¿Verdaderamente alguien piensa que la elección de Trump como presidente de los EE.UU. es una aberración? No, en absoluto. El cuadragésimo séptimo presidente de la nación más potente del mundo es la revelación del verdadero rostro de América. Trump es, a pecho descubierto, el descarnado poder de la oligarquía estadounidense. La adoración de la riqueza obscena, sin miramiento alguno.
Fue Warren Buffett quien dijo, ya en 2006: «Hay una guerra de clase, sí. Pero es mi clase, la de los ricos, quien la está librando y quienes la estamos ganando». Esa lucha de las conciencias de las mentes por la que tanto se preocupó Gramsci se ha perdido. La batalla ha sido ganada por los nuevos dueños del mundo que, sin lugar a duda, iniciarán lo que el corresponsal romano Andrea Rizzi ha dado en llamar La era de la revancha.
El mundo se ha convertido en un auténtico polvorín donde tiranos, demagogos y «tecnoligarcas» de Oriente y Occidente confluyen en la embestida contra la democracia. Pero que nadie, desde esa izquierda falsamente progresista, se lleve las manos a la cabeza. Porque han sido ellos precisamente, con sus políticas dirigidas a su propio bienestar y no al del ciudadano, quienes han puesto la alfombra roja hacia el poder a estos individuos. A estos populistas de trazas configuradas en la estulticia y en la incultura.
Trump y su adlátere Elon Musk son los típicos populistas de vírgulas dictatoriales que se han aprovechado del descontento de los desfavorecidos generado por un gobierno como el de Biden. Un desorientado anciano más pendiente del cielo verde por el que vuelan sus aviones presidenciales con todo su séquito, al estilo de un príncipe árabe, que de la presión salarial. Más pendiente de la festividad de banderines arcoíris y woke que del decrecimiento del nivel adquisitivo o del acceso a la vivienda. El velo de seda se ha rasgado y ha quedado a la vista un cuadro al estilo de los sueños de Goya: personas que se han quedado en situaciones de precariedad y que cada día se ven más ahogados con las necesidades del día a día. De nada ha servido la sonrisa afroamericana de Kamala Harris. Ni su preparación intelectual y laboral, ni incluso llegar a decir, previo a las elecciones, que ella también tenía un arma en casa, con la intención electoralista de ganarse a los pistoleros seguidores de las películas de John Ford o Howard Hawks.
Y en estas circunstancias, ha sido el olfato de los populistas, de la gente sin escrúpulos, la que ha llevado a Trump a encender la ira de la veta nacionalista, del odio a los extranjeros, de la mecha de un enfermizo y ridículo patriotismo excluyente e incluso supremacista. Tiene guasa que las proclamas de Trump y todo su cortejo azucen al odio al extranjero, siendo precisamente él hijo de inmigrantes. Trump ha dado en la diana. El deseo insaciable de un dinero que nunca es suficiente, la obsesión materialista que siempre ha caracterizado el estilo de vida estadounidense y que, como ha escrito Carlo Pizzati, hoy día ha sido adoptada sin discriminación en gran parte del mundo.
Ya no importa lo terrenal, el bienestar común, los beneficios sociales, la protección de desfavorecido… ahora lo que importa es mirar hacia arriba. Hacia el cielo. Con el brazo en alto, saludando a Marte. El lugar donde hay que ir a clavar la banderita de las franjas y las estrellas «para que todos, cuando miremos hacia arriba, no nos demos cuenta de lo que ocurre en la Tierra».
Make America Great Again. Sólo así América volverá a ser grande. Porque el pensamiento americano solo se entiende a sí mismo. No hay intención alguna de aceptar otras formas de existencia. El egocentrismo americano sostenido en unos cimientos escasos de cultura y apuntalados exclusivamente por el dólar, por la riqueza y el dinero hasta límites insultantes.
Suena la música en esa investidura de Donald Trump. Se abre el telón y no cabe la menor duda, al ver esa representación de actores de la película a la que asistimos asombrados de que ha llegado el momento del éxtasis. De las burbujas especulativas, del enriquecimiento por la venta de armas, de los monopolios, del reparto geográfico como si de una tarta se tratara, del aumento de la desigualdad y de la restricción de los beneficios sociales. De todos y cada uno de esos dividendos que el ciudadano de a pie ha ido consiguiendo frente a los oligarcas y todopoderosos. Pequeños réditos arrancados a lo largo de los siglos y siglos de historia que ahora se esfumarán con la rapidez con la que el cohete de Elon Musk despega hacia Marte. Quemando miles de millones en el combustible de su ambición interestelar por llegar a ser el primer emperador de un planeta.
Como dijo Hobbes, el hombre puede ser un lobo para el hombre, y hoy día es Trump, el que más alto aúlla.
¡Pasen y vean! Comienza el espectáculo. Por lo pronto, Biden ya se ha encargado de indultar a todos y cada uno de sus familiares, en diferido, por el por si acaso.
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