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Noche de paz, así dice una canción, porque es Navidad y en Navidad siempre brilla el sol. ¿O no? Bueno, es lo que se dice, lo que se canta, lo que se compra, lo que los adornos hablan, las cervezas, las copas, las fiestas, y las castañas…
Se rieron de aquel poeta por ser un gran soñador, lo gris convertía en blanco, lo negro mezclaba con gris, y al azul le sonreía y al rojo le lloraba, el verde adoraba y el crema lo relajaba.
Siempre concebí la vida, compartida con amigos, porque a mí la soledad me parece un gran castigo.
Cuando pienso en ti, me acuerdo de los poros de tu piel, de tus mil besos y caricias alegres.
Te amaré sólo si lo mereces. Deberás hacer grandes esfuerzos para que no desconfíe, para al fin creerte amigo y ya quererte.
No tengo tiempo, para tus gritos, para tus insultos ingratos en mí.
Me voy dando cuenta de que he sido feliz, cada día respiro profundo y miro al cielo, por veces azul, por veces gris, pero siempre presente para mí.
Nuestra España está triste … ¿qué tendrá en su cabeza? Sus vergüenzas se esconden, bajo la sucia mesa, donde vende a la patria, un hombre sin honor. Está melancólica como el rostro de un moro, ya no tiene tronío, ha perdido el decoro, y despinta su enseña, por culpa de un traidor.
Calles y gatos. Ayúdales tú siempre.
Voy a escribir este informal soneto, que aún con rima y métrica fina, es su argumento, una gran pamplina, todavía peor, que un tosco panfleto.
Escribir un soneto es concentrarse, escribir un soneto es decidirse, escribir un soneto es evadirse escribir un soneto es retratarse.
Viendo el azul del mar, el verdor de un campo sembrado de amapolas, el sol que no deja de brillar para rizar mi piel…
Ven y canta conmigo esta canción para despertarlos de su desesperanza. Para despertarnos. Cantando con los gatos será libre tu corazón. Mirando a los cerdos a los ojos. Todo lo que no entra en tu casa no lo ves y por eso no existe, y por eso no es mundo.
Te quise, desde que te he visto, pues sentí un fuerte latir en el pecho que me decía “le quiero”, le quiero...
Ando, sobre estas arenas finas, sobre cada poro de tu piel. Ando, de puntillas en ti, con paso firme en mi vida.
Mini, mi gata de ojos azules… cual terciopelo tu textura, de acero inoxidable, del bueno… cual recuerdo en la distancia, Minini beige de pelo, Minia dorada del sol.
Lo expresó solicitándomelo volcada hacia mí. Rehusar no me caracterizaba ni solía dejarme confundir.
Llega la hora, morirme voy pronto sé.
Mi madre fue una mujer sabia. Natividad Rojas de la Rosa (13 de julio de 1936 – 4 de diciembre de 2001) –así se llamó mi madre–, siempre prodigaba amor y abnegación en todos sus actos. Ahora sé que aprendió muchas cosas de su abuela, de la sabiduría popular que se transmite de boca a oído, de confiar en el sentido común y la profunda intuición que caracteriza a quienes abrevan de las raíces chamánicas de nuestro pueblo.
¿El poder de los sueños? ¿o la estupidez de los sueños? Hay muchas teorías sobre los sueños, y lo cierto es que me he sorprendido en ocasiones al encontrar hechos inexplicables en ellos. Pero hoy no voy a hablaros de teorías conspiratorias ni nada por el estilo, bueno, tal vez sí.
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