Sentí ganas de aludir diminutivamente en el título que ancla estas palabras a los personajes a cuyas determinadas recientes manifestaciones públicas voy a referirme a continuación, porque con las mismas se han desvestido de toda honorabilidad, máxime teniéndolo todo a su favor para haber continuado sus respectivos trayectos profesionales con un aparentemente impoluto marchamo.
Han resultado casi tan burdos cual los abuitrados fondos que planean sobre los más sensibles flancos del cotidiano vivir popular.
El entrenador del Real Madrid, que ya cuando entrenaba al filial lo hacía de mentirijilla porque aún no tenía el carné, podía haber quedado investido con señorial vitola si hubiera dado por hecho que la cortesía mandaba hacer “el pasillo” al Barcelona en el derbi. Es más, un club como el Real Madrid, que se dice señorial, habría de conminar a su entrenador a que exhorte a sus jugadores a hacer el preceptivo pasillo al campeón de Liga y Copa.
Y lo peor es el argumento que el célebre exjugador esgrime: que ellos (los del Barça) no se lo hicieron a su equipo cuando ganaron el mundialito de clubes. A lo que cabría refutarle que con más motivo, entonces, habrían de proceder ellos de manera inversa para no apuntalar dicha descortesía, dando lugar a una espiral que apunta con dar al traste con uno de los pocos gestos elegantes que le quedan al deporte rey.
El Real Madrid ha de ser ejemplarizante dado el predicamento que tiene en tantas personas (jóvenes las más). Pero bueno, él, al cabo, se debe a su empresa. Más flagrante es lo de la secretaria de estado de Comunicación, Carmen Martínez de Castro, cuando, en referencia a unos manifestantes que, reivindicativos, pitaban al Presidente a su entrada en un acto en Alicante, se refería a estos diciéndole cómplicemente a un interlocutor: “¡Qué ganas de hacerles un corte de mangas de cojones y decirles: ‘Pues os jodéis’!”. Algo intolerable en una servidora pública, porque eso es lo que es, lo que comporta que aquellos a quienes se refería de modo tan desdeñoso y procaz pagan su sueldo. Esto, además de poner de manifiesto el concepto que de quienes costean sus dietas y emolumentos tienen determinados altos cargos, deja claro que la “altura” del cargo viene precisamente de lo importante que es ser un “servidor” público, algo que otorga unas altas cotas de honorabilidad a las que hay que tratar de elevarse, cosa que no hizo doña Carmen.
El representante público, en esencia, es (ha de ser) alguien que no está ni por debajo ni por encima de nadie, sino a la misma altura que el resto para atender y gestionar el interés común, con el cual ha de estar identificado.
El problema que se deduce de todo esto es el déficit de educación que ha adquirido carta de normalidad en todos los estamentos de la sociedad.
Muchos dicen que si a todos nos grabaran en la intimidad, el resultado no distaría mucho de las palabras de doña Carmen Martínez de Castro, de lo que habría de colegirse que la intimidad sería grosera “per se”. Si esto fuese así, solo cabe desear que la educación y la cortesía sean cultivados en todos los ámbitos de la vida, y más aun cuando tan ventilada es dicha intimidad a través de telemáticas vías.
|