Hoy me ha hecho reflexionar mi hija sobre la vida, no es que me haya soltado un tratado filosófico ni nada por el estilo, simplemente, al darle el beso de buenas noches le he dicho que la quería muchísimo, ella me ha dicho que me quería más, y yo, por supuesto, no podía perder en esa batalla, me he reído y he contestado que yo la quería aún más.
Al final de ese combate en el que hemos quedado empatadas, he concluido diciendo que la quería más que a mi vida, le he dado un abrazo y ya me iba cuando una pregunta me ha detenido en el marco de la puerta de su dormitorio “Mamá ¿tú quieres mucho tu vida?”, yo contesté instantáneamente que sí, que amaba mi vida pero que la daría por ella sin pestañear. Ahí terminó el capítulo de buenas noches con mi hija, pero su pregunta siguió en mi cabeza revoloteando como esos buitres que rondan hambrientos a un pobre y triste animal al que le ha llegado su hora.
“¿Tú quieres mucho tu vida?” pues lo cierto es que toda la humanidad, lo más valioso que posee en este mundo es su vida, y estoy segura de que, si a alguien le dan a elegir entre un millón de diamantes y su vida, elegiría su vida, porque… ¿para qué le iban a servir los diamantes si está muerto?
Lo más extraño es que muchos de nosotros no valoramos la vida hasta que corre realmente peligro, muchos de nosotros vivimos en un mundo gris perennemente en el que sale el sol pocas veces al año, muchos de nosotros solo vivimos por un motivo de peso que es el que nos ata a esta tierra llena de hipocresía, de maldad, de odio y de injusticia.
A mis cuarenta y cuatro años he visto tanto dolor causado a seres inocentes, tanto odio reflejado en una mirada, y tanta falta de culpabilidad, que cada vez estoy más a favor de los robots, quizás ellos no deberían parecerse a nosotros, no somos un buen ejemplo a imitar.
Así que a la pregunta de si quiero mi vida, contestaría que mientras a mis hijos les haga falta, sí, quiero mi vida, pero si me hubiera preguntado si valoro mi vida, entonces habría estado en una grave tesitura. No, no valoro mi vida, el valor de mi vida depende solo del que los demás deseen darle, mientras ellos la valoren será porque me necesitan, en el momento que no la valoren, querrá decir que ya no me necesitan, y, por lo tanto, habrá llegado el momento de partir.
Lo sé, últimamente no soy un buen ejemplo de positividad, y tampoco soy una buena consejera, así que, si no queréis que os hunda en la miseria, no me pidáis consejo ahora mismo, mejor esperad.
Me hace gracia que la gente hable de cielo e infierno, de ángeles y demonios, pero lo que realmente me hace gracias es que hablen de ellos como si fueran seres que viven en otra dimensión. Quizás sea cierto, quizás no, pero de lo que estoy segura, es de que, en este mundo, cada día nos tenemos que enfrentar a demasiados demonios y hay pocos ángeles con los que aliarte, y los que hay, no tienen armas suficientes para combatir en igualdad de condiciones, porque si no fuera así, ¿cómo explicáis que ganen siempre los malos? Da igual lo que hayan hecho, al final siempre ganan.
Y sí, cariño, os quiero más que a mi vida, y si cuando acabe mi vida me dan a elegir entre ir al cielo o vivir en el infierno torturando almas, no me busques en el cielo, porque me hallaré disfrutando de la dulce venganza que supondrá torturar cada alma que te haya hecho daño, cada maldad que haya triunfado y a cada cómplice que haya mirado hacia otro lado. Allí estaré, junto al trono del oscuro Rey alado, para ocuparme de aquellos que en la tierra se han deshumanizado y han vendido con cada acción malvada su alma al diablo.
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