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La ciudad de Barcelona, en favor de una transformación fantasiosa de sí misma, siempre bajo el paraguas efectista de la ‘sostenibilidad ambiental’, como socorrida coartada ejemplificada en su más que evidente y disruptiva conversión urbanística, se le adivina en su resultado final el poco o nulo interés por conectar con las necesidades vitales de una gran mayoría y en aquellos planeamientos al servicio de las personas.
La singularidad que todos poseemos, se conjuga a través de la interioridad vivencial y de la intencionalidad expuesta, a través de la voluntad, modulando y modelando un hálito reintegrador de pulsos y mente, de forma activa, para la reconstrucción de nuevas rutas. Nada permanece, todo está sometido al avance social, lo que requiere de cierta audacia para llegar a buen puerto.
En la colosal vorágine de los tiempos modernos, nos encontramos enredados en un tejido de deseos y ansias desbocadas. Nos hemos convertido en una sociedad dominada por la avaricia, un apetito voraz que desemboca en la insaciabilidad. La hambruna crónica de la insatisfacción. Más y más por el mero más y más. Lejos queda la capacidad personal y colectiva de detenernos a pensar quiénes somos y echar la vista atrás para recapitular de dónde venimos.
La realidad nos implica y compromete a todos, cada cual desde su situación y quehacer cotidiano. Absoluto respeto a la diversidad, mediante la promoción de la alianza y el compromiso con el hábitat que nos circunda. Obviamente, tenemos que sustentarnos entre sí, a través de una mirada global, aparte de cultivar el buen ánimo sin distinción alguna y engendrar otro espíritu más armónico, para que nadie se sienta excluido o favorecido por su identidad concreta.
El tren de las sorpresas modernistas, con adornos llamativos y automatismos imprevistos, apenas nos da respiro. El vagón principal es una adivinanza, desconocemos su ubicación y sus verdaderas características. La enorme extensión de los raíles muestra las bifurcaciones, desprovistas de señalización alguna.
Tenemos que aprender a valorar nuestra personal existencia; y, así, cada día debe ser un motivo de realización mística y una motivación plena de esperanza. Lo importante no es atesorar nada, sino marchar unidos para poder reencontrarnos entre sí, junto a los demás.
Define nuestro diccionario el pluralismo como “sistema por el cual se acepta o reconoce la pluralidad de doctrinas o posiciones”. Por otro lado, la voz diversidad se precisa como “variedad, desemejanza, diferencia” y, en una segunda acepción, como “abundancia, gran cantidad de varias cosas distintas”.
Los contrastes nos ocupan, forman parte intrínseca de nuestros quehaceres, en privado o en público; desde el tuétano de lo más íntimo a los enrevesados intríngulis mundanos. La noche o la luz diurna, el calor o la frialdad, se identifican con meridiana claridad; pero las apariencias también pregonan sus facultades de hacernos ver lo que no es y ciertas presencias a la vez.
Todo exige entrega y generosidad, tanto para remover corazones de piedra como para poner orden en nuestro itinerario viviente. Las circunstancias del momento, con el aluvión de conflictos, injusticias e inseguridades, igualmente nos llaman a suscitar una cultura de paz, utilizando el abecedario del amor y el pulso de la cognición.
El diccionario es permisivo, incluye la rigidez en la delimitación de las entradas y salidas; al tiempo que acoge la pérdida de los formatos cerebrales a la hora de regular las ideas entrantes o las emitidas tras elucubraciones varias. A veces no está tan claro si apreciamos más los desajustes o seguimos fieles a ciertos límites establecidos.
La sencillez y la complicación están entrelazadas hasta el punto de una relación interminable, con abrazos y desplantes, como si de seres humanos se tratase. Sus semblantes ofrecen ese doble cariz de unas entidades ambiguas. Desde la observación es difícil identificarlas con precisión debido a lo ambivalente de sus aspectos.
Pienso, y esto no deja de ser una opinión exclusivamente personal, que la literatura debe estar escrita siempre desde el foco de la ilusión y la esperanza. Son los esenciales avituallamientos para la creatividad. No digo ya que las novelas deban tener un matiz rosa y de amores platónicos que nos alejan de la realidad. Porque ante todo hay que tener presente el punto de unión entre la ficción y la realidad.
Creo que confiamos demasiado en los sistemas de producción y muy poco, por no decir nada, en las personas; fruto de una neurótica torpeza, cuestión que nos encamina a derribar la propia sensatez, el juicio natural que todos llevamos innato. Lo verdaderamente cruel de esta situación absurda es que está ahí, en cualquiera de los continentes del mundo; a pesar de que se nos llena la boca, en favor de un desarrollo verdaderamente humano e integral.
Sin apenas darnos cuenta hemos paseado por curiosos senderos; eso sí, apresurados, sin percepciones relevantes. En todo caso, experiencias esporádicas tendentes al aislamiento; quedan relegadas con frecuencia las consideraciones del entorno, de las demás personas e incluso de los mejores fondos personales. La prisa no concede respiros adecuados y las actitudes displicentes de los caminantes se consideran autosuficientes.
La espiral de intimidación está en plena actuación, sólo la frena el cultivo del amor; con lo que ello supone de clemencia y espíritu donante, si en verdad queremos liberarnos de nuestro egoísmo, superando el instinto dominador, con una sincera revisión existencial. Tampoco es el uso de la fuerza, ni la búsqueda ciega de intereses materialistas, lo que podrá reconducirnos a una auténtica concordia.
Nos desenvolvemos en unos ambientes controvertidos, las deliberaciones francas y los acuerdos se reflejan como entes vetustos, si no olvidados en las prácticas habituales, desterrados a terrenos ignotos. La imprecisión se cuela por cualquier rendija social, con acelerados cambios de impresiones y forzamientos insospechados.
El progreso consiste en hacer nuevas todas las cosas. Por eso, en el acontecer de los días, hay que tener el valor de tomar aliento para poder elegir la orientación debida, así como la valentía necesaria para aprender a reprendernos, desde la auténtica contemplativa de la luz, que es lo que trasciende las palabras mismas y, a la par con ellas, habla el corazón.
Estamos en plena cuaresma del año 2024, tiempo de reflexión personal y también debería ser comunitaria. Sería muy bueno y útil pensar qué hemos hecho bien o mal, qué hemos dejado de hacer por omisión, pereza o ignorancia. ¿No sería bueno reflexionar sobre la sociedad que hemos construido?
En nuestra hoja de ruta debe estar presente, también nuestra propia contribución, a restablecer un clima de concordia. Hemos venido a la tierra con el empeño de conciliar y reconciliar vínculos, de hacer y rehacerse como familia, de generar hogar y de instituir la paz como avance para poder caminar fusionados.
Para los que no circulamos por las cumbres de las variadas ocupaciones sociales, se hace muy cuesta arriba la decisión de posicionarse con cierta dignidad. Las venturas y desventuras se tejen al pairo de los montajes sociales. Con el añadido de llevarlo a cabo a unas velocidades vertiginosas, acentuadas por un sinfín de intervenciones simultáneas provenientes de los ángulos más insospechados.
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