Tres días de enero: tres agresiones machistas que han culminado con el asesinato de una mujer en Laredo. Cuatro días de enero: se empieza a politizar hasta este drama. Ok. Cuatro días de enero: la Manada, en libertad provisional. Ok. Cuatro días de enero: la fecha del 1 de enero no ha conseguido erradicar la tuberculosis que ya ha segado la vida de más de un millón de africanos en los últimos años. Ok. Cuatro días de enero: prosigue el endurecimiento de las condiciones de los inocentes que se juegan la vida para arribar a nuestras costas. Ok. Cuatro días de enero: los cuarenta y cuatro conflictos bélicos que salpican el mundo no se han terminado. Todo ok.
Galdós, Blasco Ibáñez, Balzac, Dickens, Tolstói, Dostoievski y demás ringla de realistas decimonónicos supieron degustar la realidad y hablar de ella, convirtiéndola en arte, con el propósito de cambiarla. Un siglo después, llegó el realismo social: con Aldecoa, Goytisolo o Marcé en España y otros tantos en otras partes del orbe. De un tiempo a esta parte, sobresalen Houellebecq —fiel a su estilo, nos ha hecho el regalo de reyes de “Serotonina”—, Bukowski o Welsh. En pintura, nombres como Manet o Courbet, Diego Rivera o Edwar Hopper… En el cine, Álex de la Iglesia… En todas las artes, han sobresalido quienes han sabido convertir la prosa de la realidad en lírica. Pero hay veces que las calles de Moncloa que describe Galdós en “Miau” se nos antojan en demasía cercanas, y preferimos lugares inhóspitos y remotos como Mordor, Narnia o Idhún. O, incluso, retrotrayéndonos más aún, preferimos sumergirnos en Camelot o en otros tiempos pretéritos en busca de un héroe que desafíe a sus adversarios y sea redimido por el amor.
La fantasía puede ser una venda para taparse los ojos. Sin embargo, en ocasiones, es necesario taparse los ojos y descansar de noticias de guerras y sucesos desagradables. La realidad es una aleación de caricias y de puñetazos, de besos y de desengaños, de risas y de llantos, de amigos y de enemigos, de fuego y de agua, de oraciones y de blasfemias… Y, en medio, tú. Tú, pobre inocente que sueñas con ser Amadís de Gaula y no eres más que un pobre Quijote; tú, pobre inocente que sueñas con conquistar Camelot y no eres más que un bufón en la ínsula de Barataria; tú, pobre inocente que sueñas con desafiar gigantes y solo los molinos te abaten… Tú, pobre inocente que desdeñas la fantasía sin saber que solo nos nutrimos de fantasía.
Hay que detenerse en el camino de vez en cuando y cerrar los ojos, alejarse de los ruidos y de los agobios. Para cambiar la realidad y para recuperarse de los vaivenes de la vida es menester acoger en nuestras entrañas algo de paz y de humildad; como para desenvainar la espada Excalibur, el joven Arturo —futuro rey— fue escudero de Kay. Y la fantasía es eso: reposo y calma. Algo que no es contrario al combate social y a ocuparse de los problemas; pero es necesario soñar con un mundo de hechizos, caballeros, bosques embrujados y salteadores de caminos. Es necesario construir un mundo interior para poner los ladrillos del mundo exterior. Es necesario dibujar en nuestro fuero interno a la reina Ginebra para saber ver en Aldonza Lorenzo a Dulcinea.
Ahora, que los tres sabios de Oriente —el acervo popular los corona y los dota de magia: los Reyes Magos— están próximos y se acercan a nuestras casas, ¿por qué no pedirles un momento de relax, de tranquilidad, de silencio…? Y, ¿por qué no?, acompañado de un libro y una copa de whisky. Que Melchor se encargue de regalarte ese momento de calma, Gaspar del libro y Baltasar del whisky.
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