Ser cuartos no es un trofeo de caza menor. Lo sabe el Real Madrid y lo conocía el Panathinaikos. Y más cuando quedarían sólo cinco encuentros al concluir esta jornada de Euroliga. Ganar o perder este partido resultaba clave en el futuro. Era depender o no de sí mismos para clasificarse como cuarto al termino de la fase regular. Ese poder lo tiene ahora en su mano el Real Madrid; de ellos depende abrazarse a ese anhelado puesto, y más cuando no sólo se ganó al cuadro griego, sino que le recuperó el basket-average.
Suele suceder que cuando todo está equilibrado y en juego hay más que un simple triunfo de un encuentro, éstos se resuelven de manera inesperada. Sucedió, curiosamente como antaño, en el tercer cuarto. No fueron diez minutos memorables, de un Real Madrid tan brillante como arrollador, pero sí poderoso, férreo en defensa y constante en ataque, con mención para un mágico e inspirado Causeur (de sus mejores actuaciones de blanco), un veloz y habilidoso Campazzo y de unos serios Taylor y Tavares. Y en un visto y no visto, el Panathinaikos quedó desarbolado. Seis minutos de juego y de un marcador 38-37 se pasó a otro más contundente: 55-42.
Con esa ventaja, el Real Madrid se manejó con solvencia (y sólo sumó un triple más a los dos conseguidos en los dos primeros cuartos) hasta cerrar el cuarto con mayoría en el marcador; aunque, en ningún caso, inalcanzable (64-55). Rivers, con sus 4 triples, y James evitaron una desconexión completa (Calathes, aparte, en guerra con los árbitros) de los hombres de Xavi Pascual. Y cuando el horizonte no es soleado, lo mejor es dejarse caer en el jugador franquicia. Los griegos depositaron su futuro en James. El base americano mostró todo su repertorio anotador (acabó con unos indiscutibles 23 puntos), pero resultó insuficiente ante el antídoto de Reyes. Sus rebotes y canastas inverosímiles, con Campazzo como secundario de lujo (15 puntos, 5 asistencias y 5 rebotes, en su tarjeta), el aire y esa ventaja dibujada en el cuarto anterior se gestionó hasta alcanzar una victoria vital.
Del blanco al verde
Hasta ese momento tercer cuarto que marcó el devenir del encuentro, se alternaron episodios de todos los colores: momentos de buen baloncesto con otros de una exposición de coraje máximo y pasando por instantes de correcalles con otros donde hubo gobierno blanco o heleno, según giraba el balón en función de las constantes de cada grupo. Hubo, en definitiva, un equilibrio que no admitía debate. Ni siquiera un resquicio por el que aventurar cómo acabaría el encuentro. Había mucho en juego. Ser cuarto no entrega trofeo alguno al ganador, pero sí dulcifica el camino.
El arranque del Real Madrid fue inmaculado. Es decir, aplicó su baloncesto de manual: buenas defensas (dos tapones de video a cargo de Tavares) y rápidos contragolpes con claridad en el tiro y en el acierto. En consecuencia, en apenas 3 minutos, los blancos marcaron un sonoro parcial de 8-0. Eso obligó a Xavi Pascual a parar el encuentro en seco. A resetear a sus jugadores; y éstos lo hicieron. En poco más de cinco minutos, el marcador giró completamente: de ese 8-0 se pasó a un 10-16. El encuentro pasó a ser un correcalles y los griegos se abrazaron al perímetro, pues cayeron triples consecutivos de Rivers (2) y Calathes.
Llegado a ese punto, si el triple no entra (el Real Madrid firmó un 2 de 12 al descanso) y se nota la ausencia de Doncic (con problemas musculares no se vistió) es necesario destapar la virtud del coraje, y en ese estado de garra aparecen gente como Rudy, Reyes, Ayón y, muy especialmente, un certero Causeur, cuyos 11 puntos al descanso contribuyeron a esa exigía diferencia. Se batieron por cada balón y por cada acción con un conjunto griego muy centrado y haciendo su baloncesto de manual: físico y tirador desde el perímetro. Fue un primer tiempo de poner las virtudes y defectos sobre el campo (38-37). Luego apareció el momento clave. Ese tercer cuarto de siempre.
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