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Opus Dei: Comentario crítico a una carta (LXXVII)

No quiero bajo ningún concepto morir con la ausencia de caridad que vi en ese sacerdote
Antonio Moya Somolinos
viernes, 31 de agosto de 2018, 09:12 h (CET)

Al ver precedido el número del presente artículo por la conjunción copulativa "y", el lector entenderá que esta serie llega a su fin. Han sido casi tres meses, con interrupciones, en los que, quienes me hayan leído, han tenido la amabilidad de hacer caso a una opinión, igual o distinta a la de ellos, pero opinión, no más. Distinta de la “versión oficial”, es verdad, pero una opinión.


A partir de ahora, seguiré escribiendo en este medio de forma más espaciada y de otros temas. Agradezco a Diario Siglo XXI el respeto a la libertad de opinión que me han demostrado al publicar todos estos artículos, y en especial al redactor jefe, Alfredo Hinarejos, porque al permanecer fiel a su promesa de publicar estos artículos, a pesar del acaloramiento que se ha despertado en algún momento, ha demostrado un gran convencimiento a favor de la libertad de expresión frente a quienes querían ahogarla.


Agradezco a quienes han participado en el foro sus aportaciones. Incluso las discrepantes son constructivas porque son un recuerdo constante de que no estamos solos, sino con otros que tienen otro modo diferente del nuestro de ver las cosas.


He querido opinar de modo extenso y públicamente porque en los últimos tiempos, mi opinión acerca del Opus Dei ha cambiado radicalmente como consecuencia de haber querido escuchar opiniones que se apoyaban en hechos que yo desconocía hasta entonces. Se puede decir que en la última decena de años he ido cambiando paulatinamente de opinión en la medida en que había cosas que no me encajaban y datos nuevos que advertí que se me ocultaban desde la dirección de la institución.


Sin embargo, a nivel personal, interiormente, sigo siendo el mismo, con las mismas convicciones cristianas, pero ahora más fundadas y maduras, con las mismas ilusiones (me corrijo: con muchas más ilusiones), con los mismos amigos (si ellos quieren seguir siéndolo míos), con muchísima más libertad, con mucho más amor al prójimo, con mucho más amor a Dios, con el mismo amor infinito que Dios siempre me ha tenido.


Pienso que todo hombre debe buscar sinceramente la verdad de las cosas y de su propia vida, y estar dispuesto a cambiar el rumbo y rectificar opiniones, si honestamente ve que debe hacerlo. Asímismo, no me parece bien que otros se enteren de las variaciones de mis opiniones por terceros, sino en primera persona.


Creo haber expuesto con claridad cómo veo las cosas. De todas formas, estoy abierto al diálogo permanente sobre este tema y sobre todos durante el tiempo que sea. El inmovilismo en cuestiones opinables me parece un sinsentido. Opinar de una determinada manera porque así lo hemos hecho toda la vida, me parece una tontería. La única fidelidad debe ser hacia Dios y hacia las personas. La tradición por la tradición la veo como una gilipollez.


En estos artículos he plasmado mi cambio de opinión hacia una institución. Respecto a las personas, estoy en el mismo sitio. Mis amigos del Opus Dei seguirán siéndolo dependiendo de ellos, es decir, dependiendo de que ellos valoren mi amistad por encima de su institución, esto es, de que den prelación a la persona sobre la institución. De lo contrario, serán ellos quienes abandonen la amistad por ese motivo.


Hay que retratarse. Hay que saber dónde está cada cual, qué prefiere cada cual, si la amistad de las personas o las instituciones. Allá cada cual. Que cada cual elija.


Me parece que esta serie de artículos ha tenido una consecuencia muy buena: Ha ayudado a situar a no pocos en su sitio, a que cada cual tome posiciones de un modo más consciente, no solo sobre el Opus Dei, sino sobre otros muchos temas más de fondo que han ido saliendo a lo largo de estas semanas.


