Define nuestro diccionario el pluralismo como “sistema por el cual se acepta o reconoce la pluralidad de doctrinas o posiciones”. Por otro lado, la voz diversidad se precisa como “variedad, desemejanza, diferencia” y, en una segunda acepción, como “abundancia, gran cantidad de varias cosas distintas”. Aunque puedan parecer lo mismo, en Filosofía se identifica el pluralismo con la descripción y concepción del mundo como entidad compuesta por una multiplicidad de realidades, bien independientes, bien interrelacionadas las unas de las otras, mientras que la diversidad, por su parte, se concibe como existencia de cosas variadas y distintas entre sí dentro de un determinado ámbito o espacio. Asimismo, en el campo de las culturas, se refiere la diversidad a la multiplicidad de las mismas y el pluralismo, a la coexistencia entre ellas.
Sea como sea, se utiliza en los últimos tiempos con asiduidad el término diversidad, que se aplica a casi todo, y que parece identificarse, tácitamente, con el pluralismo. Pero no se trata de lo mismo. Como ejemplo, las distintas variantes de una especie vegetal o animal son muestra de su diversidad, pero la existencia de múltiples especies pone de manifiesto el pluralismo de la vida.
¿Podemos trasladar todo ello a lo ideológico y político? En nuestro presente, se tiende a penalizar el pluralismo en favor de la diversidad. En una carta publicada en la revista Harper´s (7 de julio de 2020), firmada por 153 intelectuales, en su mayoría de izquierdas, se denunciaba que, en nombre de los avances logrados por los activistas de la «justicia racial y social» (que los firmantes celebran) se aceptase el uso de métodos «que tienden a debilitar nuestras normas de debate abierto y de tolerancia hacia las diferencias en favor de la conformidad ideológica». La carta abrió un debate sobre la «cultura de la cancelación».
En relación con lo anterior, podemos afirmar que no existe democracia, ni libertad individual, sin pluralismo. Se trata de aceptar que la división de la sociedad en distintos sectores sociales y la concurrencia de ideas e intereses diferentes, incluso contrapuestos, supone más una fortaleza que una debilidad. Y resulta tremendo que, para reconocer la diversidad frente a la uniformidad, se pretenda imponer una nueva diversidad que anula el pluralismo, induciendo un regreso a los tiempos de la ortodoxia religiosa, extendida ahora al ámbito ideológico y político. Pero se pretende, desde la severidad de lo woke, ignorar la existencia de concepciones distintas sobre lo que es bueno o malo, y reducirlas a una sola. En síntesis, el Bien, con su diversidad, frente al Mal.
En “La sociedad multiétnica” (2001), el politólogo Giovanni Sartori afirmaba que “el pluralismo está obligado a respetar una multiplicidad cultural”, pero añadiendo que “en la medida en que el multiculturalismo actual separa, es agresivo e intolerante, en esa misma medida el multiculturalismo en cuestión es la negación del pluralismo”.Por su parte, escribía Edgar Morín que la democracia “no puede identificarse con la dictadura de la mayoría sobre las minorías; debe incluir el derecho de las minorías (….) y debe permitir la expresión de las ideas heréticas y marginales”.
Sin embargo, parece evidente que el concepto de herejía se extiende cada vez más hacia cualquier noción o pensamiento que se salga de la línea marcada por la diversidad woke, que deviene así en concepto alejado de la pluralidad como método de convivencia.
No estaría de más una reflexión sobre ello antes de que sea tarde en la actual deriva hacia nuevas formas de totalitarismo que, mostrándose indoloras en principio, acabarán por resultar tan dañinas como las del pasado.
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