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Dos debates, dos Españas

La crispación general y el estilo bronco, zafio y chulesco del diputado Rufián representaba el nivel de descrédito que ha alcanzado el debate parlamentario
Jorge Hernández Mollar
domingo, 23 de septiembre de 2018, 09:06 h (CET)

En el transcurso de a penas cuarenta y ocho horas, los españoles hemos tenido la gran oportunidad de ser testigos de cómo las dos Españas, después de cuarenta años de nuestra Constitución, se han visto reflejadas en las dos comparecencias políticas que han tenido lugar en el Congreso de los Diputados y en el Colegio de Arquitectos de Madrid como consecuencia esta última, de un debate-coloquio organizado por el Diario El País.


El presidente José María Aznar ha sido protagonista en ambas. El martes compareció en una de las sesiones de la Comisión de Investigación que se viene celebrando en el Congreso para “debatir” sobre supuestas irregularidades del PP relacionadas con la corrupción y el jueves en un encuentro con el presidente Felipe González para conmemorar el 40 aniversario de la Constitución, moderado con profesionalidad por la directora del citado diario Soledad Gallego-Díaz.


La crispación general y el estilo bronco, zafio y chulesco del diputado Rufián representaba el nivel de descrédito que ha alcanzado el debate parlamentario en esta nueva etapa de la vida pública española. Era tal el desorden que estaba originando su intervención que algunos miembros de la Comisión llegaron a pedir a la presidencia que actuara para asumir su responsabilidad de ordenar el debate pero que sorprendentemente no era capaz de ejercerla.


Aznar despachó con oficio a los tres representantes de la izquierda progresista, antisistema y antiespañola, Rafael Simancas, Pablo Iglesias y Rufián que le interpelaron con acritud y este último hasta con insultos personales. Pero Aznar es correoso y hábil en el enfrentamiento parlamentario y los despachó con una faena impecable de capote, banderillas y muleta, rematándola con una estocada hasta la bola. La desconcertada presidencia le tuvo que reconocer las dos orejas y el rabo y naturalmente la salida a hombros de la Comisión.


Espectáculo políticamente lamentable pero que consiguió el efecto contrario que perseguían sus señorías de la izquierda: revitalizar la figura de José María Aznar al igual que en estos cien días han desenterrado la memoria de Franco, objetivo prioritario del desconcertado y errático Sánchez. Deplorable actuación de unos parlamentarios bachilleres que ni aún plagiando de sus antecesores, podrán superar el garantizado suspenso de fin de curso que les espera.


Diametralmente opuesto al clima de esa comparecencia, fue el debate sereno y constructivo de dos de los presidentes más relevantes de nuestra democracia, Felipe González y José María Aznar que hablaron del pasado sin descomponerse, de un convulso presente y de un incierto futuro. Ninguno dudaba que se hacía necesario encarar esta nueva etapa de la vida española con una Constitución que hace cuarenta años sentó las bases de la concordia y la paz social y política de generaciones de millones de españoles, pero que habría que “aggiornarla” con un consenso y sabiduría que hoy se hace imposible.


Desde el decidido reformismo del socialdemócrata González hasta el prudente pero necesario espíritu reformista del liberal conservador Aznar coincidían en lo básico: la España de hoy hace necesaria una puesta al día de la Carta Magna pero no desde las ocurrencias puntuales o interesadas de algunos grupos políticos y menos aún prescindiendo de una visión global del conjunto.


Ambos coincidieron en sus argumentos para poner sobre la mesa la “lealtad” y el respeto a las “reglas de juego” necesarios si se quiere afrontar cualquier proceso de reforma. La fracturación del Estado que hoy quieren imponer los independentistas catalanes presenta un escenario harto difícil para cualquier entendimiento que garantice la soberanía nacional como la determina y define el art1 de nuestra Constitución


En esta línea Felipe González afirmó que “para evitarlo solo hay un principio activo, que es exigir lealtad constitucional. Si alguien piensa que una reforma de la Constitución va a garantizar un demos distinto del pueblo español se equivoca”. “Yo apoyaré eso”, le siguió Aznar. “Se puede reformar, pero no romper las reglas o dar un golpe de Estado. La soberanía no se puede trocear”, insistió el expresidente del PP.


Por ello estos dos debates han sido un nítido espejo de la imagen más representativa entre la España rupturista, frentista y revanchista que hoy representan los partidos de una izquierda aun prisionera de su pasado más trágico y la España centrista, renacida del espíritu de superación de viejos enfrentamientos que han representado presidentes como Adolfo Suárez, Calvo Sotelo, Felipe González o José María Aznar y que además, han sido leales servidores a la concordia que representaba la Constitución de 1978; apartarnos de esta senda es un grave riesgo que no nos podemos permitir. 

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