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El capitalismo se puso en marcha impulsado por un lema bien conocido: «Dejar hacer, dejar pasar». Unos reconocen su autoría a Vincent de Gournay (1712-1759) y otros a Pierre Samuel du Pont de Nemours (1739-1817), pero, sea cual fuese su original creador, lo cierto es que ninguna frase refleja mejor lo que necesitaba la sociedad de la época para que se consolidara una economía como la capitalista.
El índice de Gini del 2023 (indicador utilizado para medir si la distribución de ingresos o de gastos entre individuos u hogares de una economía se aleja o acerca a una distribución perfectamente equitativa), en España sería del 35%, lo que le convierte en el quinto país más desigual de la UE.
El uno por ciento más rico del mundo tiene más riqueza que el 95 % del resto de la humanidad y las corporaciones monopolistas son las que dan forma a las decisiones globales y a las reglas para enriquecerse, mientras frustran el progreso, según se ha denunciado en un nuevo informe la coalición internacional contra pobreza Oxfam.
La desigualdad social cava un abismo social, cava una fosa social. Y este es nuestro auténtico problema, nuestro sufrimiento real. Sin embargo, se oculta que la desigualdad aumenta y se oculta que una ínfima minoría social -bancos, eléctricas, petroleras y capital extranjero- gana cada vez más a costa de recortar el bienestar, de empobrecer -en mayor o en menor medida- a la mayoría social.
CaixaBank ha disparado su beneficio un 25% en el primer semestre, hasta los 2.675 millones de euros. BBVA obtuvo un beneficio de 4.994 millones de euros en el mismo periodo del año, un 29% más que en el ejercicio anterior. En ambos casos consideran que el resultado recoge una mejora generalizada de la economía. Sin embargo, con ese crecimiento económico se oculta que aumentan las desigualdades.
El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, propuso un impuesto a las grandes fortunas mundiales durante un foro de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en esta ciudad suiza, y reiteró la propuesta este viernes 14 ante la cumbre del Grupo de los Siete (G7), de las grandes potencias industriales de Occidente, en Bari, sur de Italia.
El presidente Sánchez ha fundamentado su decisión de continuar al frente del gobierno afirmando que “no supone un punto y seguido, es un punto y aparte, se lo garantizo”. Desde luego, deseamos profundamente que -al expresar la necesidad de un “punto y aparte”- acepta que es necesario, de manera urgente, un cambio que no se limite a reformas cosméticas. ¿Pero qué es punto y aparte para nosotros -para la inmensa mayoría- ante el galopante empobrecimiento que sufrimos?
El beneficio de la banca española que consigue del atraco al resto de la población está descarnadamente por encima no solamente de la media europea, sino que duplica, ¡ay!, a la banca alemana y francesa. Menos mal que uno tiene la mente algo esquizofrénica. Eso ayuda mucho a descubrir las conexiones ocultadas en la realidad dolorosa del saqueo que sufrimos.
“Más de la mitad del valor de la riqueza en España se concentra en manos de apenas un 10% de la población; y un 22%, en las del 1% más rico. Mientras, los hogares que conforman el 50% más pobre apenas concentraban el 7% de la riqueza total del país y han visto cómo se ha reducido el valor de su riqueza.” (Informe Intermón Oxfam).
Había recortes, ahora habrá más. Había escudo social, ahora habrá menos. ¿Por qué no redistribuir la riqueza? En 2020, debido a la pandemia, la Unión Europea (UE) no tuvo más remedio que aflojar el dogal que exigía apretarse el cinturón para reducir deuda y déficit. Se necesitaba una enorme inyección de dinero público para paliar las consecuencias más graves sobre la mayoría de la población, en especial, la más vulnerable. Esos tiempos, para la UE, ya se han acabado.
Hay dos instrumentos oligárquicos de robo. Uno es la inflación monopolista y otro es el expolio financiero. Con ambos nos han saqueado al 90% de los españoles la cantidad de 107.400 millones de euros -295 millones de euros diarios-, un gigantesco trasvase de riqueza de las rentas de las clases populares, trabajadores, autónomos y pymes, hacia la banca y los monopolios de la energía, las grandes superficies y cadenas de distribución.
No es inflación, es saqueo monopolista. Sí hay alternativa, redistribuir la riqueza. Perdonen que empecemos por el final. Porque la escalada de la inflación no es un “fenómeno natural caído del cielo”, sino que está siendo alimentada por los monopolios de la energía, las grandes cadenas de distribución de materias primas y alimentos y el capital financiero para incrementar su tasa de ganancia.
Los datos del último informe de Intermon Oxfam, “La ley del más rico”, nos revelan que el 1% más rico de la humanidad se apropió de dos tercios de la nueva riqueza producida desde 2020. Lo que significa que por cada dólar que recibía una persona del 90% más pobre de la humanidad, uno de los representantes de esa extremadamente minoritaria pero extraordinariamente poderosa élite del capitalismo global se embolsaba 1,7 millones de dólares.
Unas recientes declaraciones del dueño de Mercadona, Juan Roig, diciendo que los empresarios son los que crean la riqueza, muestran el desconocimiento que gran parte de la clase empresarial española tiene sobre cómo funcionan realmente la economía y sus propias empresas.
El fenómeno de la globalización económica ha conseguido que todos los elementos racionales de la economía estén interrelacionados entre sí debido a la consolidación de los oligopolios, la convergencia tecnológica y los acuerdos tácitos corporativos. Dicho neoliberalismo económico sería el culpable de que según la OIT para el 2.023 el número total de desempleados en el mundo alcance los 207 millones (6% de la población activa).
Según datos de toda procedencia, más del 41% de la población reconoce abiertamente tener dificultades para pagar el recibo de la electricidad y el gas, y mantener el nivel de alimentación que tenía antes de que la inflación se disparara. Y la subida de las hipotecas ahoga ya a más del 20% de las familias hipotecadas. Al mismo tiempo, los grupos económicamente más poderosos no tienen ninguna crisis sino una inflación de beneficios.
Las grandes empresas tributaron solo un 4,5% de su beneficio, los bancos un 2,9% y las multinacionales no llegan al 2%. Las (pymes) pagaron tres veces más que las grandes -un 16% de sus ganancias- en el impuesto de sociedades. Menos de un 5% en impuestos, esto es lo que realmente pagan -de acuerdo a sus beneficios- las 232 compañías -nacionales y filiales de grupos extranjeros- que en España tienen una facturación superior a los 1.000 millones de euros.
El castigo de la inflación a la mayoría de la población española ha puesto en primer plano la exigencia de que “paguen más los que más tienen”. Pero el debate se desvía hacia mantener el impuesto de patrimonio, aumentar las ayudas sociales, incrementar en 2 o 3 puntos algunas tasas a los más ricos, o imponer impuestos limitados y temporales a la banca y al oligopolio eléctrico.
La invasión imperialista rusa de Ucrania va a prolongarse, amenazando la paz y la estabilidad, y amplificando los efectos que ya está teniendo en las economías de todos los países europeos. Y la inflación no será un fenómeno coyuntural, sino que se prolongará al menos durante todo el año en niveles máximos, por encima del 7%, manteniendo una escalada de precios que lejos de remitir se está acelerando.
Según el Informe Mundial de la Riqueza 2022, España se encuentra en la posición 15 dentro de los 25 principales mercados por población HNWI con 246.500 titulares de grandes fortunas, un 4,4% más con respecto al año pasado. La primera posición la ocupa Norteamérica con 746.000 personas y la última Bélgica con 141.000 personas respectivamente.
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