“Hacen falta muchos medios para someter a España… este país y este pueblo no se parecen a ningún otro. No hay un solo español para defender mi causa.” José I Bonaparte.
Es evidente que no tengo ninguna simpatía por el señor Pedro Sánchez, presidente de España en virtud de una moción de censura y, sin duda, un peligroso personaje que, si le dejan hacer, puede fácilmente llevar a nuestra nación hacia situaciones que ningún español bien nacido podría aceptar o consentir con tranquilidad. Pero el señor Sánchez tiene, legítimamente, la responsabilidad que le confiere su calidad de Presidente del gobierno español ante el resto de naciones y, lo que aún es más importante, ante la UE, asociación de naciones a la que pertenecemos desde que se firmó el Tratado de Adhesión a la Unión Europea el 12 de junio de 1985. No es que estemos del todo convencidos de que no haya habido ciertas anomalías en cuanto a los cometidos de todos los políticos españoles destacados en el Parlamento europeo de Bruselas, más bien parece ser que ha existido en su comportamiento cierta negligencia, falta de diligencia y poco interés en una cuestión de tanta trascendencia para la nación española. Todo lo que, de alguna manera, se relaciona con este peñón de Gibraltar, incrustado como un quiste maligno en el Sur de nuestra nación, en plena Andalucía, constituye una humillación que necesariamente tenemos que soportar cuando, desde La Línea, sus pobladores se ven obligados a contemplar cómo, diariamente, el estandarte de la Unió Yack luce como desafío a los españoles, en lo alto del peñón. Uno de los grandes robos que tuvimos que sufrir, el pueblo español, en virtud del tratado de Utrecht del 13 de julio de 1713.
Claro que, cuando hemos dicho que “toda España” apoyaba a P.Sánchez en la defensa de nuestros derechos sobre el peñón, quizá nos hemos excedido porque, hoy en día, es muy peligroso generalizar, aunque es evidente que una gran mayoría de españoles, los que tenemos apego a nuestra patria, que son muchos, sentimos como un problema propio el que, después de 300 años de que se nos obligara a capitular cediendo Gibraltar y la isla baleárica de Menorca a los ingleses, tengamos que seguir reclamando o, mendigando, como se quiera decir, este pedazo de roca que, evidentemente, no puede desgajarse de lo que es el resto de la nación española. Es posible que, como el señor Torra ha manifestado, los haya que no encuentran inconveniente de que los ingleses se hayan apoderado del peñón, debido a que, entre sus proyectos más inmediatos está ( ¡al menos esto es lo que quisieran que sucediese ellos!) el conseguir la independencia de España, una utopía que, seguramente, si se produjera el milagro de que se les cediese lo que piden, los iba a llevar a una situación desesperada, convertidos en un enclave europeo, pero fuera de Europa, rodeada de fronteras, fuera de los beneficios de poder comerciar, sin pago de tasas o impuestos fronterizos; sin libertad para las personas de atravesar de un estado a otro simplemente con el DNI, sin que nadie pudiera impedirlo; debiendo renunciar a todos los beneficios económicos que para cada nación miembro comporta el ser socio de la CE.
Los hay, no obstante, que no entienden de patriotismo, que se han acomodado a convivir con los ingleses que habitan el peñón, que trabajan en sus establecimientos comerciales, oficinas, bancos o sociedades ficticias, de los miles que están domiciliadas en él para librarse de pagar impuestos en sus respectivas naciones. Estas personas miran el tema desde un punto de vista egoísta, de su propia conveniencia e influidos por los propietarios ingleses que los emplean, que han manifestado su preocupación por la posibilidad (si la GB se aparta de la UE, en pura teoría y como una parte de ella, Gibraltar debería seguir el mismo destino de la metrópolis inglesa y, en consecuencia, dejar se mantener todos los beneficios que hasta ahora han tenido como parte de la nación británica. Adquirir la condición de tercera nación sin derecho alguno de los que antes le correspondían en Europa.
