El arco parlamentario está saturado de un hablar grosero que daña los oídos sensibles. El Roto, en muchas ocasiones refleja en sus viñetas la actualidad. En la que ahora comento esboza el rostro con una boca enorme abierta con la lengua que sobresale. Yo lo interpreto como el fuego que vomitan las entrañas de la persona. El texto que acompaña la imagen es muy breve: “La afonía de la razón genera el grito”. El Roto al diseñar esta viñeta pienso que no estaba pensando en el griterío que en las manifestaciones se lanza contra los políticos, sino en las vergonzosas y chapuceras intervenciones de los políticos en el Congreso de Diputados. El Roto culpa a la “afonía de la razón” como la causante de las refriegas parlamentarias que en vez de calmar los ánimos los avivan convirtiendo sus bocas en cráteres que vomitan la lava y el fuego que engendran sus entrañas. Sea en sede parlamentaria o en mítines para atraer votos disparan improperios contra sus oponentes con el propósito de esconder la carencia de proyectos para mejorar la situación del país y para que los posibles votantes perciban la perversidad de los otros. Esta acción política que persigue el descrédito de los otros es incendiaria y si las llamas prenden y los bomberos no llegan a tiempo, un fuego incipiente quema un gran bosque. Del incendio, tanto los unos como los otros salen con quemaduras.
El sinónimo de “afonía de la razón” es el “corazón del hombre”, el espacio espiritual en donde se incuban los pensamientos que se convierte en palabras y éstas en acciones. La degradación extrema a que se llega en el uso de la palabra no se curará haciendo que la Filosofía sea una materia escolar de obligado estudio, ni la religión tradicional que adoptan multitudes sirven sanear el lenguaje. La restauración del lenguaje requiere la sustitución del corazón actual que es la fuente de las palabras malsonantes que se convierten en hechos asquerosos, por uno nuevo del cual broten palabras distintas con hechos distintos que sean bien recibidos.
Jesús es muy claro al afirmar que las palabras groseras que suenan tan mal y que a diario se escuchan no se debe a un agente externo que las fabrica: “Nada hay fuera del hombre que entre en él, que pueda contaminar, pero lo que sale de él, eso es lo que contamina al hombre” (Marcos 7: 15). Poco después el Señor dice a sus discípulos: “¿También vosotros estáis sin entendimiento? ¿No entendéis que todo lo de fuera que entra en el hombre, no le puede contaminar? (v.18). No vayáis a buscar vuestro hablar chapucero fuera de vosotros. No culpéis a nadie sino a vosotros mismos: “Porque de dentro del corazón de los hombres salen los malos pensamientos…Los hurtos, las avaricias, las maldades los engaños, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre” (vv. 21-23).
El apóstol Pablo escribe estas palabras que deberían hacernos reflexionar a todos: “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes” (Efesios 4: 29). Es un mensaje dirigido a unas personas que han creído en Jesús, que han nacido de nuevo, que son hijos de Dios y hermanos de Jesús, que son guiados por el Espíritu Santo a hacer las obras que tienen que caracterizar a los verdaderos cristianos. A pesar de que todavía no han alcanzado la perfección a la que son llamados, la recomendación apostólica “que ninguna palabra corrompida alga de vuestra boca”, solamente puede dirigirse a personas que verdaderamente hayan creído en Jesús y que por la dirección del Espíritu Santo a que están sujetos hace posible que puedan expresar ”la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes”. Solamente los verdaderos cristianos son sensibles a las palabras malsonantes que nacen en los corazones malos que producen pensamientos perversos y que se convierten en obras que degradan a los hombres y que hacen daño al prójimo. Durante el peregrinaje por este mundo los verdaderos discípulos de Jesús velan para que no salgan de sus bocas ninguna palabra corrompida y se esfuerzan para que las que salgan sean para edificación y beneficio de quienes las escuchen.
Abandonemos los legalismos religiosos y filosóficos que no conduce a hacer nuevas personas a quienes los practican. Lo que la sociedad necesita urgentemente es escuchar el mensaje claro y sencillo de la Palabra de Dios que no esté corrompido por las tradiciones religiosas porque es la levadura que leuda la masa y que hace posible que el corazón malo, de piedra, según la Biblia, en uno bueno predispuesto a decir aquello que sirve para el bien del otro. Si Jesús no reina en los corazones de las personas no debe extrañarnos que las democracias occidentales caminen hacia las dictaduras. La proliferación de mensajes incendiarios de políticos alertan del peligro.
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