Se me antoja la lucidez de pensamiento cualidad escasa o rara avis que solo inspira a unos pocos. Tanto es así, que se asocia a la genialidad. Conocemos, a lo largo de la Historia, y en el presente, la existencia de semejantes de gran inteligencia o ingenio, pero huérfanos de lucidez. No está claro en qué consiste esa virtud, ni hay acuerdo sobre quiénes la poseen, pues las orejeras ideológicas nos determinan siempre, afectando a nuestra percepción. Se trata de una manera de estar, o de percibir, que no está claro, y se compone de ingredientes variados, entre los que supone una proporción considerable, o eso creo, de sentido común. Se acerca a lo que se suele denominar sabiduría, que no es el conocimiento, pero lo presupone. También se relaciona con la capacidad para encontrar lo simple, lo fácil, en los argumentos y en las conclusiones.
Alguien, no recuerdo ahora quién, dejó dicho que una síntesis vale por mil análisis. Pero abundan, y eso no es nuevo, los pensamientos farragosos y los mamotretos sin hilo de Ariadna. Y ello sin centrarse en las Ciencias Sociales y su jerigonza, tan bien analizada, y sintetizada, por Andreski (1) en los años 70, en una crítica seria, pero sarcástica, cuya lectura recomiendo. No se reparte, pues, con abundancia la clarividencia entre los seres humanos, porque, en ese caso, devendría idiosincrasia común. Y no me refiero a la lucidez que Camus encumbra en “El mito de Sísifo”, sino a otra más amplia y envolvente, que albergaría, por otra parte, a aquella. No puedo decir más, pues solo sé que hay quienes la poseen y punto, y pudiéramos decir que, más que la lucidez como cualidad, existen los lúcidos.
Está el caso de Fernando Savater, últimamente expulsado del Olimpo de los Dioses, poseídos por la corrección y el pensamiento único y tal vez erróneo. Afirmó aquello de que “libertad es poder decir sí o no; lo hago o no lo hago, digan lo que digan mis jefes o los demás; esto me conviene y lo quiero, aquello no me conviene y por tanto no lo quiero”. Lo escribió antes de ser expulsado del paraíso. Parece elemental pero resulta muy aclarador en estos tiempos de fárrago y confusión cognitiva, innata o adquirida a base de obediencia y/o interés particular.
Tuvimos también entre nosotros a Don Antonio Escohotado, quien, acerca de la misma cuestión, aseveró que "la libertad es preferir los riesgos de la autonomía a la seguridad de la servidumbre". Vio más allá en diversas cuestiones y fue una mente clara.
Admiro asimismo la lucidez de Don Gustavo Bueno, lucidez, en este caso, sistemática y filosófica enfrentada a los mitos de este tiempo, abogado del diablo para todo concepto o pensamiento. Y hay más, pero dejo estos tres ejemplos.
Pero ya digo que no abunda la lucidez. Se explica así, en parte, cómo se pudo amedrentar a tanta gente con la condenación en la otra vida, el famoso infierno de los relieves románicos, y cómo se puede intimidar a tanta gente, en el presente, con la posibilidad de no ser eternos o longevos en esta (hábitos saludables, medio ambiente…). Ocurre ello cuando vemos árboles sin percibir el bosque, que tal vez esto último sea la lucidez. La Biblia se refiere a los justos, y el Dios hebreo dice aquello de “si hallare cincuenta justos…”. Podemos cambiar justos por lúcidos: dame un 10% de ellos y el Poder se quedará sin reclamos. Lucidez para la libertad. (1) Stanislav Andreski (1972) Las Ciencias Sociales como forma de Brujería.
|