Tampoco los votantes de los comunistas bolivarianos de Podemos, con sus peregrinas ideas acerca del patriotismo (lo consideran algo fuera de lugar y obsoleto) que, no obstante, cuando se refieren a los separatistas catalanes, unos señores que se basan fundamentalmente en su “patriotismo” catalán aun que, cuando se habla del “patriotismo” español, no hacen otra cosa que burlarse de él. Son estas contradicciones clamorosas que se dan entre personas a las que se les ha aleccionado en la queja, el odio, la permanente reivindicación, pero no a razonar, a valorar los pros y los contras de una postura o a tomar en cuenta el alto precio que tendrían que pagar en cuanto a temas sociales, económicos, laborales, financieros, comerciales o industriales si, pese a la cantidad de obstáculos a los que se verían enfrentados, lograsen que les dejasen a su antojo.
Parece que nadie se ha dado cuenta de que, si se hubieran aceptado las condiciones que se habían establecido respecto a la colonia gibraltareña, especialmente en la exclusión que se hacía de España si se hubieran fijado las relaciones de Gibraltar con la UE, como un asunto entre los ingleses y la CE sin que se mencionase para nada a España, una parte, la más interesada seguramente, en poder opinar, y si fuera preciso, vetar cualquier convenio que les proporcionase a los “llanitos” más ventajas de las que ya disfrutan actualmente. Nada que los pudiera apartar del destino que tenga la GB, sería aceptable para España, ya que sería una variación del actual estatus y de los establecidos en el tratado de Utrecht, que establece un derecho preferente de España respecto a Gibraltar, si la GB decidiera renunciar a la soberanía sobre dicho enclave.
A destiempo y después de la reacción tardía de nuestros políticos europeos destinados en Bruselas, el Gobierno español ha reaccionado y, es justo decirlo, lo ha hecho manteniendo una postura enérgica, completamente consecuente y cargada de razón, amenazando a la UE en vetar la aprobación del acuerdo del Brexit, que parecía estar a punto de conseguirse ( veremos cómo acaba la batalla en el Parlamento británico y los resultados de una votación que podrían dar al traste con los deseos de la señora May, convertida en euroescéptica pese a que, en un principio, era partidaria de lo contrario), con la alarma que ello ha causado en los mentideros parlamentarios, que ya pensaban en la reunión de mañana, en la que se deberían concluir los términos definitivos de acuerdo del “brexit” británico.
Pese a las dificultades el señor presidente del Gobierno, señor Pedro Sánchez, esta tarde ha comparecido en TV para anunciar que, Inglaterra y la UE, han aceptado las condiciones que el gobierno español había impuesto ( entre ellas la de que cualquier cuestión que pudiera surgir en Europa respecto al peñón de Gibraltar debería ser tratada entre la UE, España e Inglaterra, sin cuyo requisito no podrían tomar acuerdo alguno que afectase a aquel territorio colonial inglés ( dicho sea de paso, uno de los pocos que quedan en el mundo para vergüenza de la ONUy del resto de países democráticos, culpables de que situaciones parecidas todavía se pudieran encontrar en un mundo civilizado).
Como lo cortés no quita lo valiente, en esta especial ocasión y, si es cierto que todo ha sido como nos ha anunciado el señor Presidente, y no tenemos motivo para dudarlo, y España ha recobrado su poder de intervenir en todo lo que se relacione con la colonia inglesa del Sur del país; sin duda sería de persona educada y agradecida, reconocer el trabajo del Gobierno y dar las gracias y felicitar el señor Sánchez por el éxito de esta operación. Es obvio y evidente que esta no va a ser lo que se podría entender como una costumbre nueva y que, con toda probabilidad, no va a pasar mucho tiempo sin que tengamos que volver a cargar contra la figura de este señor, del que nos tememos que nos va a traer nuevas ocasiones de embestir contra su política, sus compañeros de viaje y todos los que pululan a su retortero, contribuyendo a que, España, esté a las puertas de una de las peores catástrofes de toda su historia.
O así es como, señores, por una vez en el tiempo en el que venimos comentando la vida política de este país, hemos renunciado a denunciar los errores que unos y otros gobernantes cometen en el ejercicio de su cometido, debido a que hay ocasiones en las que no actuar con honestidad se podrían considerar una muestra de poca objetividad, un empecinamiento morboso o una manera maligna de dar suelta a nuestros demonios personales. Más vale, pues, que no seamos nosotros los que también caigamos en la cerrazón propia de aquellos que se encierran en sus tendencias egoístas y ególatras; aunque, la verdad, es muy difícil no hacerlo.
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