El origen de estos artículos fue la indignación que experimenté en enero pasado ante la carta de Ocáriz. Me pareció algo macabro y abyecto ese cinismo de hablar sobre la libertad para autoelogiarse institucionalmente ante el Papa, que es el principal destinatario de esa carta.


Inmediatamente me puse a pensar qué era lo que había movido a Ocáriz a escribir esa carta. Fue entonces cuando paulatinamente llegué a la conclusión de serían probablemente esas dos coordenadas en las que, a mi juicio, se mueve la publicación de esa carta.


Me puse a escribir, con idea de publicar uno o dos artículos exponiendo mi opinión acerca de eso. Pronto me di cuenta de que una mayoría de los lectores no me entendería si no explicaba bien una serie de cuestiones institucionales. El número de artículos se iba agrandando.


Cuando ya tenía 20, le puse un correo a Alfredo Hinarejos exponiéndole la idea de una serie de artículos sobre ese tema. Le hablé en torno a 25. Le pareció bien.


Cuando empecé a publicarlos, poco a poco me di cuenta de que tenía que intercalar otros entre los que ya tenía escritos, así como aumentar las explicaciones. También surgieron otros nuevos a modo de incisos para dar contestación a cuestiones surgidas en el foro, y otros más relativos a cuestiones de actualidad que iban surgiendo y que tenían una relación con el tema tratado.


Entre unas cosas y otras, la serie ha ido aumentando y ha habido un momento en el que ni yo mismo he sabido cómo darle carpetazo a esto, pues por una parte, el interés despertado ha sido notorio, pero por otra parte, esto no puede extenderse indefinidamente, entre otras cosas porque ya se me viene haciendo un poco cuesta arriba escribir un artículo extenso diario y compatibilizarlo con otras obligaciones. En la mayor parte de los casos, quien ha pagado el pato ha sido el sueño, y no han sido pocos los artículos enviados a la redacción de DiarioSigloXXI a la una o las dos de la madrugada y desde los sitios más diversos de la geografía española.


A pesar del esfuerzo, he preferido aguantar y escribir lo que creía que debía escribir para que quedara un trabajo completo, es decir, comentar de un modo aceptable la carta, y evitar dejar alguna parte de ella con un comentario meramente superficial.


Junto al trabajo de escribir, también me he tomado el trabajo de difundir los enlaces de estos artículos a mis contactos. Tengo un total de 1.076 contactos, entre los cuales están los parientes, amigos, conocidos y algo conocidos. Me elaboré cuatro listas de difusión de whatsapp con un sentido amplio en las que incluí un total de 828 contactos, a los que les empecé a enviar casi diariamente los enlaces de los artículos.


Hubo once que se descolgaron en las dos primeras semanas, a quienes o bien no les gustaba que opinara o no les interesaba el tema. A los otros 817 les he enviado puntualmente los enlaces de todos los artículos. La mayoría de ellos no me ha comentado nada. Probablemente muchos ni siquiera los habrán leído. He recibido bastantes comentarios muy positivos compartiendo mis opiniones y agradeciéndome que las haya manifestado y que se las haya enviado. También se que muchos de esos 817 contactos han reenviado los artículos a sus contactos o los han recopilado en formato word o pdf para luego encuadernarlos en gusanillo.


Me consta que los artículos de esta serie han tenido mucha difusión entre numerarios del Opus Dei y concretamente entre sacerdotes numerarios.


También ha habido una difusión muy grande entre miles de ex miembros del Opus Dei. Muchos me lo han agradecido. También han surgido planes editoriales de, al menos, tres publicaciones, una de ellas colectiva. Otra serían los propios artículos, que convenientemente retocados un poco y maquetados, darían por resultado un libro de no menos de 700 páginas. Es un asunto que habrá que estudiar despacio, pero el material, en lo básico, ya está.


