El presente se impone como necesidad, no se puede hacer una cosa y la contraria al mismo tiempo. El presente se escapa a nuestra elección, no hay más vuelta de hoja. El pasado también, por supuesto, porque no se escoge entre aquello que es posible, sin embargo, el pasado no existe más que como realidad pasada sobre la que no se puede volver. No se puede actuar sobre el pasado, sólo se puede actuar sobre el presente. ¿Y qué hay del futuro? Si depende del presente y este no podemos elegirlo, también parece que se nos escapa a cualquier posibilidad de elección.
Tener la posibilidad de la elección supone que se puede al mismo tiempo hacer y no hacer una cosa. Esto es lo que normalmente llamamos “libre albedrío”. Se trata de la capacidad de escoger entre dos o varias posibilidades, sin verse forzados, a priori, hacia una o hacia otra. Para escoger, sería necesario que las dos posibilidades nos fueran indiferentes. Pero, ¿qué es lo que provoca que una cosa nos interese, y por tanto le prestemos cierta atención? Nuestros gustos, nuestras preferencias. Sin embargo, ¿quién ha escogido sus propias preferencias frente a otras posibles? Si nuestras elecciones están determinadas por algo que no hemos escogido, entonces no son realmente elecciones, sino una ilusión de la elección. Tan solo seguimos la inercia de nuestras preferencias. Nuestras elecciones dimanan de nuestra personalidad en su conjunto. La posibilidad del libre albedrío supone, por tanto, la posibilidad de escogerse a sí mismo.
¿Acaso no somos el producto de nuestra propia historia personal, y particularmente de nuestra educación? Todo ocurre como si el libre albedrío fuera algo impensable, y esto implica que podamos hacer y no hacer una cosa al mismo tiempo. Pero, por otra parte, implica una postura de neutralidad absoluta del sujeto frente a los términos de la elección, es decir, no tener preferencias y por tanto ser una persona sin historia.
Que el libre albedrío sea una ilusión refuta cualquier idea de libertad. Pongamos un ejemplo: no podemos escoger no leer un texto mientras lo estamos leyendo. No tenemos elección, pero sí tenemos la elección de continuar o dejar de leer. Escoger, no a partir de una posición abstracta de neutralidad absoluta, sino a partir de lo que es, ahora, asumiendo lo que somos, eso es la voluntad.
La diferencia con el libre albedrío, es que la voluntad no se opone a la realidad. Si no podemos inventarnos literalmente, si no podemos escoger más que en función de nuestra historia, sí que podemos, al menos, decantarnos por esto más que por aquello.
Si el presente no es un comienzo absoluto, al menos es una encrucijada, un puente hacia el devenir. No podemos seguir leyendo un texto tras llegar al punto final, pero sí podemos continuar reflexionando sobre él, y esa es nuestra libre elección.
Por tanto, la libertad no es una ilusión, es la condición misma de la existencia humana. Y si el hombre es libertad, esto implica que el hombre es responsable de lo que es, y más aún, el hombre está condenado a ser libre.
Pero esta libertad no es total, es decir que sufrimos ciertos determinismos en nuestra propia existencia particular. Somos pues libres a partir de ese cierto número de determinismos. El hombre, y eso es lo más impresionante de todo, no está abocado a un comportamiento automático y predestinado, tal y como los animales lo están a su propio instinto.
Así pues, en muchos aspectos, la libertad humana parece limitada, pero no por ello debemos afirmar que es ilusoria. Sólo a través del conocimiento de uno mismo, intentando mejorarse a sí mismo, el hombre puede tomar posesión de su propia libertad.
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