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La clave Huey Long sobre la guerra del Chaco

Cuando se desató la guerra paraguayo-boliviana, aún se consideraba inocente a una industria que en las siguientes décadas desangraría países de todo el orbe
Luis Agüero Wagner
viernes, 29 de junio de 2018, 08:33 h (CET)
Hace poco más de un mes, el 22 de abril de este año, los paraguayos eligieron como presidente a Mario Abdo Benítez, a quien muchos suponían en años posteriores a la caída del dictador Alfredo Stroessner, condenado al ostracismo por el resto de la eternidad.

A mediados y fines de enero de 1935, con la guerra del Chaco entre Paraguay y Bolivia llegando a su abrupto final, el Senador de Luisiana Huey Long habló en público por última vez sobre el conflicto, dejando las más importantes claves de su posicionamiento.


John Gimlette narra en “Huey Long y la guerra del Chaco” que por instrucciones del secretario de estado de Franklin Roosevelt, Cordell Hull, el senador de Arkansas Joseph Robinson, recibió la misión de refutar las afirmaciones de Long sobre el involucramiento de la empresa petrolera Standard Oil en la guerra paraguayo-boliviana.


El mismo Gimlette reconoce que Robinson se preparó muy poco para semejante discusión, considerando la envergadura del antagonista, y que sus argumentos estaban basados en informaciones provistas por el diplomático boliviano Enrique Finot.


Robinson argumentó algo que ingenuamente muchos repiten hasta hoy, que los campos petroleros de Standard Oil estaban a 400 millas de distancia de los territorios laudados por el presidente estadounidense Rutherford Hayes. La respuesta de Long sigue tan vigente como entonces.


La guerra no había estallado por la posesión de esos campos, sino por la necesidad de transportar el petróleo de sus entrañas hasta aguas profundas del río Paraguay.


Para reforzar su argumentación, Long también exhibió publicaciones y documentos que confirmaban que la Standard Oil proveyó armas y municiones al ejército boliviano, y que el mismo Senado de Estados Unidos intentó dejar indefenso al Paraguay con un embargo de armas.


Otro de los argumentos ingenuos de Robinson fue la peregrina argumentación de que la Liga de las Naciones y la Corte Mundial no tenían vinculación alguna, que sería como decir hoy que tanto las Naciones Unidas como la Corte Internacional de La Haya están exentas de influencias externas.


Sintiéndose derrotados, los detractores de Huey Long apelaron a los típicos manotazos de ahogados. Robinson, que solo había leído un pobre folleto de pocas páginas sobre el litigio, manifestó lamentar que Long haya tomado partido en un problema que enfrenta a dos países que gozan de la amistad de Estados Unidos en partes iguales.


Que paraguayos hayan contribuido al posicionamiento del Senador Long, lo desmiente el hecho de que Max Insfrán, representante diplomático del gobierno conservador de Paraguay en Washington en 1935 (luego devenido en historiador), afirmara en sus crónicas que las afirmaciones de Long eran “pura demagogia”. Insfrán acompañaba en aquel tiempo al embajador Bordenave, con el rango de Consejero de la Embajada.


El Senado de Estados Unidos rechazó, insólitamente, una moción de Huey Long, que proponía declarar inaceptables decisiones de la Corte Mundial que colisionen con laudos arbitrales de Estados Unidos. Estamos hablando de un país que ha ido a la guerra pasando por encima de resoluciones de la ONU, pero al parecer entonces, superponer sus propias decisiones arbitrales en materia internacional a lo que digan terceros, hería en 1935 su fina susceptibilidad.


Huey Long aprovechó la ocasión para denunciar que un plan para asesinarlo estaba en marcha, algo que finalmente se materializaría, con el evidente propósito de hacerlo a un lado de las disputas petroleras en las cuales se encontraba involucrado, tanto en Sudamérica como en Luisiana.


En esos días, la versión de Long ya había ocupado titulares en The New York Times, así como en importantes diarios de México, Costa Rica y Argentina.


Fue entonces que en un desesperado intento por refutarlo, algunos Senadores involucraron a una de las más notorias voces de protesta durante aquella Gran Depresión económica norteamericana, el sacerdote católico Charles E. Coughlin.

Coughlin era uno de los más populares locutores radiales del país, en un tiempo en que la radiodifusión era casi el único medio masivo de comunicación. Coughlin había renunciado a su espacio en la CBS para montar su propia emisora de radio, en Detroit, debido a la censura que intentaron imponerle. Su popularidad fue tan grande, que cuando difundió la versión de Huey Long sobre la guerra del Chaco entre Paraguay y Bolivia, lo consideraron un peligro para la Seguridad Nacional.


Aprovechando la reputación de agitador que se había ganado el cura, los adversarios de Huey Long lo responsabilizaron en el senado -ya en aquel enero de 1935-, de las consecuencias que tendría la propagación de ideas anti-capitalistas vía ondas de radio, y a nivel nacional. Se habían adelantado por dos décadas al Senador republicano Joseph Raymond MacCarthy.


Lo que vino después es historia relativamente conocida. El 23 de diciembre de 1936, el mismo Franklin Delano Roosevelt inauguraría la Conferencia Interamericana para mantener la Paz, cuya primera misión fue resolver la cuestión paraguayo-boliviana sobre el Chaco. Tres décadas más tarde, lo documentaría Leslie B. Routh.


El presidente de la conferencia para dar un corte definitivo a la historia fue Spruille Braden, quien preservó los intereses de la empresa de la cual era personero.


Cuando un gobierno boliviano amenazó con expropiar los campos petrolíferos de la Standard Oil, años después de concluida la guerra, los responsables de la misma ya estaban fuera del juego.

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