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La noche que la música murió en Itá

Los arcanos del tiempo determinaron que en la misma fecha, con tres décadas de diferencia, la música muera en Iowa y en el ignoto poblado paraguayo de Itá
Luis Agüero Wagner
lunes, 4 de febrero de 2019, 08:16 h (CET)

Con Elvis Presley haciendo el Servicio Militar, y varias otras estrellas del rock perseguidas por enredos judiciales y arrestadas, la debilitada llama del novedoso género musical que irrumpía a principios de 1959 en la cultura mundial, pareció amenazada de extinción cuando un avión que transportaba a varias de las últimas estrellas famosas de ese mundillo se estrelló en un desolado paraje de Iowa.


Aquel día fallecieron en un Beechcraft Bonanza de cuatro plazas los músicos Buddy Holly, Ritchie Valens y J. P. Richardson, más conocido como The Big Bopper, junto con el piloto de la nave Roger Peterson. La avioneta se estrelló en un campo de maíz cercano al poblado de Clear Lake, estado de Iowa, entonces afectado por una intensa nevada.

Tres décadas más tarde, en las mismas fechas, estaba previsto uno de los pocos eventos culturales que la dictadura de Alfredo Stroessner permitía en Paraguay. Esa noche actuaba en la localidad de Itá el vocalista mexicano Luis Miguel. Pero como tres décadas atrás en Clear Lake, esa noche la música también moriría en Itá.


Nadie supo a ciencia cierta si el cantante pudo vocalizar alguno de sus boleros esa agitada noche, pues un alzamiento militar acaparó la atención nacional y mundial. Tras más de tres décadas de poder omnímodo, durante las cuales los generales paraguayos prefirieron llenarse los bolsillos antes que conspirar, estalló una rebelión armada contra el dictador, encabezada por su propio consuegro.


El número exacto de víctimas de aquel violento episodio político nunca se supo, se esfumó en la nebulosa del tiempo como lo acontecido en el concierto de Luis Miguel. Cuando asumían las nuevas autoridades, horas después, con el derrocado dictador volando hacia playas brasileñas, la realidad decepcionaba al percatarse de que seguían los mismos.

En tres décadas, todas las campañas fracasaron intentando instalar que la dictadura no era buena para el país, y la filiación del gobierno actual lo demuestra. Se explica porque quienes capitanearon esas campañas contra la dictadura desde medios y gremios, fueron los mayores favorecidos por el régimen de Stroessner y nadie les dio crédito cuando intentaron hacer creer que habían cambiado de opinión.


Los logros siguen estando en la balanza como predecible resultado de tal hipocresía, y aunque mucho insistan algunos privilegiados, los beneficios del evento todavía están en entredicho.


Con más razón, teniendo en cuenta que la mayoría de los descendientes de aquellos privilegiados que fueron desalojados en aquella fecha, recientemente volvieron a los sitiales de privilegio que en aquella noche perdieron en unas cuantas horas de fuego de mortero.


La realidad social cambió muy poco para convencer a nadie de que los beneficios hayan sido demasiado espectaculares. La inmensa mayoría de los violadores de Derechos constitucionales murieron impunes, y las iniquidades continúan encriptadas bajo nuevos códigos. Los bienes perdidos por el estado durante esas décadas como en etapas posteriores hasta el presente, desaparecieron para siempre como tragados por un agujero negro de antimateria.


Considerando todo lo expuesto, no es de extrañar que para muchos, haciendo una memoria del anecdotario popular y sus impresiones en el inconsciente colectivo paraguayo, lo más relevante que parece haber acontecido en aquellas fechas es que por entonces la música murió en Itá.

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