Muchos sucesos actuales revisten ciertas nostalgias, las cuales pueden versar sobre cuestiones ideológicas e históricas. Así mismo no se ponderan la dimensión psicológica heredada desde contiendas antiguas pero que irremediablemente han transmitido una cosmovisión del terror, el sometimiento y la posibilidad del resurgimiento de fenómenos totalitarios, los que no necesariamente deben revestir en un personalismo. Pues la modernidad disfraza muy bien rasgos que no se han saldado.
Mediaba el año 1945, Harry Truman impelido por la necesidad de poner fin a la Segunda Guerra mundial arremetió en un acto más – no por ser el último – para adelantar la rendición de Japón. El acto que quizás, parafraseando a Hannah Arendt, inauguraría la “banalización del mal”: lanzar el que sería el primer ataque nuclear en un frente beligerante. Si la Primera Guerra mundial según los historiadores se inició con un acto de crueldad, ya que esta inauguraba el siglo XX, el ataque a Hiroshima en el marco de la segunda, fue sin dudas, además de cruel, innecesaria. Esto lo declararía el propio sucesor de Truman.
Si la intención de USA era finalizar la guerra y así lograr una ventaja sobre los “países del eje”, podemos afirmar que ésta se concretó en parte. Pero la mayor parte se la llevó su impacto, no solo por la cantidad de muertos sino por lo que hoy mismo sigue significando, la dimensión psicológica de la guerra ha sido lo que hemos heredado y lo que aún persiste para poder interpretar los signos en los que la dimensión de la maldad en su banalidad se presenta. Paradójicamente, y según la intención de USA, ésta sería la bomba que terminaría con la guerra. Explayé el concepto de banalización del mal. Éste concepto se remite a algo muy posterior, los crímenes del nazismo.
Básicamente, podemos afirmar haciendo esta comparación, que ésta bomba, fue producto de la banalidad del mal, porque este concepto filosófico nos dice que la mayoría de los actos crueles de la humanidad han sido inspirados más que por la inteligencia en la falta de la capacidad para pensar. De ahí que incluso, hoy digamos que esa bomba fue innecesaria.
Para entender un poquito más: la filósofa que acuñó este término, no lo inventó por que quedaba bien. A ella le toco presenciar el juicio en Israel de un ex Jerarca Nazi, y allí se preguntó, como nos seguimos preguntando hoy en día, qué es lo que le llevó a esa gente a cometer semejantes matanzas. Concluye que ese criminal nazi no era un fanático antisemita, ni un genio del mal, ni un loco que obtuviera placer al saberse responsable de la muerte de millones de personas, sino que simplemente, cometía esos actos por la incapacidad de pensar. Es decir, para concluir la cita filosófica de mí filosofa política preferida, para ella ese asesino, por que sí lo era como lo serían tantos otros, no estaba guiado por la estupidez, sino por una curiosa, y verdaderamente auténtica, incapacidad para pensar y eso es lo que es la banalidad del mal.
La bomba a Hiroshima es el acto que más ha convencido al ser humano de que no puede pensar, tal es la magnitud de la dimensión que ya no hay distinción entre ideologías, entre posiciones; tal es la dimensión que ya supera el análisis histórico contextual para sopesar en realidad y en buena hora la dimensión del ser humano en sus decisiones.
Es un crimen impune como siguen siendo dolientes las heridas del fascismo, el nazismo o el Stanlinismo, todos ismos que al igual que los métodos de USA, tenían un propósito: el totalitarismo mismo. Concepción que está teniendo un resurgimiento en el disfraz de la vorágine de la modernidad, y es que “el terror sigue siendo usado por los regímenes totalitarios incluso cuando ya han sido logrados sus objetivos psicológicos: su verdadero horror estriba en que reina sobre una población completamente sometida”. Es interesante la presencia actual de la dimensión del terror y el sometimiento, cuyo móvil es nada más que el sometimiento psicológico, el que dijimos supera la dimensión histórico – contextual.
Hasta ahora no hemos sido capaces de darnos cuenta que constantemente estamos analizando el mal. Hay muchos ejemplos hoy en día y muchos siguen siendo de guerras y muchos son contra niños, y allí está también la “Banalización del mal” que es tan vieja como concepto filosófico pero vigente como premisa para ponernos alerta. Hiroshima, su ataque a la ciudad fue la excusa para empezar con banalidad a perpetrar la dominación ideológica. Tras el ataque, Truman salió a anunciar que Estados Unidos estaba en posesión de una nueva arma, y advirtió a Japón que si no aceptaba sus términos de rendición, le caería encima una lluvia de ruinas que el mundo jamás había visto, pero tampoco se estaba advirtiendo que esa nueva arma seria justificar los actos de crueldad.
Se estima que alrededor de 80 mil personas, un tercio de la población de la ciudad, falleció a causa de la detonación y los incendios posteriores, pero nadie se ha puesto analizar que el totalitarismo ideológico no tiene dueños en cuanto gobierno sino prevendatarios y que aun sigue en forma disfrazada de democracia justificando ataques. Es decir, no podemos renunciar a este pensamiento crítico y conformarnos con ser otro engranaje o quedarnos al margen como meros espectadores. Esta es la única alternativa frente al mal.
Las sociedades totalitarias no suelen llegar de repente y por eso es importante mantener siempre el espíritu crítico y el diálogo abierto. Muchos totalitarismos fundados en actos de crueldad han caído y otros siguen existiendo, otros quizás se están engendrando. Porque si un ataque se perpetua y en el mueren cientos o millones, es porque alguien o muchos lo están permitiendo, o están banalizando el acto de crueldad.
Las contiendas se superan. En ellas hay ganadores y derrotados, pero sus causas re encarnan y se re polarizan. La incapacidad de dirimir con necesitada mirada humana y pensante los escenarios de las decisiones que definen el destino de muchas poblaciones puede justificar resolver algunas cosas por las armas. El análisis desde el dialogo personal y desde éste hacia la comunidad, nos permitirá comprender los procesos actuales de dislocación social, política, económica para mantenernos alertas y quizás prevenidos.
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