También ha habido opiniones en contra, incluso intentos de convencerme de que no siguiera opinando sobre este tema. He oído (leído) a todos, pero he seguido adelante con mi determinación hasta el final: No quiero bajo ningún concepto que sean otros los que digan cómo opino o dejo de opinar sobre una cuestión. Mis opiniones las defiendo yo en primera persona, les gusten o no a otros. Y si alguien quiere saber cómo opino de lo que sea, lo mejor es que me pregunte a mí en vez de murmurar a mis espaldas, que es algo que ha pasado en Córdoba con ocasión de mi salida del Opus Dei. Esos murmuradores son un poco tontos; no se dan cuenta de que Córdoba es un pueblo, algo grande, pero pueblo, en el que todos terminamos sabiendo las murmuraciones difundidas por todos.


En adelante, quien quiera saber cual es mi opinión sobre el Opus Dei, no tiene más que meterse en el periódico digital Diario Siglo XXI y ponerse a leer. También puede, quizá, comprar el libro, si llega a editarse.


Alguno de los que ha intervenido en el foro y cuya identidad no ha manifestado (lo cual respeto) se ha asombrado de ver en mí un cambio copernicano de la noche a la mañana. Creo que debo precisarle que ese cambio no ha sido de la noche a la mañana ni ha sido un cambio sustancial.


No ha sido de la noche a la mañana porque llevo incubándolo por lo menos ocho o diez años, en los cuales he ido viendo cada vez con mayor frecuencia una serie de incongruencias, hipocresías y mentiras en el Opus Dei y fundamentalmente, en quienes lo dirigen.


Salvo que una persona se conforme con vivir al margen de la verdad o no tenga especial interés en vivir constantemente en la verdad de su vida, lo normal es no conformarse con la incongruencia, hipocresía y la mentira. Ese inconformismo tiene como consecuencia "tirar de la manta" y empezar a descubrir cosas más graves. Como dice Isabel Allende, quien busca la verdad, corre el riesgo de encontrarla.


Un mínimo de prudencia, a mi modo de ver, debe conducir, sin embargo, a no dejarse llevar inmediatamente de esos "descubrimientos" y sopesarlos con el fin de formar un punto de vista maduro y fundado. Eso es lo que he hecho yo durante años.


Para mí fue providencial que el 12 de diciembre de 2015 me echaran del centro en el que vivía. Inicialmente pensé que era de las peores desgracias de mi vida, pero poco después pude darme cuenta de que a partir de ese momento, al dejar de vivir en ese infierno, empecé a ver muchas cosas que antes solo entreveía. Sobre todo, empecé a disfrutar de la libertad, que antes creía tener, pero no tenía.


Desde mediados de abril de 2016 descubrí claramente que me había equivocado en el camino que había tomado 42 años antes como numerario del Opus Dei y les planteé a los directores pasar a ser miembro supernumerario, aportándoles muchísimos detalles de conciencia por los que se podía ver que mi decisión era sincera. Les planteé dejar de ser del Opus Dei y pasar a supernumerario al día siguiente.


La respuesta que recibí en junio de parte del prelado y del consiliario del Opus Dei en España fue una calumnia: Me transmitieron a través de un director de la delegación del Opus Dei de Sevilla que en realidad, lo que yo les había manifestado no era verdad, sino que la verdad es que pretendía ser infiel al Señor.


Aquella calumnia me supo muy mal y al ver que no aceptaban mi propuesta, decidí irme del Opus Dei y simultáneamente enviar mi petición de admisión como supernumerario, sin fecha ni firma, para que desde la institución decidieran cuándo me volvían a recibir.


El día 11 de julio de 2016 quedé fuera del Opus Dei. El 13 de julio pedí ser cooperador y reiteré mi petición de admisión como supernumerario, cuando ellos decidieran hacerla efectiva. El 21 de agosto de 2016 fui admitido como cooperador.

Nunca más se acordaron de mí. No me invitaron a ni un solo medio de formación ni a nada. En los meses siguientes palpé en mis carnes una de las características de las sectas: A quien abandona la secta se le tiene como si nunca hubiera existido.


