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¿Cómo continuar viviendo después de sufrir persecuciones, ataques, despedir involuntariamente a tus seres queridos que han partido antes de tiempo o hacer frente a los desafíos del día a día? Más dramático aún, ¿cómo ser agradecidos luego de vivir fuertes desgracias? ¿Es que acaso se puede expresar “gratitud” o “agradecimiento” cuando se atraviesa un túnel de dolor?
Durante siglos, se valoró como virtud humana y moral y psicológica moral, incluso virtud social, la humildad y la modestia de los seres humanos. Quien tenía esa forma de ser se valoraba y se ponderaba. Pero llevamos ya unas décadas que se ha ido haciendo fuerte en la sociedad y la cultura y toda la vida social, que la persona que predomina o triunfa o se valora, es aquella que muestra y dice tener mucha personalidad, mucha presencia, mucho dandismo.
La humildad es la virtud que abre nuestro corazón a los demás, a salir de nosotros mismos, y abrirnos a algo más alto, a la confianza en Dios. Mientras que el orgullo nos distancia de Él, “Dios resiste a los soberbios, pero enseña su camino a los humildes” (Salmo 25,9).
Se me antoja la lucidez de pensamiento cualidad escasa o rara avis que solo inspira a unos pocos. Tanto es así, que se asocia a la genialidad. Conocemos, a lo largo de la Historia, y en el presente, la existencia de semejantes de gran inteligencia o ingenio, pero huérfanos de lucidez. No está claro en qué consiste esa virtud, ni hay acuerdo sobre quiénes la poseen.
La globalización conlleva cambios políticos a nivel mundial, caminando hacia la unificación de las acciones de gobierno, sobre la base de un credo político que mira por los intereses del mercado y contempla al ciudadano de los respectivos Estados como un bien mercantil a proteger, dada su condición de consumidor.
Los españoles denigramos y rechazamos todo lo nuestro, la envidia es nuestro principal pecado, y basta con que alguno sobresalga en algún arte, disciplina o cualquier otro tipo de valía, para que lo ataquemos sin piedad. La Historia de España está llena de gestas incomparables que no han podido ser superadas, pero denostadas por nosotros mismos.
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