Con motivo del programa “El hombre y la tierra” que está emitiendo de nuevo la TV1; una transmisión de divulgación de las ciencias de la naturaleza que fue concebida, filmada y presentada por el conocido y malogrado naturalista y experto conocedor de las técnicas de arrastrar a las masas con sus logros televisivos, don Félix Rodríguez de la Fuente, prematuramente fallecido en un accidente aéreo cuando estaba en pleno ejercicio de lo que constituyó su vocación máxima, fiel al principio affirmati incumbit probacio, fue sorprendido por la muerte cuando buscaba imágenes para sus documentales que luego sazonaba, añadiéndoles el regalo de su rica y sugestiva oratoria, capaz de conquistar la atención de la numerosa audiencia que, a través de su periplo por las pantallas televisivas, consiguió reunir en las horas de emisión de su documental, “El hombre y la tierra”, haciendo que pronto se se convirtiera en trending tropic, en una España en la que, hasta que Rodríguez de la Fuente irrumpió en la TV con sus producciones, apenas eran conocidos por el gran público. La aportación de este activo, incansable, carismático y sabio naturalista y difusor de los misterios de la fauna y la flora de la naturaleza, será algo que nunca, los ciudadanos españoles, le podremos agradecer suficientemente, por el gran trabajo que hizo difundiendo, ante una gran audiencia de españoles, aquellos secretos y maravillas de la naturaleza que, para la mayoría de los que contemplábamos sus documentales, eran verdaderas y sorprendentes novedades , que contribuyeron sin duda a que, en España, se tomara conciencia del gran bien del que disponíamos con nuestros recursos propios y de la necesidad de tomar medidas para que el abuso, la ignorancia, la crueldad y las falsas leyendas que recaían sobre algunas de las especies de nuestra rica fauna fueran desapareciendo, siendo sustituidos por un respeto, una apreciación y un sentimiento de empatía hacia aquellos seres irracionales que forman parte, juntamente con nosotros, de todos los seres vivientes que ocupamos la vieja piel de toro de la península Ibérica. Poco a poco se ha ido formando, en los ciudadanos españoles, la idea de que la naturaleza es un regalo que forma parte de nuestro entorno y que merece y es obligación nuestra mantenerlo y cuidar de él para que las futuras descendencias que nos sucederán, puedan seguir, como lo hemos hecho nosotros, disfrutando de él.
Puede que para las actuales generaciones el nombre de Félix Rodríguez de la Fuente no les suene; incluso es muy posible que, quienes vean por primera vez estos documentales rodados por él hace cincuenta años, les puedan resultar de un color, una fotografía e incluso un contenido pobre respecto a los documentales modernos, prodigios de las últimas innovaciones en fotografía, digitación, medios materiales y técnicas de última generación; pero, por poco que quieran bucear en la historia de los pioneros que abrieron los ojos al pueblo español respecto a que, las bestias, eran algo más que objetos de los que el hombre podía disponer, sacrificar, torturar y abusar, que tenían también sus propios derechos, en especial, el de ser respetados, estudiados y aceptados como compañeros y a los que, con frecuencia, les hemos ido privando de sus espacios vitales, sus alimentos, sus refugios y su derecho a reproducirse para perpetuar su especie. Recordemos a Félix, con el cariño y el agradecimiento que se merece, como uno de aquellos científicos entregados en cuerpo y alma a su profesión y a la labor de propagación de sus probados conocimientos sobre la naturaleza que nos rodea y de la que tenemos el deber de preocuparnos en conservarla.
Hoy mismo se ha producido el fallecimiento de otro monstruo de la ciencia, de un sabio que puede ser calificado como uno de los más destacados científicos de éste y el pasado siglo. Una persona que supo sobreponerse a una de las peores enfermedades degenerativas que pueda sufrir una persona, una dolencia que lo ha tenido, la mayor parte de su existencia, en lucha constante para superarla a pesar de que no tenía cura alguna. Su maravilloso y valioso cerebro ha sido capaz de superar, con éxito, las sucesivas etapas por las que su deformado cuerpo ha tenido que desenvolverse, a cual peor, de modo que sus notables descubrimientos, el del Big-bang puede que sea el más importante por lo que representa de teoría innovadora sobre el principio del Universo y las sucesivas etapas que se han ido produciendo a partir de aquella primera explosión liberadora de aquella inmensa gravedad que contenía retenida y comprimida, en un solo átomo, toda la materia del universo mundo, fueron surgiendo de su mente a medida que sus facultades físicas iban menguando y gracias a la labor meritoria e ingente de los científicos, que lo han ido apoyando creando distintos artilugios para que las limitación sufridas por el cuerpo del gran científico pudieran ser suplidas por la ciencia de modo que le permitieran seguir comunicándose con el resto de las personas de su entorno.
Un personaje como el doctor Stephen Hawking, un miembro irrepetible de la comunidad científica, uno que junto a Einstein forman, sin duda, parte de esta reducida élite de los cerebros privilegiados que ha generado el SigloXX, que son capaces de asombrar a la humanidad con sus destellos de inteligencia sobrenatural, que disponen de una capacidad para el raciocinio y una facilidad para la ciencia muy por encima del resto de científicos de su época y que es muy posible que pasen muchos años antes de que, un nuevo fenómeno, pueda tomar su relevo y seguir con sus experimentos.
Dos grandes personajes a los que indudablemente debemos, en sus distintas especialidades, el haber obtenido unos conocimientos que es muy posible que, sin su colaboración, su esfuerzo, su dedicación y entusiasmo, nunca hubiéramos llegado a adquirir; por lo que, la humanidad, les va a tener que estar agradecida para siempre. La muerte reciente del sabio físico y el recuerdo de aquel hombre joven que dio su vida para dar a conocer los misterios de la naturaleza a los españoles, deben servirnos para que su trabajo y dedicación permanezcan para siempre en nuestros corazones y que, el sentimiento de agradecimiento que todos les debemos por todo lo que nos dieron, sea el humilde reconocimiento de sus méritos por parte de quienes sentimos profunda admiración por sus logros que, en modo alguno, queremos que, el transcurso de los años fuera capaz de privarnos de su recuerdo inmortal. Descansen en paz.
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