A la vez, noté en esos meses siguientes, que los amigos que tenía de antes, eran ahora más amigos míos y que se alegraban de que hubiera dejado el Opus Dei. Empezaron a confesarme cosas que antes no lo habían querido hacer. A la vez, empecé a leer muchos libros y publicaciones que desde el Opus Dei están más o menos "prohibidas o censuradas", y me fui dando cuenta de que ni los "malos" son tan malos, ni los "buenos" son tan buenos; es más, que hay "malos" que realmente son buenos, y "buenos" que dejan bastante que desear.


Me casé en setiembre de 2016, llevando a cabo mi vocación matrimonial.


Si abandonar el Opus Dei me hizo muy feliz, contraer matrimonio en el Señor ha supuesto la felicidad mayor de mi vida. Quizá todos vean a sus respectivas mujeres como las mejores mujeres del mundo. Pero se equivocan; la mejor de todas es la mía, la que Dios me ha dado inmerecidamente a mí por esposa y con la que soy inmensamente feliz, hasta el punto de que, quienes me habían visto por última vez antes de casarme y me han visto después, no han podido dejar de comentar que mi felicidad sale por los ojos de la cara y es patente a todo el mundo. Mi amigo Enrique dice que lo que me pasa es que antes, cuando era numerario, estaba "anestesiado", y ahora no.


Carmen Charo, una de mis mejores lectoras de esta serie, sostiene que ante todo uno debe mirar en primer lugar por la felicidad propia, y luego por la de los demás.


Debo decir que estoy de acuerdo con esa opinión, pero requiere una explicación.


En el Opus Dei, aunque ellos lo nieguen, hay una espiritualidad triste y negativa. Siempre se fomenta el “olvido de sí”, el “pisotear el propio yo”, el “desprecio de uno mismo”, el “pensar en los demás antes que en uno mismo”. Yo he caído también durante años en esa visión.


Ahora bien, no han pensado que la condición necesaria para hacer felices a los demás es empezar por serlo uno mismo. Nadie da lo que no tiene. Cuando uno no es feliz, está incapacitado para hacer felices a los demás.


Además, no se trata de darle a la propia felicidad un valor utilitarista. La felicidad tiene valor por sí misma. Dios nos quiere felices. Ser feliz en esta vida no solo no es reprochable, sino que es camino para la felicidad eterna, nunca incompatible con ella.


Mi consejo es este para aquellos miembros del Opus Dei que están a disgusto porque en el fondo, no son felices (son muchísimos; no hay más que verlos): Largáos del Opus Dei. Con la conciencia absolutamente tranquila, con el ánimo feliz de quien abre la puerta de la libertad. Hay que ser felices en esta vida. Esta vida puede que sea un valle de lágrimas, pero hay que evitar que lo sea. Si Dios dispone que muramos mártires, moriremos mártires. Pero yo, por lo menos, no buscaré ningún martirio que no me lo mande Dios.


No conozco a nadie que haya abandonado el Opus Dei y que no sea más feliz. Estoy hablando de quienes han sufrido un grado de daño que les ha permitido recuperarse interiormente, porque también hay quien, por lo que sea, se ha ido con la conciencia quebrantada, y lo ha pasado muy mal.


Gracias a Dios, ese no fue mi caso. Es fundamental interiorizar que ni el Opus Dei ni su fundador son divinos, que el rollo de la “vocación divina al Opus Dei” es una patraña anticristiana; que en general, se encuentra más caridad, más fe, más libertad, fuera de esa secta que dentro. Que vale la pena optar por la verdad frente a la seguridad. Que las instituciones no tienen alma, mientras que las personas, no solo la tienen, sino que están hechas a imagen y semejanza de Dios. Esas, las personas, sí que son verdaderamente “obras de Dios”, y no ese petardo de tóxica institución.

No esperéis a estar muy incómodos en el Opus Dei. Ganad tiempo. Idos cuanto antes. Amaréis más a Dios y a los demás. No hay tiempo que perder haciendo el indio de esa manera.


