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Banalización

Si bien, en esta lucha maníquea entre movimientos que se oponen a la igualdad y sólo buscan la discordia entre los diferentes géneros, un papel clave lo juega el auge del feminismo radical. A grandes rasgos, el feminismo no es una única ideología, sino que se divide en variantes como el liberal, el socialista, el étnico y el radical. Mientras el primero defendía los derechos de las mujeres, el segundo destacaba la opresión de las mujeres de clase trabajadora y el tercero el de las mujeres pertenecientes al mundo postcolonial. Actualmente, el feminismo radical se arroga el monopolio sobre el discurso feminista, convirtiéndose en un pensamiento excluyente y etiquetando como “machista” a todas aquellas corrientes que no comparten la totalidad de sus puntos de vista. El feminismo radical culpabiliza al hombre por el mero hecho de serlo, lo feminiza en su forma de ser y lo funde bajo el signo del patriarcado. En última instancia, el fin de esta versión ultramontana del feminismo es presentar la supremacía de la mujer sobre el hombre como una supuesta y falsa igualdad. No hay que engañarse. El feminismo radical no sirve a la mujer, ni tampoco al hombre. Ha desechado como motivo de su lucha otras causas en las que también está en juego la igualdad frente a la coacción: la violencia en los matrimonios homosexuales (tanto de hombres como de mujeres), la identidad transexual, el maltrato de los niños en el seno familiar, el maltrato del hombre en el hogar, el maltrato de los discapacitados y de las personas mayores por parte de su propia familia. El feminismo radical entiende que esta violencia no existe, que es mínima y que no puede ser comparada con la sufrida por la mujer. En definitiva, el feminismo radical es la gran traición -tanto como el patriarcado- hacia el propio ser humano.
José Manuel López García
sábado, 17 de febrero de 2018, 12:24 h (CET)

Denomino alta cultura a la que no se basa en lo fácil y expresa contenidos de calidad. A la que no cae en la frivolidad y el espectáculo para atraer lectores, por ejemplo. Frente a la cultura ligera también es válida la que pretende ser más profunda y no se conforma con ser un puro objeto de consumo rápido y sin más repercusiones.


La filosofía, la literatura, el teatro, el periodismo, la cultura clásica, etcétera., forman parte imprescindible del bagaje cultural de la humanidad, porque manifiestan ideas, sentimientos y emociones que nos afectan a través del tiempo.

Afortunadamente, en el mundo y también en España se enseñan todavía Filosofía, Historia, Literatura, Latín, Griego y otros conocimientos que conforman lo que se entiende por cultura occidental. De este modo, las nuevas generaciones pueden saber y disfrutar de la verdadera alta cultura en todas sus dimensiones. Desde los artículos de Larra hasta la Crítica de la razón pura de Kant pasando por innumerables escritos de multitud de pensadores o escritores.


Es entendible que Vargas Llosa realice una crítica en su libro La civilización del espectáculo de la creciente frivolización de las sociedades contemporáneas. Es la sociedad del entretenimiento. Parece que la cultura escrita tiene menos valor que lo que sale en los programas de televisión. Es como si lo visual y la telerrealidad fueran superiores a los contenidos de los libros. Y, si no lo son, lo parece para mucha gente. Es como si lo escrito fuera algo poco importante o banal. Y posee un extraordinario valor. Se puede hacer la prueba de escribir, como lo han hecho grandes escritores y articulistas a lo largo de la historia, para darse cuenta de lo que digo.


Gran parte de lo que se emite o publica es superficial y es lo que el público parece que demanda. De este modo, prima la cantidad sobre la calidad. La denominada telebasura es la que más televidentes tiene, ya que mucha gente quiere ver chismorreo en la televisión. No digo que haya que eliminar este tipo de programas, pero es preciso el reconocimiento de que existe otro público que prefiere contenidos de más calidad y profundidad.


Los índices de audiencia de los programas televisivos marcan las decisiones de las cadenas respecto al tipo de espacios que mantienen en antena. Los directivos de los canales de televisión deberían pensar en ofrecer más programas y documentales con más rigor, calidad y profundidad.


La cultura ligera no puede sustituir a la cultura de más calidad. Ambas pueden coexistir. Pero, lo que no es racional es pretender destruir la cultura escrita propia de la filosofía y la literatura universales o dejarla al margen. Las obras de Platón, Aristóteles, Descartes, Hume, Kant, Hegel, Putnam, y otros numerosos filósofos y literatos como Dante, Bergson, etcétera., son parte esencial de la cultura occidental.


Umberto Eco en sus últimas publicaciones antes de su fallecimiento ya insistía en la crítica a la civilización de la rapidez y la superficialidad. Incluso desde hace decenios se daba cuenta de la deriva negativa de la masificación de la cultura. Sus planteamientos son clarividentes y ponen de manifiesto que se debe apostar por la cultura de calidad y por el reconocimiento explícito de la gran labor que realizan los que escriben y publican.


Ya que la sociedad del espectáculo parece que está en contra de los que quieren crear escritos y publicarlos. Es como si únicamente mereciese la pena que escriban unos pocos, aunque sea de modo superficial. Y los libros más vendidos no agotan absolutamente el ámbito de la cultura escrita, ni mucho menos.


La cultura escrita es muy importante y no es algo insustancial y de poco valor. Y la calidad de la misma destaca de modo claro, aunque exista literatura superficial y de baja calidad. Se debe apoyar mucho más a los creadores de cultura, a los escritores o artistas. La indiferencia social no está justificada ante el talento demostrado. De todas maneras, el mérito se abre camino por sí mismo, a pesar de todo. Aunque es lamentable que tenga que ser así.


Lo esencial es la producción de nuevos escritos, ya que son contenidos que enriquecen y aumentan la cultura disponible a la que pueden acceder libremente los ciudadanos de todo el planeta.

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