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Una conjunción de inocencia y credibilidad puede producir sospecha, ya que muchas veces es cuestionable (no siempre) eso de que si eres inocente no tienes credibilidad. Existe una cita de un literato, creo que del británico-estadounidense Thomas S. Eliot, que dice que «la conjunción de inocencia y credibilidad se repite pocas veces en nuestras vidas, que pronto se convierte en fatiga y en tedio, y que es aburrido acostumbrarse a ella».
Cuando veíamos fotos de familia de hace 20 años, decía una niña de 3 años y medio: "¿Yo no estoy?" Esta pregunta, aparentemente sencilla, refleja una profundidad y un misterio que trasciende la comprensión temporal de la existencia humana. Para un niño, la idea de no estar presente en un momento capturado en una fotografía es incomprensible.
No pasamos precisamente por los tiempos en que los reyes de todo tipo gocen de buena prensa. El pueblo en general ya se fía bastante menos de la realeza, dado el ejemplo que algunos nos dan. Incluyendo a los cuatro reyes de las barajas de Fournier.
El ser humano cuenta con un listado interminable de talentos espectaculares y de miserias aborrecibles. Tanto talentos como actos despreciables, han estado presentes en todos los tiempos de nuestra historia, y la verdad es que no hay nada nuevo bajo el sol del Siglo XXI. Pero hoy quisiéramos expresarnos en torno a la actitud denigratoria por excelencia denominada “difamación”.
Pueden creerme si les digo que el título queda muy lejos de la simple metáfora, al menos en lo que a mi biografía personal se refiere ¿Cuándo pierde uno la inocencia? Supongo que a esta pregunta cada cual responderá de una manera. Habrá quien la pierda tras una experiencia decepcionante que le abre los ojos, o en medio de un viaje iniciático. Quizá en un burdel barato invitado por un tío legionario. Y habrá quien no la pierda nunca porque nunca le afectó tal cosa.
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