He hablado antes de las reacciones ante los artículos. Como he dicho, la mayoría han sido muy favorables. También ha habido dos casos dolorosos en los que, un antiquísimo amigo mío por un lado, y un familiar mío por otro, reaccionaron con desproporcionada violencia hacia mí en los primeros artículos, dirigiéndome una serie de calumnias inaceptables. Después de hacerles ver que me habían calumniado, y después de darles un tiempo para que rectificasen, les dije que, o me pedían perdón o cortaríamos de por vida el trato, dejándoles claro por anticipado que si me pedían perdón, les perdonaría. No lo hicieron a sabiendas. Desde entonces, les he borrado de mis contactos.


Entiendo que para respetar a los demás, lo primero es tener uno mismo respeto por sí mismo y exigir ese respeto. También entiendo que una cosa es la disposición permanente para perdonar, y otra el perdón mismo, que debe ser rogado para que sea justo y para que quien pide perdón se dé cuenta de que el perdón no es algo sin valor, sino que tiene el precio de, por lo menos, pedirlo.


Estos dos casos comentados son una muestra, en un determinado sentido, de lo que ha pasado con estos artículos: Que quienes los han leído, se han colocado en una determinada posición, la que sea, lo cual, de entrada, es muy saludable, pues hablar de los peces de colores no compromete a nadie personalmente.


Dentro de ese “tomar posiciones”, ha habido un caso muy interesante que lo voy a referir, diciendo el “pecado”, pero no el “pecador”. Se trata de una amiga mía, ex-numeraria, que en privado no pierde ocasión para poner a parir al Opus Dei, pero que luego lo tiene por cliente de su empresa. Puntualizo: No es que tenga por cliente a alguna o algunas personas del Opus Dei, sino al Opus Dei institucionalmente. A mi no me parece propio de trigo limpio que alguien hable mal de sus clientes a espaldas de estos, pero allá cada cual.


El caso es que, con esa política de jugar a dos barajas o de nadar y guardar la ropa, al segundo whatsapp me dijo que era un poco fuerte lo que estaba diciendo, aunque no concretó los extremos.


Al cabo de una semana me dijo que se le había olvidado hacerme una observación: Que yo estaba incumpliendo la nueva legislación de protección de datos porque no disponía de autorizaciones de los destinatarios de mis mensajes de whatsapp enviados desde mi blog.


Le contesté diciéndole que estaba mezclando churras con merinas, porque yo, ni soy empresario, ni tengo blog de nada ni tengo clientes de nada, sino que lo único que tengo es un móvil, unos contactos de teléfono, cuyo dato, el número de teléfono, me lo ha facilitado el propio interesado, que no es cliente sino familiar, amigo o conocido, y que siguiendo las reglas del sentido común, de acuerdo a lo que ella sostenía, habría que concluir que sería imposible enviar un solo whatsapp a nadie, pues habría que entender que todos nuestros contactos, familiares incluidos, serían clientes nuestros de no se sabe qué empresa.


Le contesté que, siguiendo el sentido común, hay que entender que tal autorización (la de enviar un mensaje de whatsapp) se presupone concedida por el destinatario en la medida de que, él mismo me facilitó hace tiempo su teléfono y hasta ahora no me ha expresado formalmente su deseo de que tal dato sea eliminado de mi lista de teléfonos.

Pues bien, algo tan sencillo como esto no parece que le entrara en la cabeza, y durante algunos días sucesivos no paró de enviarme mensajes escritos y de audio en los que aseguraba que lo que yo estaba haciendo era algo totalmente prohibido. Se apoyaba en que un supuesto técnico en informática así se lo había aseverado y le había advertido que era algo muy penado. No decía ni quién era ese supuesto “técnico” ni en qué consistía la pena, ni qué norma la establecía.

Como seguía erre que erre, y sin precisar datos, le envié en pdf el nuevo reglamento europeo de protección y tratamiento de datos personales aprobado en Bruselas por el Parlamento Europeo el 27 de abril de 2016, publicado en el DOUE de 4 de mayo de 2016, y cuya entrada en vigor tuvo lugar el pasado 25 de mayo de 2018. Asimismo le comenté un poco los artículos más relevantes al caso del mencionado reglamento para demostrarle con datos que lo que estaba sosteniendo era una verdadera gilipollez, pues no tenía sentido aplicar al ámbito de las relaciones personales una normativa pensada para el ámbito empresarial o mercantil.


