| ||||||||||||||||||||||
En medio de los afanes de la semana, me surge una breve reflexión sobre las sectas. Se advierte oscuro, aureolar que diría Gustavo Bueno, su concepto. Las define el DRAE como “comunidad cerrada, que promueve o aparenta promover fines de carácter espiritual, en la que los maestros ejercen un poder absoluto sobre los adeptos”. Se entienden también como desviación de una Iglesia, pero, en general, y por extensión, se aplica la noción a cualquier grupo con esos rasgos.
Decía un gran amigo mío, religioso, ya entrado en años, vasco con libertad ideológica: “Ángel, si quieres que no te falta nada haz un voto de pobreza, siempre acompañado de un humilde voto de obediencia”. Mi amigo no citaba el voto de castidad y le pregunte “¿Por qué?”. Me respondió que la afectividad no necesita ningún voto pues es un don del ser humano que enriquece la convivencia.
Escribió Hannah Arendt que “lo más grave, en el caso de Eichmann, era precisamente que hubo muchos hombres como él, y que estos hombres no fueron pervertidos ni sádicos, sino que fueron, y siguen siendo, terrible y terroríficamente normales”. Extractaba así el concepto de banalidad del mal, expresado por la escritora judía en el contexto del juicio al jerarca nazi tras ser capturado en Argentina, allá por 1960, para ser juzgado en Israel.
Describe y refiere Elvira Roca Barea, en 'Las Brujas y el Inquisidor', sucesos y disputas tangentes al brote de brujería de Zumarragurdi, acaecido a principios del siglo XVII. Resalta, en la narración, la discordancia entre el inquisidor español, amparado por el mandamás de la Suprema y por algún obispo asimismo escéptico, y el encargado de la instrucción de casos similares en Francia.
Nada menos que 264 papas son los que han ocupado, a través del tiempo, el solio pontificio, aunque también los ha habido que no han seguido, durante su mandato no parece que estén tan preocupados por la marcha de la iglesia.
|