregorio el Grande se hace suya la idea pagana de los tres estadios que enseñaban Platón y Virgilio. En el año 1459 el Concilio de Florencia proclamó la doctrina del Purgatorio como doctrina de la Iglesia Católica, lo cual abrió de par en par la puerta por la cual accedió la doctrina pagana de los tres estadios. Al nuevo estadio se le bautizó Purgatorio porque en él las almas que se encuentran hospedad as purgan los pecados no perdonados en vida. Con el invento del Purgatorio da la Iglesia da un paso más en el camino de querer arrebatar la exclusiva de Dios de perdonar pecados. Con la nueva legalidad se comercializa de manera vergonzosa el supuesto poder de perdonar pecados. En el tiempo de Martín Lutero apareció en el escenario europeo el monje ambulante Johann Tetzel que a bombo y platillo anunciaba la venta de indulgencias para acortar la estancia de las almas en el Purgatorio. Lo comunicaba con estas palabras: “Una vez la moneda entra en el cofre, una alma del Purgatorio se va al cielo.


Hoy la Iglesia Católica no hace de manera tan descarada la venta del perdón de los pecados. Sigue usurpando la exclusividad de Jesús en perdonar pecados cada vez que uno de sus sacerdotes dice a alguien que se ha confesado: “Yo te perdono. Ve en paz”. Y los perdonados aparentemente tranquilos regresan a sus casas ignorando lo que les espera.

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