Después de varios días de idas y venidas de mensajes de whatsapp sobre esta surrealista cuestión, parece que se dio cuenta de que le había salido el tiro por la culata en lo que a todas luces yo entendí que se trataba de meterme miedo, aunque no llegué a saber lo que le motivó a ello. El hecho es que durante unos días enmudeció. Yo seguía publicando mis artículos y enviándolos a mis contactos, a ella también.


Al cabo de unos días me volvió a enviar un mensaje en el que decía que se estaba saliendo de todos los grupos de whatsapp debido al exceso de información que le llega por ese medio, y me pedía que, "cuando me viniera bien", la sacara de mi lista de difusión.


Le contesté con un lacónico "Ok", a la vez que le quité de la correspondiente lista de difusión y, por supuesto, entendí perfectamente qué es lo que había pasado....


He hablado de tres reacciones desfavorables. Voy a hablar de una favorable. Se trata de un sacerdote numerario, mayor pero no mucho, a quien conozco desde hace bastantes años, con quien siempre sintonicé y a quien siempre he querido como un hermano. Hacía años que no nos veíamos. Es de los que puse en la lista de difusión y le estaba enviando los artículos cada día.


Al recibir la quinta entrega, me contestó de esta manera: "Me da pena que no lo hayamos hecho bien contigo. De verdad. A ver cuándo podemos echar un rato".


Le contesté que él sí lo había hecho bien conmigo, porque siempre me había tratado con caridad cristiana, con cariño, y que no tenía nada que reprocharse. Le invité a comer en mi casa, dándole la opción de que, si quería que habláramos de algo particular, en vez de comer en casa, podíamos quedar en algún restaurante. Me contestó diciéndome que no quería hablar de nada en concreto, sino solo estar conmigo y con mi mujer, compartir un rato.


Al final se ve que, lo que valen son las personas. Las instituciones tienen una importancia secundaria. Ni el Opus Dei, siendo una secta, ha hecho peor a mi amigo sacerdote, ni mejores a quienes han reaccionado calumniándome, sean del Opus Dei o no.


Ahora bien, sin excesivo ánimo de generalizar, creo que basta echar una ojeada a los foros de todos estos artículos para sacar algunas conclusiones: Entre quienes hemos pertenecido al Opus Dei y tenemos actualmente una visión crítica de la institución, habrá una postura crítica en general, pero no es uniforme; se ve que, entre nosotros, tampoco estamos todos cortados por el mismo patrón, nuestras opiniones no son idénticas.


Por el contrario, entre quienes defienden a la institución, la mayoría o todos, del Opus Dei, hay una uniformidad total. Ellos lo llaman “unidad”, pero en realidad es un fanatismo que pasa por encima de la persona, partiendo de una negativa rotunda a entrar en la consideración de los contenidos para atacar a la persona descalificándola o incluso insultándola.

Esta reacción típica del Opus Dei se puede encontrar de forma paradigmática en un caso que recoge OpusLibros sobre Pilar Urbano, numeraria y ejemplo del fanatismo opusino y de la idolatría al fundador.


Básicamente el caso es este: Marcus Tank, colaborador de OpusLibros tuvo la idea de demostrar con documentos obrantes en archivos públicos que san Josemaría Escrivá llevó a cabo maniobras ante distintas personalidades políticas y eclesiásticas para ser nombrado obispo. Esto lo hizo entre 1942 y 1956. Marcus Tank desarrolló su trabajo aportando en OpusLibros una serie de cinco estudios correlativos sobre la cuestión con fotocopias de documentos públicos.

Inmediatamente, Pilar Urbano se descolgó con un escrito al estilo Opus Dei, esto es, sin hacer caso a las colaboraciones de Marcus Tank, insultándole y ridiculizándole a continuación, y presentando por último pruebas de dudosa veracidad.


