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Etiquetas | Política | PP

Partitocrático hiato

Las primarias del PP están resultando “muy primarias” y harto astracanescas
Diego Vadillo López
jueves, 28 de junio de 2018, 00:20 h (CET)

Queda claro en plena vorágine de las primarias peperas que dicho partido (los partidos en general) no deja(n) de ser una herramienta para promocionar a unos ciudadanos hacia una serie de privilegios privativos de la casta que contribuyen a conformar. Pero en el PP esto raya con el paroxismo. Máxime en los últimos tiempos, en que algunos se mueven como pollo sin cabeza toda vez que son conscientes del poder que otorga la general secretaría de su formación. Vieron otrora cómo Aznarín (no puedo no aludirlo diminutivamente) o “el andarín” (también conocido como Mariano Rajoy) personas grises y mesocráticas, de pronto, mira por donde, se pusieron un abrigo de carisma sin límite guiando sabiamente los destinos del partido, del grupo parlamentario y del gobierno. Y, caramba, ¡eso mola mucho!, que se lo digan a la pagadora en diferido Cospedal o a la siempre vivaracha Sáenz de Santamaría, que tan cercanas al gran mandatario han estado y que, como consecuencia de ello, tan altas cotas y cuotas de poder han señoreado. Es difícil resignarse a abandonar tamaños reductos.


Ahora bien, en esta ocasión don Mariano ha decidido no recurrir a la digital usanza (en plena era digital, y tal), como hiciera su antecesor, y ha decidido situar a su formación en un estilo más acorde con los tiempos, dejando que sean los militantes los que elijan, de entre los postulados-avalados, al káiser de marras. Y, tras un pasado luengamente paternalista, mira por donde, parece que la falta de costumbre les ha ventilado una serie de circunstancias e imprevistos que añaden color a lo que semeja una verbena casticísima por demás. Y eso pese a que, como apuntaba Marisol Hernández en “El Mundo” (26-6-2018): “El PP ha perdido parte del atractivo que ha tenido durante años y que, sobre todo, irradiaba mientras estaba al frente del gobierno. La elección del sustituto de Mariano Rajoy no acaba de provocar gran interés entre sus potenciales votantes. Ni siquiera entre su militancia”.



Pero bueno, allende todas estas circunstancias y del interés suscitado, a mí me parece que nos están brindando todos los participantes un espectáculo muy simpático, lindante con el astracán. De hecho, cada vez más, nuestra ¿alta? política es muy astracanesca (véase a Rufián y a otros). En un magnífico artículo (“En torno al ‘astracán’”), Ricardo de la Fuente Ballesteros, filiaba magníficamente las características de dicho subgénero. Entre otras referencias apuntaba: “astracanada se identifica con un tipo de zarzuela correspondiente al último tercio del siglo XIX caracterizado por su mal gusto”, y añadía que “a partir de esta fecha la palabra aparece, con frecuencia, como calificativo, por parte de la crítica, de obras cómicas, siempre como sinónimo de algo disparatado”, como disparatadas están siendo estas jornadas enfebrecidas, en las que Pablo Casado, verbigracia, parece querer con tan incesante actividad convalidar las prácticas de sus másteres presuntamente apócrifos, o doña Soraya, bailando en Melilla con Méndez de Vigo, cuya apostura quedó en evidencia al sumergirse en tan destartalado danzar. Todos, al fin, parecen personajes de un astracán, si bien habría de ser un astracán pirandelliano en el que los personajes buscaran a un autor que como una gran parte de la militancia parece haberse esfumado.



Ya lo apuntaba el aludido De la Fuente Ballesteros: “Los caracteres más invocados a la hora de hablar de las obras de astracán son los siguientes: deformación y exageración de la realidad a la que se descoyunta para obtener de ello mayor efecto cómico, junto a la utilización de retruécanos constantes”. Parecen haberse propuesto seguir tales directrices los autopostulados candidatos a la secretaría general del PP. Son deformaciones de lo que habría de ser un ciudadano de tantos en la diametral existencia; exageran y se exageran, dado que los años ostentando cargos les ha privado del sentido de la realidad habiendo accedido a los reductos de lo inverosímil. Y de todo se obtiene una torva comicidad, pues ya lo apuntó también Francisco Umbral en un excelente artículo sobre Muñoz Seca (Cfr. en “El País”, 30-8-1986), en el astracán no hay humor; solo cabe lo grotesco “(que viene de ‘gruta’)”, la risa, lo cómico, la burla (no en vano ya nuestros personajes no se burlan meramente de la ciudadanía, sino asimismo de ellos, ubicándose en determinadas tesituras con tal de lograr sus objetivos), la caricatura, el disparate… el lector seguro que hará con facilidad una composición mental en la que emparente determinadas secuencias de las ofrecidas por los “media” con estas características, vecinas del humor pero distintas, que otorgan corporeidad al astracán.

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