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El tiempo no es sino el área entre nuestras presencias. La faena no es fácil. Tenemos que recambiar posturas para entendernos, también restablecer modos y manera de vivir para poder cohabitar en comunión. Ciertamente, nada se consigue sin trabajo; y, en este mundo que estamos reconstruyendo entre todos cada aurora, tenemos que hacer espacio para la concordia.
En un tiempo de tantas dificultades, en el que vivimos encerrados en nuestros propios intereses, tenemos que movilizarnos para el cambio. Noviembre puede ser un buen mes de inicio. Lo que debe estar claro, es que no podemos continuar enemistados con aquello de lo que formamos parte, el mundo.
El mundo tiene que empezar a reconstruirse, comenzando por abatir los diversos conflictos con clemencia y espíritu democrático, que es lo que objetivamente nos hace forjar una nueva unidad entre pueblos y culturas diversas. Esta noble visión de entendimiento, sustentada en los derechos humanos y en las libertades fundamentales, nos predispone a sentirnos parte de ese hogar común, del que todos hablamos, pero poco hacemos por llevarlo a buen término.
Hoy me refiero a ese verdadero halo que acompaña a las situaciones de cada momento y condición. En muchas ocasiones, la obra realizada, por muy relevante que sea, no es lo principal, a su vera se generan variadas repercusiones de mayor repercusión sobre la sociedad en general o las personas en particular. De hecho, una actuación, una obra determinada, puede verse superada por sus irradiaciones poco controlables.
El secretario de Estado de Educación, José Manuel Bar, ha participado en el Diálogo ministerial de alto nivel sobre la educación para la paz, en el marco de la 42ª Conferencia General de la UNESCO. En su intervención, el secretario de Estado ha destacado el papel fundamental de la escuela para inculcar los valores de paz, comprensión y respeto y ha abogado por reforzar en este proceso el rol del profesorado.
Somos pura contradicción. Cada día estamos más alejados entre sí, invertimos más dinero en armamento militar que en programas de cooperación y recursos internacionales, y esto nos cerca el ánimo soñador y nos acerca a la muerte sensible, hasta volvernos piedras y muros intransitables.
Al adentrarme en el neologismo de: 'la cultura de la cancelación' me percaté de que su significado me era familiar en tanto que elemento primigenio y objeto de observación. Por un momento, recordé el bar Cáceres y a sus clientes renuentes que descansaban plácidamente en los taburetes que, por aquel entonces, permanecían anclados al suelo.
El conocimiento propio, sin ser la única fuente de paz, puede desempeñar un papel esencial: somos imagen de Dios, llevamos una chispa divina en nuestro interior, y la autoconciencia es una comprensión de amor que abarca emociones, pensamientos, valores, creencias y comportamientos. Cuando sabemos vivir desde nuestra interioridad, ni siquiera las desgracias nos pueden quitar la paz interior.
Hay una mancha en nuestra percepción colectiva, que hemos de clarificar cada cual consigo mismo, a fin de alcanzar el sentido de responsabilidad que pesa sobre la humanidad. Nadie puede hoy en el mundo ignorar el volcán de sufrimientos que se desparraman por los rincones vivientes. El acceso a nuestra propia subsistencia es cada vez más preocupante.
Oír hablar a Pedro Sánchez (digo oír, porque escuchar, creo yo, sería pecado), es como estar contemplando esas series de documentales sobre animales salvajes, cómo “aguardan inmóviles, cómo se agazapan para que no les puedan ver, cómo serpentinamente reptan, caminando en zigzag y cómo embaucan a inocentes que no ven el peligro o a “maduros” que saben que si no le aplauden es difícil sigan en sus puestos y puedan perder su acomodada vida.
Cuesta concebir, después del camino recorrido hasta ahora, que no tengamos aún aprendida la lección de relaciones y vínculos. Para ningún ser humano es saludable esta atmósfera tenebrosa, con su ciclo de venganzas y de derramamiento de sangre. Sea como fuere, hemos de tener claro, que no podemos continuar en conflicto permanente.
Nos asentamos sobre una inestabilidad manifiesta, en la cual, los puntos fijos son una auténtica rareza, si es que llega alguno a perfilarse. Conocemos las funciones de partículas minúsculas, masas indetectables, energías potentes y avizoramos nuevas dimensiones en el Universo; los podíamos resumir en la actividad de unos átomos inquietos de interminables reacciones en ámbitos inalcanzables para nuestro entendimiento.
Coexistimos como seres en tránsito y en comunión por la vida; una historia que hay que valorizar, porque la memoria nos hace volver a lo que fuimos y somos. Jamás debemos olvidar este pasaje vivencial de ventanas abiertas; es menester envolvernos de nuestras raíces, reflexionar sobre ellas con el corazón y la mente.
Nada se entiende sin amor, será el modo de abrazar la paz y de resplandecer armónicamente de manera auténtica, cuestión más que requerida en estos tiempos de confusión y simulación permanente. Parece que nos hubiésemos globalizado para martirizarnos entre sí, en lugar de hermanarnos, de engrandecernos como familia y generar moradas con un símbolo de esperanza.
El mundo ha sido creado, no para despedazarse de inmoralidades, sino para ser recreado por los ojos humanos. Es un escándalo que continúen las contiendas más vivas que nunca, comenzando por las propias familias, que abandonan a sus progenitores. De igual modo, también es una indecencia, que millones de personas coexistan en la extrema pobreza.
Al paso del tiempo se están perdiendo los valores que inspiraron los juegos olímpicos y, especialmente el Maratón. Y no solo por la incorporación de nuevas disciplinas, sino por la pérdida de la mayor parte del espíritu que animó a aquellos amantes de los deportes, que a finales del siglo XIX, en Paris, decidieron reeditar la celebración de aquellos juegos olímpicos de la antigüedad, que se celebraban desde el siglo VIII a.C. en la ciudad helénica de Olimpia.
El mundo tiene que trabajar unido y, para conseguirlo, no hay otro modo que formar personas responsables y maduras, capaces de reconstruir el tejido de las relaciones, con una humanidad menos dividida y más fraterna. Lo cruel de este escenario, es que los docentes suelen ser incomprendidos y, por ende, la educación no levanta vuelos para retomar otros cielos más claros y humanos.
Descubramos firmamentos, pero respetemos los caminos, tanto los de aquí abajo como los de arriba. Quizás nuestra asignatura pendiente sea la de aprender a reprendernos, a vivir desviviéndonos por los demás y además por nosotros mismos; haciéndolo con humildad, con el afecto que lleva soportarnos entre sí, abriendo el corazón.
Ciertamente, estamos asistiendo a un cambio social que supera todo lo conocido hasta la fecha. Entramos en la era de la imagen y de la digitalización, con todo lo que eso supone. Me refiero a las formas de vida que se construyen y deconstruyen con una velocidad de vértigo. Lo efímero parece que es lo permanente.
Necesitamos despojarnos de conflictos, ponernos a trabajar cada uno de nosotros en la cultura del abrazo cada día; ilusionarnos también por forjar de la concordia un quehacer artesanal, que precisa disciplina y orden. Hoy más que nunca, requerimos ser consolados bajo la mirada acariciadora del pecho, sentirnos acompañados para poder acompasar el itinerario de las alegrías.
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