| ||||||||||||||||||||||
Cuesta concebir, después del camino recorrido hasta ahora, que no tengamos aún aprendida la lección de relaciones y vínculos. Para ningún ser humano es saludable esta atmósfera tenebrosa, con su ciclo de venganzas y de derramamiento de sangre. Sea como fuere, hemos de tener claro, que no podemos continuar en conflicto permanente.
Nos asentamos sobre una inestabilidad manifiesta, en la cual, los puntos fijos son una auténtica rareza, si es que llega alguno a perfilarse. Conocemos las funciones de partículas minúsculas, masas indetectables, energías potentes y avizoramos nuevas dimensiones en el Universo; los podíamos resumir en la actividad de unos átomos inquietos de interminables reacciones en ámbitos inalcanzables para nuestro entendimiento.
Coexistimos como seres en tránsito y en comunión por la vida; una historia que hay que valorizar, porque la memoria nos hace volver a lo que fuimos y somos. Jamás debemos olvidar este pasaje vivencial de ventanas abiertas; es menester envolvernos de nuestras raíces, reflexionar sobre ellas con el corazón y la mente.
Nada se entiende sin amor, será el modo de abrazar la paz y de resplandecer armónicamente de manera auténtica, cuestión más que requerida en estos tiempos de confusión y simulación permanente. Parece que nos hubiésemos globalizado para martirizarnos entre sí, en lugar de hermanarnos, de engrandecernos como familia y generar moradas con un símbolo de esperanza.
El mundo ha sido creado, no para despedazarse de inmoralidades, sino para ser recreado por los ojos humanos. Es un escándalo que continúen las contiendas más vivas que nunca, comenzando por las propias familias, que abandonan a sus progenitores. De igual modo, también es una indecencia, que millones de personas coexistan en la extrema pobreza.
Al paso del tiempo se están perdiendo los valores que inspiraron los juegos olímpicos y, especialmente el Maratón. Y no solo por la incorporación de nuevas disciplinas, sino por la pérdida de la mayor parte del espíritu que animó a aquellos amantes de los deportes, que a finales del siglo XIX, en Paris, decidieron reeditar la celebración de aquellos juegos olímpicos de la antigüedad, que se celebraban desde el siglo VIII a.C. en la ciudad helénica de Olimpia.
El mundo tiene que trabajar unido y, para conseguirlo, no hay otro modo que formar personas responsables y maduras, capaces de reconstruir el tejido de las relaciones, con una humanidad menos dividida y más fraterna. Lo cruel de este escenario, es que los docentes suelen ser incomprendidos y, por ende, la educación no levanta vuelos para retomar otros cielos más claros y humanos.
Descubramos firmamentos, pero respetemos los caminos, tanto los de aquí abajo como los de arriba. Quizás nuestra asignatura pendiente sea la de aprender a reprendernos, a vivir desviviéndonos por los demás y además por nosotros mismos; haciéndolo con humildad, con el afecto que lleva soportarnos entre sí, abriendo el corazón.
Ciertamente, estamos asistiendo a un cambio social que supera todo lo conocido hasta la fecha. Entramos en la era de la imagen y de la digitalización, con todo lo que eso supone. Me refiero a las formas de vida que se construyen y deconstruyen con una velocidad de vértigo. Lo efímero parece que es lo permanente.
Necesitamos despojarnos de conflictos, ponernos a trabajar cada uno de nosotros en la cultura del abrazo cada día; ilusionarnos también por forjar de la concordia un quehacer artesanal, que precisa disciplina y orden. Hoy más que nunca, requerimos ser consolados bajo la mirada acariciadora del pecho, sentirnos acompañados para poder acompasar el itinerario de las alegrías.
Todos estamos en la barca de la vida, pero muy pocos nos atrevemos a navegar. La existencia del ser humano es un misterio infinito que se da desde su concepción: el niño, el joven, el adulto y el anciano no han llegado a comprender la grandeza y la inmensidad de su existir.
En las actividades cotidianas nos vemos sometidos a un sinfín de exigencias de variados calibres; junto a numerosas banalidades, afrontamos disyuntivas inquietantes, ni los conocimientos ni las fuerzas nos permiten resoluciones plenamente satisfactorias. En esta vida somos menesterosos por naturaleza, la lógica apuntaría a un decidido afán de colaboración en busca de las satisfacciones oportunas.
El mejor partido existencial es el que uno juega consigo mismo. Todos deseamos la paz, pero apenas trabajamos la justicia para defender la vida, ni tampoco abrazamos lo armónico que germina de lo auténtico y se desarrolla con un ánimo autónomo, despojado de intereses mundanos.
Nos movemos en la sorpresa que, nos sacude creativos, para recrearnos en la esperanza. Sin duda, es justo el momento de repensar los tiempos y la época de un cambio global transformador, que hemos de compartir de modo equitativo en su prosperidad, sin dejar a nadie atrás.
"Una cosa se llama necesaria o por razón de su esencia o por razón de la causa. En efecto, la existencia de una cosa se sigue necesariamente o bien de su misma esencia y definición o bien de una causa eficiente dada. Y por estas razones se dice también que una cosa es imposible, a saber, o bien porque su esencia o definición implica contradicción, o bien porque no se da ninguna causa externa que esté determinada a producir tal cosa", dice Spinoza en su Ética.
No es infrecuente encontrarnos con personas que alardean de una determinada fijación en torno a sus convicciones o maneras de actuar. Si esa postura está basada en serios razonamientos pueden albergar un buen talante e incluso tratarse de la mejor solución. Sin embargo, los ambientes evolucionan y las circunstancias se mantienen en una constante efervescencia.
El espíritu democrático se ha de concentrar en el respeto a los derechos humanos y se debe centrar en las personas. En este sentido, una buena gobernanza está pendiente de todos y necesita de la virtud, fortaleciendo las instituciones, supervisando y rindiendo cuentas en toda ocasión.
En cada amanecer entramos a la vida, tras reponernos del cansancio y de los tormentos diarios. Lo cruel es dejarse envolver por el aislamiento y la búsqueda enfermiza de los placeres mundanos. Hoy más que nunca, necesitamos despertar, salir de nuestro territorio cómodo, activar la conciencia del acompañamiento y sonreír a corazón abierto, por una tierra de todos y de nadie en particular.
La deformación de las palabras o de los conceptos, suele hacerse realidad en la medida de su manoseo. Quizá por aquello de tantas idas y venidas, en un determinado momento ya no podemos precisar de qué estábamos tratando; desgajamos la idea por el camino y ya no somos capaces de recoger las migajas para volver a configurarla.
Parece que en el mundo se está desarrollando un aborregamiento social intransitorio o quizás estamos sufriendo una pandemia de miopía social preocupante, posiblemente como consecuencia de una falta de valores, de principio, de inteligencia y de cuidado a la frágil figura de la libertad y el respeto.
|