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Muros de separación

Los hombres derribaron el muro de Berlín, pero sus escombros fueron las semillas de las que brotaron otros muros
Octavi Pereña
miércoles, 31 de octubre de 2018, 08:39 h (CET)

El 9 de noviembre de 1989 cayó el degradante muro de Berlín que dividía Alemania en dos. El acontecimiento despertó muchas esperanzas porque se creía que su derrumbe presagiaba la desaparición de las 11 barreras levantadas en la época. Los muros no solamente no se han esfumado sino que según un estudio efectuado por la Universidad de Quebec, hoy son 70. Las esperanzas de 1989 han desaparecido.


Un escrito Video del papa de María Ángeles Pagès (La Mañana, 12/08/2017) ensalza la actividad papal a través de las redes sociales. La autora finaliza su escrito con estas palabras: “Bien seguro que todo ello contribuirá al reto que debería ser común por toda la humanidad: conseguir una sociedad más humana al servicio de la paz, de la fraternidad y la solidaridad”. La escritora olvida las palabras del profeta Jeremías: “Así ha dicho el Señor: maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta del Señor…Bendito el varón que confía en el Señor, y cuya confianza es el Señor. Porque será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces, y no verá cuando viene el calor, sino que su hoja estará verde , y en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto” (Jeremías 17: 5,7,8). En el escrito de Pagès ni una sola referencia de Jesús que el ángel que anuncia su nacimiento a los pastores en Belén, con estas palabras: “No temáis, porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo, que os ha nacido hoy en la ciudad de David, el Salvador, que es Cristo el Señor” (Lucas 2: 10,11).

Jaume Pujol Balcells arzobispo de Tarragona, en su escrito Muros y fronteras (La Vanguardia 13/08/2017) se refiere a los muros de separación existentes en el mundo, dice: “Son fronteras que se levantan contra vecinos enemistados o para evitar la entrada de inmigrantes y refugiados. Se refería a ello el papa Francisco cuando en Fátima, suplicando a la Madre de Dios: “Únenos a todos en una única familia humana”, pensando en todas las personas de la Tierra, de todos los continentes y religiones”. Cuando el arzobispo compara a Jesucristo con María se olvida de las palabras del apóstol Pedro que siendo lleno del Espíritu Santo dijo al Sanedrín: “Sea notorio a todos vosotros y a todo el pueblo de Israel, que en el Nombre de Jesucristo de Nazaret, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de los muertos, por Él este hombre está en vuestra presencia sano. Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo, y en ningún otro hay salvación, porque no hay otro Nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4: 10-12). Equiparar la salvación que otorga Jesús por ser el Hijo de Dios con otros salvadores o salvadoras es robarle la exclusividad salvadora. Jesús cumple lo que promete. Los salvadores inventados por los hombres, no.

Vayamos a la Escritura para descubrir lo que dice sobre los muros de separación que apartan hombres y naciones. El apóstol Pablo escribiendo a los cristianos en Éfeso los compara con los judíos y les recuerda que antes de su conversión a Cristo estaban “sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel…Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo” (Efesios 2. 12,13).

Antes de creer en Jesús la relación fraternal entre judíos y gentiles era impensable “pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo. Porque Él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades” (vv. 13-16).

En Cristo Jesús desaparecen los muros de separación. He aquí el milagro de la reunificación en Cristo: “Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio bien coordinado, va creciendo para ser templo santo en el Señor, en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu” (vv. 19-22). El pecado separa. El perdón de Dios une de manera inseparable. Ahora, de manera imperfecta porque el pecado sigue existiendo en los convertidos a Cristo, judíos y gentiles somos un solo pueblo que adora a un solo Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios. Mañana, el día final, el de la resurrección, cuando no quedará ningún vestigio de pecado en los redimidos, la harmonía entre judíos y gentiles será absoluta, gozando de la presencia del Señor que “enjugará toda lágrima de los ojos de ellos, y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas (las del tiempo presente) pasaron” (Apocalipsis 21.4). En la eternidad con Cristo las fracturas del tiempo presente, el Señor, gracias a su sangre derramada en la cruz en el Gólgota, las habrá lanzado en las profundidades del mar del olvido.

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