Pilar Urbano recibió cumplida respuesta en OpusLibros, en la que quedó patente su “seriedad profesional” y su fanatismo. La respuesta vino de Jaume García Moles por un lado, con un estudio en el que le rebatió con fundamento hasta la última coma. También le contestó otro que se hace llamar bajo seudónimo Simplicio, con una serie de cinco entregas bajo el título “Un trampantojo de la prelatura”. Por último le contestó una ex numeraria de sus tiempos que se ve que conoce bien a la insultadora Urbano y que podría largar de ella en abundancia. Esta se hace llamar con el pseudónimo de Junio.


Los enlaces son estos:

http://www.opuslibros.org/nuevaweb/modules.php?name=News&file=article&sid=22089

http://www.opus-info.org/images/1/11/Pilar_Urbano_responde_a_Marcus_Tank.pdf

http://www.opuslibros.org/PDF/APilarUrbano1.pdf

http://www.opuslibros.org/libros/Simplicio_Urbano.htm

http://www.opus-info.org/images/7/7e/Un_trampantojo_de_la_Prelatura.pdf

http://www.opuslibros.org/nuevaweb/modules.php?name=News&file=article&sid=22218


Como un ejemplo puede ilustrar mucho mejor que un discurso las cosas que se dicen, ya acabando, voy a referir dos anécdotas que reflejan muy bien cómo se funciona en el Opus Dei y como se funciona en la Iglesia en general.

Nos situamos en Córdoba, el 8 de noviembre de 2015. Yo todavía era numerario y residía en el centro que hay en la calle Ramírez de Arellano 6. Eran las 9 de la noche. A esa hora los numerarios residentes en el centro teníamos el círculo breve, esto es, el círculo de numerarios. Durante ese círculo yo estuve carraspeando, pues estaba algo resfriado y sentía fuertes molestias en la garganta.


A los dos días, uno de los sacerdotes del centro – no diré el nombre – me cogió aparte y me hizo lo que en el Opus Dei llaman una “corrección fraterna” que tuvo el siguiente contenido: Me dijo que había observado que en el último círculo breve había carraspeado en varios momentos y que debía evitarlo en lo sucesivo porque en el círculo breve no se puede carraspear. Esto me lo repitió otras dos veces.


Yo no le contesté ni le mandé a la mierda porque mi decepción del Opus Dei en aquella época era tal que hacía mucho tiempo había perdido ya incluso la ilusión de que hubiera algo de caridad. Me callé, pero interiormente me acordé de mis padres ya difuntos. En una situación como la del día del círculo, estoy seguro de que me habrían acercado un vaso de agua y se habrían preocupado por mí, aunque no pudieran hacer nada para evitarme esas molestias.


En cierto modo, tampoco me extrañó esa reacción de corazón gélido en ese sacerdote. Hacía tiempo que ya me había dado cuenta de la frialdad y de la ausencia de caridad reinante entre los miembros numerarios principalmente. Algo me hizo sufrir esa falta de cariño y esa frialdad, pero en el fondo, yo ya estaba acostumbrado a eso y no le veía solución. No le di apenas importancia. Yo mismo me estaba también poniendo duro de corazón como una piedra al vivir bajo un techo en el que nadie se ama. No me extrañaba una actuación así viniendo de un sacerdote que desde 1977 llevaba en cargos de gobierno del Opus Dei, a nivel regional y de delegaciones: tanta estructura le había secado el corazón hasta el punto de ver una incorrección material donde debería ver a un hermano sufriendo al que ayudar.

Le escuché en silencio y no le di importancia, aunque me dolió tal situación.


Avancemos en el tiempo: 8 de enero de 2018, lunes. Yo ya estoy fuera del Opus Dei, felizmente casado y en otra reunión, esta vez de catequesis de adultos en la parroquia de Santa Victoria, en el barrio del Naranjo, en Córdoba.

Hay algunos cambios respecto a la reunión de 8 de noviembre de 2015. En aquella, todos éramos hombres, numerarios. Aquí hay de todo, hombres y mujeres. El número, parecido en uno y otro caso, una docena de personas, más o menos. La verdad es que en la catequesis de Santa Victoria, casi todo son mujeres, unas 8 ó 9. Los hombres somos tres o cuatro.


