Camino de piedra azul, primer pronunciamiento poético, atisbo de futura y fecunda palabra poética, nos encamina a ese lugar sin nombre donde renacemos si osamos despojar lo banal de nuestras vidas.
EN LOS COMIENZOS DE LA BÚSQUEDA. Que la poesía es en sí misma un universo tan enigmático como enunciador del mundo, es una consideración que no dejando de ser contradictoria arbitra la oscilación de la brújula que sostiene quienes se apresten a internarse en ella. No podrán encontrar más transparencia en el inequívoco itinerario de la cartografía muda que encierra, a la espera de ser nombrados los puntos cardinales: reflexión, esencialidad, compromiso y honestidad. Aposentar los pies sobre su relieve e iniciar el camino es una decisión que contrae consecuencias. Entre ellas, la corresponsabilidad de abundar en el paisaje que nuestro interior respira. Un proceso de transfiguración donde todo es lo que parece, pues la autenticidad de la palabra poética no se arredra en elevar su silencio. Su fin y principio destila mudez. El silencio es un rasgo sin subordinación y contiene expresión propia para encender, como señalara José Manuel Caballero Bonald en el discurso pronunciado en la ceremonia de entrega del premio Cervantes 2012 y refrendara el escritor nicaragüense Sergio Ramírez hace escasas fechas en la edición del año 2018, “(…) esa emoción verbal, esas palabras que van más allá de sus propios límites expresivos y abren o entornan los pasadizos que conducen a la iluminación, a esas profundas cavernas del sentido a que se refería San Juan de la Cruz”.
CAMINO DE PIEDRA AZUL–Ediciones En Huida, 2018- irriga luminosidad en movimiento. Cangilón que remueve el corazón hasta hacerlo destellar, elevándolo antes de verter su ser y desparramar con generosidad el designio íntimo que lo motiva. Con la plenitud del gozo que atiende al tintineo, canto de la lluvia en los cristales, la obra se desliza desde los rincones de la memoria hasta la exaltación del amor, en una senda signada por la sutil dedicación de ovillar presente, pasado y futuro. Dividido en tres partes, A veces tan dulce, A veces tan amargo y Allí donde te encuentres, cohabitan lo eterno y fugaz en esa propensión a descolgarse por el muro del olvido y del dolor pero aferrada a la maroma de la entrega solícita por lo amado y vivido. “Todo para los ojos. / Y en los ojos un ritmo, / un color fugitivo, / la sombra de una forma, / un repentino viento y un naufragio infinito”, es la mirada que recorre los sinuosos caminos que la existencia pone en la disyuntiva del deseo y la realidad. Se advierte esa anotación madura con reminiscencias de lo que Octavio Paz considera como pervivencia: en la mirada del otro se halla la distancia entre lo imperecedero y la instantaneidad. Hilo de seda que brilla en cada puntada que se hunde en el tapiz de agua del momento presente y aparece en el color azul del horizonte venidero, que señala ese volver a empezar. Desde ese otero privilegiado contemplamos el Camino de piedra azul, que existe no solo en el hermoso título de la obra. Forma parte del viario urbano de la población del Viso del Alcor y es vía pecuaria en la comarca de Los Alcores. Con esta simbología su autora se reafirma en la raíz de su estirpe no solo familiar. También en la identificación y reconocimiento del patrimonio emocional entre ser humano y camino y ese fin último, corolario de la vivencia que se extingue como hebra encendida que inflama la levedad del aire.
ALMUDENA TARANCÓN, VISLUMBRE DICHOSO. Con esta primera obra poética la autora sevillana desacelera el pulso poético. Detiene el vértigo y denostación de la palabra al que lastimosamente nos tiene acostumbrado el contexto social y político que sufrimos y el literario que, con contadas excepciones, se asemeja a un diluvio de autocomplacencia alentado por la mercadotecnia cultural. El noble oficio de editor se ha convertido en mero validador de contraprestación económica. Bajo los tres principios irrenunciables que el Poeta Mayor, Francisco Basallote postulara en su acendrado magisterio poético: sencillez, claridad y emoción, Camino de piedra azul desteje como Penélope el sudario de nuestro día a día para no renunciar al amor. En ese misterio la versión lírica se hace halagüeño síntoma de frescura con la que irrumpe para embargarnos de gentil apostasía: renunciar a lo superfluo. Nos extiende la tibia y silente mano, en un gesto de complicidad sin apremios o exigencias. Su motivación es desprendida y asiente con voz queda desde un lugar pequeño donde lo valioso prescinde del tiempo, “(…) y cada amanecer verás / cómo los pétalos / de las rosas de mi patio / sostienen con firmeza / la gota de rocío / en la que yo muero”.
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