Me comentaba ayer alguien que había asistido a la ceremonia de presentación de la nueva televisión valenciana, À Punt —que hoy, 10 de junio, ha iniciado sus emisiones—, que fue un acto como desangelado y falto de esa natural alegría que debería rodear a cualquier medio de comunicación por el solo hecho de contribuir, con su nacimiento, a la pluralidad informativa que alimenta y mantiene nuestro sistema de libertades. Y deseándole salud y larga vida, espero que este nacimiento no sea como el parto de los montes, tras un alumbramiento complicado y muy complejo laboralmente por la serie de circunstancias que rodearon el cierre de su “hermana” —hijas de la misma Administración Autonómica son—, la tristemente famosa televisión valenciana Canal 9 que murió de metástasis multiorgánica, en todas sus estructuras, provocada desde las probetas del macropoder ejercido monolíticamente, en aquel entonces, por el Partido Popular de Eduardo Zaplana (imputado) y sus peores sucesores: José Luis Oliva (imputado) —nunca un político pudo llegar tan alto ni la Generalitat Valenciana tan infamemente tirada por los suelos—, y el oscurantista Francisco Camps (imputado) que repitió jugada de lealtades nombrando a Milagrosa Martínez (encarcelada) como presidenta de Les Corts Valencianes, destrozando también el prestigio de nuestra máxima institución de autogobierno.
Y todo esto no se hacía porque sí. Se hacía utilizando, entre otras herramientas y mecanismos pervertidos, un arma de destrucción masiva biológica —limpiacerebros— que fue en lo que se convirtió en sus últimos años esa Cueva de Alí Babá en la que pululaban por sus pasillos periodistas de medio pelo, absolutamente mediocres, que rodeaban a políticos y que miserablemente comprados jamás hicieron un canto a la libertad; de peluqueras convertidas en comisarios políticos de redacción; de electricistas reciclados a cámaras que no sabían que hacer ni dónde ir; de lupanar de favores sexuales forzados a depravados directivos que se desplazaban con chóferes particulares —todos ellos, unos y otros, con carné—, y mucho más, fue en lo que se convirtió RTVV Canal 9. Y ya ni quiero recordar el “Pacto del Pollo”, por el que el PP de Zaplana tuvo que gobernar con la Unión Valenciana de González Lizondo y por la que todos los militantes más inútiles de este último partido fueron a parar al refugio de Burjasot o a sus delegaciones territoriales. Sin duda, para escribir de Canal 9 y sus escarnios informativos, desde su nacimiento, en 1989, contra la libertad de expresión, necesitaríamos las estanterías de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, la más grande del mundo. Lástima que entonces, incluido mi grupo del CDS, todos los parlamentarios de Les Corts hiciésemos piña con el proyecto sin poder imaginarnos, ni por asomo, en qué iba a devenir.
Pero echando la vista atrás, porque con lo que estoy escribiendo quiero refrescar la memoria de quienes ya peinamos canas y que los más jóvenes sean capaces de conocer la historia —parte de la negra historia informativa pública de nuestra Comunitat— para no repetirla, hay que hacer mención también a que no solo fue el PP el manipulador de esta fenecida televisión. Su primer director, nombrado por Joan Lerma, a la sazón secretario general del PSPV-PSOE, fue un prestigioso periodista castellonense, de Torreblanca para más señas, Amadeu Fabregat, que perdió todo su prestigio por acomodaticio y manipulador de la recién nacida Canal 9 poniéndola al servicio de Lerma y sus huestes y restringiendo, de manera notable, la presencia de otras formaciones políticas que entonces tenían (teníamos) representación en Les Corts Valencianes. Ejerció de censor, en muchas ocasiones, y tuvo el santo morro de culpar, en una reunión que mantuvimos, a los sindicatos CCOO y UGT por la no presencia de otras formaciones políticas que no fuesen el PSOE y bastante menos, mucho menos el PP. Algo que nunca le perdoné, ni como político ni como periodista.
Y aquí es donde quiero engarzar con la neonata À Punt. Y a su directora, Empar Marco, decirle que la mancha de mora con verde (nueva ilusión) se quita. Y que a pesar de que Empar tuvo un “maestro”, precisamente fue con Amadeu Fabregat como su director con quien empezó, en 1991, sus pinitos periodísticos y televisivos, hay que darle un margen de confianza, desde esa experiencia, para no repetir la historia, ni la más vieja ni la más reciente. La de una televisión —desde el borrón y cuenta nueva— que satisfaga los intereses de todos los valencianos; que sea representativa de la pluralidad política existente; que dé cancha a los colectivos en riesgo de exclusión de la sociedad valenciana; que cuide las comarcas de nuestro territorio y que el epicentro no sea única y exclusivamente el “Cap i casal”; que potencie la cultura, tradiciones y lengua valencianas sin caer en sectarismos ni adoctrinamientos, reconociendo también las culturas de zonas del interior de Alicante, Castellón y Valencia (castellano parlantes) y, en su caso, ofreciendo información en esta lengua cuando a ellas se refieran —sin traumas ni rupturas—; que no intentemos ser competitivos con los programas rosas, amarillos o verdes de las televisiones privadas, que para eso esta televisión es pública y la pagamos entre todos; que las tertulias políticas —que sin duda se harán— se elija al mayor número posible de periodistas u “opinadores” independientes y no mercenarios apesebrados; que se creen programas donde participen empresas (ofreciendo puestos de trabajo) y otros operadores laborales que ayuden a paliar el terrible paro de nuestros jóvenes y que ayuden también a su regreso a casa… En definitiva, una televisión de calidad, que cumpla con los objetivos de cualquier medio de comunicación que se precie: informar, formar y entretener, enamorando a todos los valencianos y que ayude a vertebrar de verdad y de una vez por todas una Comunitat donde todavía existen los celos y enfrentamientos soterrados, producidos y potenciados por la clase política, entre Alicante Castellón y Valencia.
Sin duda, en el tintero se quedan muchísimas cosas más, pero me conformaría con que, en los próximos meses, pudiésemos ver hecha realidad parte de lo que he comentado con el fin de dar públicamente mi enhorabuena a Empar Marco y, al propio tiempo, reconocer la formación humanística del president de la Generalitat, Ximo Puig, cuando ejercimos juntos el periodismo en el periódico Mediterráneo y con el que todavía quiero creer más en él como periodista que como político para proyectos como el de la nueva televisión. ¿Bienvenida la televisión À Punt?, no. ¡Bienvenida À Punt! No nos falléis.
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