Parece que nos pasa a los viejos que olvidamos lo que hicimos hace un rato, y andamos siempre averiguando donde dejé las gafas, el teléfono o el libro que estaba leyendo, pero es curioso que no se nos olvida el uso de nuestra lengua o las canciones que cantábamos en el parvulario.
Merece la pena meditar sobre nuestro lenguaje, el que aprendimos sin darnos cuenta, el que nos sirve para entendernos con los demás. Cuando oigo hablar de inmersión lingüística, es decir obligar a cualquier persona a que relegue su propia lengua para usar otra impuesta coactivamente por los que mandan, me parece una salvajada.
Nuestro hermoso idioma castellano, mejor español, es el mejor de nuestros activos. Con él podemos entendernos con muchos millones de personas en los más variados países, intercambiar nuestra literatura, nuestras novelas, nuestras poesías. Mi patria es el mundo que habla en español.
Podemos hacer el esfuerzo de aprender otro idioma diferente si nos resulta útil, si nos facilita la entrada en un mundo más amplio. Por eso aprendemos el inglés y antes el francés, pero en ningún caso merece la pena aprender idiomas de ámbito reducido, inventados acaso o en desuso, que tratan más de separar que de unir. ¿Ha tenido alguna difusión el esperanto?
Las canciones del colegio, las que aprendí en las escuelas ave marianas, se cantaban alrededor de un mapa de España construido en el suelo e íbamos señalando los límites: España limita al Norte con el mar Cantábrico y los montes Pirineos que nos separan de Francia, al Este con el mar Mediterráneo y al Sur con este mismo mar y el estrecho de Gibraltar que nos separa de África y al Oeste con Portugal y el océano Atlántico, por eso cuando algunos quieren marcar otros límites y reducir a España, siento que me quieren arrancar algo y siento pena y rabia.
La misma pena y rabia que siento cuando quieren modificar la historia, la historia de mi patria, la que aprendí de niño, para construir otra España de luchas y enfrentamientos, balcanizada, irreconocible.
Ya sé que la España de mi infancia se quedaba en el descubrimiento de América y poco se decíadel siglo XIX. Esta España del siglo XIX la conocí en la universidad, una España convulsa que tejía y destejía constituciones, los gobiernos se sucedían a golpe de pronunciamientos, unos españoles se enfrentaban con otros en las guerras carlistas, y por si no fuera poco el desastre de Cuba comenzaron las guerras en África. El periodo de la Restauración fue un intento democrático que les costó la vida a sus políticos más valiosos. Cánovas del Castillo y Eduardo Dato fueron asesinados.
El siglo XX no ha sido más pacífico que el XIX. La Constitución de 1978 nos pareció a muchos que iniciaba una nueva era de paz y de concordia, pero en ella se han ido incubando otras historias nacionales al calor de las imprudentes autonomías, que no sé si volverán a enfrentarnos. Que una constitución dure ya cuarenta años es un milagro.
Empecé recordando las cosas de niño y he terminado hablando del presente. No sé cuál será el futuro, aunque lo más seguro es que ya no esté para comentarlo.
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