El 22 de abril los paraguayos eligieron a sus más importantes autoridades políticas, en un marco de absoluta normalidad y transparencia. La diferencia lograda por el presidente electo, Mario Abdo Benítez, estuvo lejos de ser ajustada. Basta con decir que en términos porcentuales, superó unas cuarenta veces a la diferencia que Felipe Calderón logró ante Andrés López Obrador, en las polémicas elecciones mexicanas del año 2006.
Más de cien mil votos, enorme para los rangos locales, fue la diferencia con la que el triunfador logró superar a su principal adversario, Efraín Alegre, cuyo compañero de fórmula (Leo Rubin) representaba a uno de los principales grupos empresariales que dominaron por décadas los medios del país.
Haciendo abuso del poder mediático y de sus vinculaciones con embajadas extranjeras, estos grupos empresariales hegemónicos en los medios paraguayos, habían marcado por décadas la agenda periodística, política y empresarial, distribuyéndose lucrativos beneficios derivados, entre otras fuentes, de la publicidad oficial.
Acaparar privilegios cuya raigambre siempre conducía a fuentes estatales, se había convertido en parte de la estructura clientelista, corrupta y prebendaría que desangró durante sucesivos gobiernos a la sociedad paraguaya.
Como si este andamiaje inicuo fuera insuficiente, estos privilegiados impusieron a las mayorías un discurso humillante en propio beneficio.
Viendo a su clase en peligro, e inminente la caducidad de su libreto, incrustaron a uno de los suyos en un proyecto político oportunista que acabó derrotado el pasado 22 de abril.
Aunque los perdedores intentaron, sumergidos en la impotencia, instalar que un supuesto fraude fue la causa determinante de su derrota, los cómputos preliminares fueron precisos. Transmitidos con un mínimo margen de error, fueron exhibidos finalmente por el ministro Jaime Bestard, en medio de halagos de toda la comunidad internacional. El conteo rápido anticipaba que el candidato del Partido Colorado, Abdo Benítez, había logrado 1.205.310 votos, equivalentes a un 46,44 por ciento de los votos. Los resultados definitivos dicen que el ganador logró 1.206.214, equivalente al 46,43 por ciento.
Los derrotados sumaron 1.110.297 votos, equivalentes al 42,73%, lo que establece una diferencia aún menor a la establecida por el conteo preliminar.
Tan carentes de sentido común como de sentido del ridículo, los perdedores se hicieron acreedores de la burla generalizada negándose a reconocer su derrota, mientras todas sus recusaciones terminaban finalmente rechazadas en el transcurso de la última semana.
Las denuncias de fraude fueron consideradas como muy poco serias, sobre todo por los representantes de gobiernos extranjeros que en forma unánime, felicitaron a las autoridades electas.
La moraleja nos recuerda al escritor alemán Gunter Grass, quien dijoque en las estadísticas, lo que desaparece detrás de los números, es la muerte.
Quizás detrás de estos números inesperados por la soberbia de los derrotados, se agazapa la muerte de un libreto con patas demasiado cortas para sobrevivir a sus guionistas.
Aunque la mentira, como sentenciara García Márquez, siga siendo más cómoda que la duda, más útil que el amor, y más perdurable que la verdad.
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