En el círculo de Ramírez de Arellano todos estábamos en silencio, solo hablaba el que dirigía el círculo. En el Naranjo no se sabe ni quien dirige, pues todo es un guirigay en el que cada cual habla y escucha cuando le parece, sobre todo porque las mujeres hablan mucho. Pero a pesar de todo, aprendemos todos de todos. Vaya que si aprendemos. Lo vamos a ver enseguida.


En una y otra reunión hay un elemento común: Que yo estaba resfriado.


A los pocos compases de empezar la reunión de catequesis, empiezo a carraspear, como en aquel maldito círculo.

Casi como con un resorte, cuando me quise dar cuenta, una de las amigas que tenía al lado, había sacado unas pastillas alemanas balsámicas de las que venden en las gasolineras, mi mujer había sacado unos caramelos del bolso, otra un poco más allá había sacado un chicle, y otra se había levantado en un segundo, y del cuarto de baño de al lado, había cogido un vaso de plástico y me lo traía con agua.


Yo, al ver ese menú tan variado, opté por el vaso de agua, no sé si por la referencia evangélica o sencillamente porque el alivio que me iba a proporcionar, se me presentaba como más inmediato. Después del agua, creo que me apunté también a otras piezas del menú.


Ni que decir tiene que, además de darle las gracias a todas, me vino a la cabeza inmediatamente la reunión de Ramírez de Arellano que la tenía ya en el olvido.


La que me ofreció el agua es una chica muy pobre a quien su marido abandonó hace años y que se gana la vida con mucho esfuerzo trabajando como asistenta para sacar a sus hijos adelante. Probablemente, no; seguro: No tiene la formación teológica de ese sacerdote numerario tan experto en cuestiones de gobierno de la prelatura, ni los dos doctorados que este ostenta. Tampoco tiene la formación teórica que yo he adquirido en el Opus Dei durante los 42 años que he estado ahí.


Pero me dio una lección de caridad imborrable. Las demás también, porque todas reaccionaron igual. Aquel gesto me llenó de alegría interiormente. Eso mismo es lo que hubieran hecho mis padres en ese momento. Eso es lo que hizo mi mujer, que la tenía al lado.


Desde que me fui del Opus Dei, nunca lo eché de menos, aunque por un tiempo pensé en volver como supernumerario. Pero creo que desde el pasado 8 de enero de 2018, no lo echo de menos de un modo absoluto.


Dice un himno latino: “Ubi cáritas et amor, Deus ibi est” Donde hay caridad y amor, ahí está Dios. Desde hacía tiempo yo tenía claro que Dios no está en los centros del Opus Dei, aunque esté en el sagrario a la fuerza. Ahora bien, en la parroquia de Santa Victoria, sí está. Por eso no echo de menos el centro de Ramírez de Arellano.


No quiero juzgar a nadie, pero si de algo estoy seguro es que no quiero bajo ningún concepto morir con la ausencia de caridad que vi en ese sacerdote, aunque ese sacerdote “persevere en el Opus Dei”, que es lo que basta, según san Josemaría, para que “sus hijos” vayan al cielo con seguridad, independientemente que haya o no caridad en los corazones de esas personas.


Está claro que sobre la caridad se puede teorizar, predicar, escribir tratados de teología, etc. Pero la caridad, para aprenderla, se tiene que “tocar”.


Con la libertad pasa algo parecido, se tiene que “tocar”: No bastan elocuentes discursos, y menos, autorreferenciales. Y peor todavía si esas autorreferencialidades son mentira.


La fe obra por la caridad. La fe sin obras, es una fe muerta.


Una libertad falsa… ¿eso qué es?


Antes de hablar de libertad, que se reformen, pero ellos solitos. Mientras tanto, serán un problema para ellos mismos, para quienes les traten y para la Iglesia. En el Opus Dei, empezando por los directores, SON GENTE TÓXICA. O como decía eufemísticamente el cardenal Sebastián, son “una cuestión difícil”. 

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