Y de choroviteo andábamos hace años, viendo textos de Pavón al uso manchego, por tierras culturales de ocio y diversión.
Ha diez años que dirigía el Taller Literario de la Universidad Popular de Torralba de Calatrava, iniciado por Carmela Fisher, a quien sucedí en hilos de cultura. El grupo, encantador, variado en edades y formación, todas damas, se prestaban a las sesiones de animación lectora de los martes: Poemas, escritura creativa, literatura infantil, música, libros como La lluvia amarilla de Llamazares que se nos mezcló con blancura de la nieve en un encuentro de autor. Entre los retos, un embajador de Dinamarca y esposa, visitan al pueblo, invitados por el gran Arturo González, de la Asociación Española para el Libro Infantil y Juvenil, sentados en los tronos locales de los Reyes Magos. Y un guisante escondido bajo los tres colchones, junto a las niñas que actuaban y ensayaron por las tardes de invierno el cuento de La Princesa y el guisante de Andersen.
No recuerdo bien cómo llegó el proyecto a completar los distintos géneros del arte más rural, cercano y auténtico. Posiblemente llegaran a mis manos las grandes Obras Completas de García Pavón, con cuentos variados y, en un intento de descargar responsabilidad y falta de tiempo, pedí a una alumna del Taller, Antonia Naranjo, que adaptara el cuento. La memoria no da más, pero es suficiente para recordar que el cuento de Pavón era el del queso en aceite. Cada actriz tomó su papel como si le fuera la vida en ello, buscaron vestuario de la época, ensayaron con ganas las escenas que yo les sugería. Disfruté moviendo los hilos de un escenario real, donde todos apostábamos por representar la obra.
Una niña de La Princesa y el guisante quiso tener continuidad en las tablas y acompañó a su madre y a su abuela (Pilar y Montse) cada tarde, se le dio un papel actual para ayudar a la historia feliz del queso manchego. La actriz del corto papel de la chacha (Victoria) se preparó una cofia y un delantal tan blanco y primoroso que ¡ya quisieran las sirvientas de la calle televisiva Acacias 38! El personaje del abuelo era difícil, ningún varón estaba disponible, pero en el piso de arriba había una biblioteca, a por él fuimos, a por el bibliotecario (Miguel), caracterizado para el mejor vodevil.
Lo mejor fue que la adaptadora de la obra se trajo un queso, un queso auténtico que comenzaron a probar la troupe de artistas en el estreno, sin que ni espectadores ni directora probaran bocado. Eso sí, un queso sin aceite, no era cuestión de manchar escenarios. Ahora veo que el cuento se publicó en dos versiones, en 1974, El queso en aceite, y luego en 1985, Queso manchego en aceite. El director de Teatro local Itaie estuvo atento a nuestra representación del autor que un día dijo: “Los pueblos son libros y las ciudades, periódicos mentirosos”. Y a la tía Rosario el aceite le chorreaba por la comisura a ritmo de seguidillas.
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