Ante la situación de tensión que atraviesa Cataluña, en las anteriores elecciones, el PP ya apostó por personificar la radicalidad en su candidato: García Albiol, desechando a rostros más diplomáticos y, tal vez, más capaces, como Andrea Levy. Esta decisión resultó fatal para la formación azul. Puigdemont y su concurrencia apostaron por intentar recordar a Tarradellas con las facciones de Puigdemont. Ahora, con Puigdemont fuera de juego, se planteaban tres opciones: Elsa Artadi, que representa la misma línea de Puigdemont disfrazada; renunciar a la lucha, lo cual es impensable en el estadio actual; o… investir a un hooligan.
Quim Torra es el hooligan encargado de convertirse en president. Enseguida, unos tuits pasados salieron a la luz y precedieron su protagonismo político. En estos mensajes, hacía gala de un reprochable supremacismo catalán. “Fue hace años”, le escudan desde los ambientes independentistas. Es cierto; pero no he escuchado ningún acto de contrición real, ajeno a la presión mediática.
Lo que se me antoja harto increíble es que partidos políticos independentistas pero declarados internacionalistas y de izquierdas —ERC y la CUP— favorezcan la investidura de este hooligan nacionalista. Con esto, no estoy pidiendo que renuncien a sus ideales independentistas; pero sí que tampoco renuncien a sus valores internacionalistas y de izquierdas. Al fin y al cabo, no todo gira alrededor del tema identitario.
Gabriel Rufián, icono del independentismo, nos tiene acostumbrados a afiladas observaciones. Sin dudarlo, recordó que el Ciudadanos de Albert Rivera, en año 2009, concurrió a las elecciones europeas junto a Libertas, una coalición de extrema derecha, cuyo programa electoral es una caricatura de la Falange. Cierto; también actuaron como hooligans. Este detalle que nos arroja Rufián no es baladí; y tiene que hacer pensar al son de qué se mueve el partido que, a día de hoy, objetivamente, hegemoniza el discurso nacional y, según las encuestas, puede ser el partido más votado en los próximos plebiscitos.
Si estos son las dos opciones que se nos presentan: un Sabino Arana catalán que rezuma un odio indiscriminado y una formación camaleónica que juega con la extrema derecha, flirtea con el PSOE y obedece al PP, permítanme confesar que no entiendo nada. Si es así, todos mis valores filosóficos se desparraman. Si es así, la resignación de Epicuro ha de apoderarse de mí y mirar con soslayo estos púgiles que están tirando de un hilo que creen cuerda.
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