Al amigo Augusto Cesar Zelaya Rodríguez, jardinero cultivador de flores literarias.
En un amplio cuarto de la casa vecina de su mamá Bernarda en León, enfrente donde vivió su infancia bajo el cuido, mimos y cariños de la que lo crio como si fuera su madre, yacía Rubén Darío acostado muy grave, después que tenía un poco más de un mes de haber regresado a su patria, después de estar convaleciendo en Guatemala casi por siete meses, al amparo del dictador Manuel Estrada Cabrera, quien lo había invitado a fines que descansará lo mejor posible, después que en Nueva York enfermará y no disponer de recursos económicos, se encontraba temporalmente residiendo, después de llegar desde España en gira de campaña pro paz, ante el inicio de una gran guerra en Europa, que en breve tiempo por su magnitud se convirtió en la primera guerra mundial.
Atormentado, acostado se quejaba de fuertes dolores que el hígado dañado le provocaban, le hacían saber que el final desconocido, muerte a la que mucho llegó a temerle, se acercaba por lo que había solicitado la reliquia del Cristo que su amigo poeta y diplomático Amado Nervo en Paris le había obsequiado. Habiéndolo recibido bajo sus manos lo abrazó bajo su pecho clamando: “¡Señor; mira mi dolor! / ¡Miserere! ¡Miserere! / Dame la mano, Señor…”, a fin de tener la dulzura y misericordia de Dios amado. Previo había realizado de manera formal y legamente su testamento, en el que indicaba su voluntad; nombrando a su hijo Guicho Rubén Darío Sánchez como heredero universal de sus bienes y obras. Guicho era fruto junto de su amada Tatay, su Francisca Sánchez del Pozo, la joven jardinera de los jardines de los Reyes de España, que desde que la vio por primera vez, le capturo su corazón al verla y sentirla suave, dulce, sutil recibir la fragancia que emanan las bellas rosas y lindas flores.
Como Poeta fino y genial su Francisca hizo cantarle, un poema especial, fino y novedoso, propio como solo él podía crear: “Ajena al dolo y al sentir artero, / llena de ilusión que da la fe, / lazarillo de Dios en mi sendero, / Francisca Sánchez, acompaña-me… Seguramente Dios te ha conducido / para regar el árbol de mi fe. / ¡Hacia la fuente de noche y de olvido, Francisca Sánchez, acompáñame”.
Y sabido que el final ignoto e incierto no solo ya le rondaba, sino que ella montada en el potro amarillo, veloz a galope tendido cada vez sus cascos sonoros mas se escuchaban; la quirina esa muerte que el con horror siempre le temió. Consciente como humano, propio por su fabuloso genio de sus glorias logradas a pesar de vivir penurias, de sus desdichas, de sus angustias y de sus lamentaciones en gran manera eran fundamentalmente producto de no haber tenido un hogar, mismo al que tanto ambicionó, aspecto mismo que le provocó tener una vida errante e inquieta como cantor revolucionario de la lengua hispana, no permitiéndole una tranquilidad firme en un refugio confortable y apacible. Lo quiso la irritable y gruñona esposa, la misma que le había provocado la mayor desgracia y desilusión que puede tener un hombre enamorado, bajo artimañas no se lo permitió.
Darío como poeta genial siempre supo que tenía sentimientos encontrados en lo humano y sus sentimientos espirituales, o sea en yo interno. En su vasta y luminosa poesía y su prosa genuina, que es fundamental autobiográfica da a conocer mucho, el éxito y triunfo de su proyecto cultural, cuya vasta y magna obra renovó la lengua hispana; dignificó la identidad de su raza hispana y americana, ante colonialistas e imperialista del viejo mundo. Sus sufrimientos materiales chocaron con los triunfos que le permitieron las brillantes imaginaciones de sus sueños y ensueños. La utilización de la libertad y pensamiento liberal, así como el conocimiento artístico de la cultura oriental en beneficio de su arte poético, le hizo principalmente en su primera época en el aspecto religioso tener visos de paganismo versus su cristianismo católico, y fe en Dios. Asunto que algunos detractores y críticos han indicado sorber haber bebido miel y hiel. ¡Vaya supuesta dualidad espiritual! Su vida fue dramática, la relato magistralmente en sus nimiedades, nuestro maestro Edelberto Torres Espinosa.
Darío como Poeta vivió y desarrollo para engrandecer la poesía, a través del vaivén de vivir para la poesía, en donde en cada recreación poética el tomaba muy en cuento lo trágico ineludible de lo fatal, en donde esa misma que el “aborrecía por ignorada (misteriosa) emperatriz y reina de la nada” así como la realidad epopéyica sublime de la vida.
Rubén Darío cabe dejar claro fue un cristiano creyente católico con fe en Dios, que agradecido con el Señor de haber sido lo genial que fue, a más de un siglo de su partida es para nosotros los nicaragüenses y como cosmopolita, para el mundo hispano todo un héroe cultural y artístico, moldeador con arte, la belleza de la palabra. Agradecido redactó momentos ante de morir creer en EL; al saber, creer y tener esperanza, que el que cree y vive con el amor del único DIOS nuestro SEÑOR, aunque muerto vivirá eternamente.
No solo era un creyente católico, sino también agradecido por lo que momentos antes de morir, le rindió cuentas, mediante estas letras con filosofía teológica. “Tomad, Señor y recibir / Todo mi saber, mi entender y mi ser / Vos me lo diste, a vos lo entrego / Que tu amor me baste”.
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